El otro mundo
Millares de embarcaciones son protagonistas de las navegaciones por el río Amazonas. Ciudades, centenares de comunidades y villas. Millones de seres humanos. Todo al borde de una masa de agua turbia, tan inmensa y viva que desafía todas las imágenes de la naturaleza. Y también las de la civilización.
© Luis Antonio Córdova
Panorámica
En las riberas del río Amazonas los seres aprenden a tener paciencia con las distancias, pues todo está lejos. Las horas pasan durante las travesías, mientras las embarcaciones surcan unas aguas que parecen interminables rumbo a puertos llenos de humedad y calor.
Y aunque siempre es inquietante navegar por el río más grande del mundo, quienes viven allí se habitúan a sus dimensiones. Las embarcaciones, los puertos y la gente forman parte del paisaje, en una región del mundo donde florecen los delirios.
La mayor alucinación para quien no está acostumbrado a este río, es la de pensar en el mar: a veces la mirada se pierde en el horizonte, sin ver la otra orilla. Pero casi no tiene olas, y parece que tampoco tuviera corriente: sólo una tenue ondulación contradice la sensación de inmovilidad de sus aguas.
En los embarcaderos esparcidos a lo largo de miles de kilómetros del río Amazonas y sus tributarios, se apiñan las canoas, los barcos de madera de todos los tamaños, algunos buques de calado mayor. Desde los mercados cercanos surgen aromas de pescado frito, y los vendedores ofrecen frutas exóticas.
Los seres de las riberas tarde o temprano terminan por internarse en las aguas de color marrón, un poco amarillentas. Troncos y plantas acuáticas recorren la superficie, mientras los pescadores acechan a sus presas, que capturan con pequeñas redes o con arpones.
La inmensidad y la totalidad del paisaje, la singularidad con que se desenvuelve la vida al lado de un río así, producen otra alucinación: la de estar en otro mundo.
Sin embargo, gran parte del Amazonas de fines del siglo XX tiene que ver con este mundo. En sus riberas hay dos ciudades de más de un millón de habitantes, Belém y Manaus, y durante más de tres mil kilómetros hay abundancia de ciudades más pequeñas, pueblos, comunidades, o a veces simples casas que se ven incrustadas en la orilla, en medio de una nada, que a la vez lo es todo. Ya es un lugar común: dicen que es el mayor pulmón de la Tierra.
Las riquezas amazónicas son enormes, y el río ha sido la gran puerta de entrada para tratar de apoderarse de ellas. Por eso prolifera el poblamiento de sus orillas, de sus afluentes, y de algunas carreteras que se han abierto en la región. La publicitada selva virgen sólo es posible lejos de los lugares por donde transitan los inmigrantes y aventureros. Personas que, huyendo de la pobreza en otras regiones o buscando una fortuna, son capaces de llegar hasta el fin del mundo.
En todos los centros poblados, los embarcaderos son los sitios más activos. Los barcos de todos los tamaños parten rumbo a otros puertos, a veces hacia lugares recónditos perdidos a días de navegación por un afluente menor, a veces sólo hasta alguna de las ciudades.
En la cubierta
La realidad cambia cuando se llega a la cubierta de los navíos que recorren el río Amazonas. La vida allí encima es diferente, y hasta el rostro de quienes comparten las travesías parece distinto al que tienen en tierra firme.
Casi todos los barcos del río y sus tributarios son de madera. Los mayores, llamados "recreios" en Brasil, tienen una forma ligeramente ovalada, y suelen ser un poco arqueados, pues la proa y la popa están un poco más elevadas que la parte central. Algunos son hermosos, radiantes sobre la superficie, mientras otros están asediados por el deterioro. Y en las orillas a veces se puede ver una carcaza en descomposición, como una huella del pasado, o el rastro de un accidente.
Los barcos más pequeños generalmente viajan hacia las comunidades agrícolas, zonas que en los embarcaderos son descritas como "el interior". Son misteriosos pues sus destinos parecen remotos. No recorren muchos kilómetros, pero sus motores pequeños, sobrecargados, pueden demorar largas horas en cubrir pequeños trayectos.
En cuanto a los Recreios, los hay de uno, dos o tres pisos, con variaciones en el ancho y el largo. Pero todos tienen algunas cosas en común, como sus barandas de madera, las bodegas de sus entrañas, o los timoneles que van en la punta protegidos por un vidrio. Por la noche desde allí manejan un potente reflector que alumbra la superficie y, prendido en forma intermitente, sirve para tratar de evitar choques contra troncos o canoas sin luz.
Los de varios pisos ofrecen algunos camarotes y áreas de primera y segunda clase donde se duerme en hamacas. La calidad de los viajes puede variar, pero nunca son excursiones de placer. Sobretodo porque casi todos los viajes implican pasar más de un día entero allí, y algunos hasta una semana. O aún más...
Tanto en primera como en segunda los pasajeros que duermen en las hamacas, colocan el equipaje en el piso. Los lugares para colgar las hamacas, así como las secciones de hombres, mujeres y parejas, suelen estar indicados pero no se respetan.
Lo habitual es que estos barcos zarpen muy llenos, de manera que las cubiertas se transforman en una maraña de hamacas entre las cuales deambulan los pasajeros. En general se colocan unas junto a las otras, pero a veces hay demasiada gente y entonces se cuelgan a varios niveles, unas encima de otras.
Uno de los aspectos que hace variar la calidad de los barcos es el número de baños y su limpieza. Otra es la suciedad de las cubiertas, que por el número de pasajeros, y también por la falta de higiene, pueden alcanzar momentos próximos al colapso. También cuenta la comida, que suele ser abundante, pero monótona y muchas veces mal preparada.
