Las tres fronteras
Un rio demasiado ancho, y tan largo. El Amazonas está lleno de historias y situaciones tan particulares, que solo pueden ser protagonizadas por pobladores osados intalados en sus orillas. En la parte alta, la vía fluvial es el eje de una frontera triple entre Colombia, Perú y Brasil, donde la gente habita lugares con nombres como Leticia, Tabatinga o Islandia.
� Luis Antonio Córdova
En medio del silencio de las noches amazónicas, el rumor del río tampoco se puede escuchar. Algunas veces, sin embargo, la masa de agua se alumbra con lejanos relámpagos que ponen al descubierto las siluetas de barcos y casas pertenecientes a seres de tres paises, cuya existencia transcurre en medio de una fluvialidad desencadenada."No va a llover, eso es seguro", comenta en forma espontánea una señora que parece entender del asunto. Minutos despues se desata un aguacero en la ciudad colombiana de Leticia, el agua cae sin cesar durante unas 20 horas, pero nuevamente el rio Amazonas, inmovil, parece no darse cuenta.
Ante tanta humedad, se busca refugio en los bares o fuentes de soda. "Aqui antes habia mucha plata de la coca, pero casi no se podia vivir", recuerda Joel, uno de los tantos que buscan conversación en Leticia. "Mire jefe, podemos salir cuatro, o hasta 10 días, selva adentro, vamos a ver animales salvajes y pueblos indígenas, donde no va nadie", es su oferta alrededor de la cerveza en una noche vaporosa.
Leticia, que en sus épocas mas agitadas fue una perla del narcotráfico, es una localidad aparentemente apacible de unas 25 mil personas ubicada entre la selva y el rio. Justo allí el Amazonas tiene tres fronteras, entre Colombia, Perú y Brasil.
En la zona existen unos cuantos centros poblados, aunque la colombiana Leticia es la mas consolidada. A su lado, en la ribera norte del rio, está la brasileña Tabatinga, igual de grande pero un poco mas precaria. En la ribera sur, Brasil tiene a Benjamín Constant, y Perú algunas localidades mas pequeñas y pobres, como la irónica Puerto Alegre o la efímera Islandia.
La gente de estos poblados practica una convivencia dinámica. Atrás queda el pasado colonial, cuando España y Portugal