Hay otro factor que puede tener prioridad en los Recreios: la existencia de una terraza. Los de tres cubiertas, siempre destinan el último piso para el esparcimiento de los pasajeros, y es allí donde se puede escapar del hacinamiento, mirar mejor el paisaje, o beber una cerveza helada.
Memorias de barcos: el Voyagers II, con un capitán lascivo y codicioso, que asedia a las niñas de 12 y 13 años prometiendo pasaje gratis para toda la familia si lo acompañan al camarote, o que baja sin contemplaciones a dos polizontes en la más perdida de las comunidades. Del Nadson Jeanne, el más elegante, que en una noche borrascosa, tal vez por la falta de carga, se transforma en una cáscara de nuez, y las hamacas son desocupadas pues se mueven sin control. Del Capitán Pinheiro, con sus paredes de madera labrada, su terraza bar, y sus cubiertas totalmente llenas de hamacas, como si fueran un bosque. De los viajes en la cubierta superior de primera, llena de viento demasiado húmedo por la noche, o en la inferior, en segunda, con el bramido de los motores y los aromas del cargamento agrícola.
Recuerdos de los barcos llamados con nombre en inglés, o con afirmaciones como Fe em Deus, Flor do Día, o los que evocan sitios de la geografía amazónica, como Boca do Juruá.
El río Amazonas tiene mucho que ver con los números. Tiene más de seis mil kilómetros de largo, de los cuales unos tres mil 200 concentran la mayor actividad, entre la ciudad peruana de Iquitos y la desembocadura en Brasil. En el delta, puede alcanzar un ancho de 350 kilómetros.
Su pendiente, en cambio, es asombrosa por lo escasa, pues sólo tiene 60 metros en más de dos mil kilómetros, un factor que modera su corriente, y por lo tanto facilita la navegación río arriba.
La cultura occidental tuvo conocimiento de este universo moderado por un río de tan grandes dimensiones a mediados del siglo XVI, cuando el aventurero alucinado Francisco de Orellana llegó accidentalmente hasta el cauce y lo navegó hasta la desembocadura: fue entonces cuando vio poblados compuestos sólo por mujeres, cual amazonas de la mitología griega.
Desde entonces la historia se ha precipitado. Primero vinieron las colonias, las disputas entre España y Portugal, la exterminación de las etnias indígenas, la búsqueda del oro, y el descubrimiento de las verdaderas riquezas naturales.
Durante las últimas décadas del siglo pasado se prendió la fiebre del caucho, que creó fortunas, miserias, y dio inició al gran poblamiento del río y sus alrededores. Desde zonas empobrecidas por la sequía, llegaban los futuros amazónicos.
Aunque el caucho ya no produce fortunas, en el Amazonas aún existen algunas riquezas, y el río provee la comida, por lo cual las migraciones no se han detenido. Ahora sueñan con oro y otros minerales preciosos o estratégicos, algunos con trabajos de sueldos altos en proyectos de bauxita, hierro o petróleo en misteriosas ciudades de acceso restringido ubicadas en algunos ríos tributarios. Otros, sólo con sobrevivir.
En esta región del mundo, los "caboclos" son los habitantes del río y los tributarios. Son quienes nacen en las riberas, son descendientes de inmigrantes, son navegantes, vaqueros y agricultores, son pobres, algunos han llegado a ser ricos, son los cargadores de los puertos, y las mujeres que cocinan en las calles.
Sus vidas transcurren entre el paisaje impresionante, un clima de gran dureza con calores que hacen desaparecer a los seres vivos alrededor del mediodía, con humedades espeluznantes. Es la realidad de una región selvática.
Los mercados llenos de frutas coloridas con las formas más extrañas, los pescados enormes. La superficie eterna del río. Las tormentas eléctricas con los relámpagos en peligrosa cercanía. Los mosquitos y otros bichos. El sol hirviente. La mirada rara de los que buscan fortuna. Las tiendas de tela por metros en los pueblos. Las gasolineras flotantes. Las esperanzas de los caboclos. Pobreza y riqueza. La fiebre del oro, la del manganeso, la del cultivo de guaraná. Las tiendas que compran pimienta del reino, cacao y café. Los fuertes de los portugueses. Los atardeceres impresionantes del río Amazonas. El aroma agrio de la farinha de mandioca (harina de yuca). O el ruido de las lluvias.
Localidades del río Amazonas, llamadas Islandia, Puerto Alegría, Caballo Coche o Iquitos en Perú. O Leticia y Puerto Nariño en Colombia. O Tabatinga, Tefé, Coarí y Manaus en el alto Amazonas de Brasil, conocido como Solimoes. O los nombres importados para la parte más baja del río: Obidos, Alemquer, Santarém, Almeirim, Belém.
Espectáculos en el río cuando sus aguas reciben otras de diferente color y avanzan sin mezclarse durante un largo trecho, como sucede con las oscuras del río Negro, o las verdes del Tapajos. Innumerables Igarapés (riachuelos) que parten y llegan desde ninguna parte. Pescadores en canoas junto a la orilla acechando a sus presas con un arpón. Delfines mostrando su lomo rosado.
Un río que parece manso, pero tiene fuerzas incomprensibles. Es capaz de subir varios metros en su nivel y arrasar las poblaciones, o de mover como si fueran juguetes algunas de las miles de islas que pueblan su curso.
En este mundo, las navegaciones amazónicas se inician todos los días, a todas las horas. Es la forma de insistir en la existencia.
0 comentarios:
Publicar un comentario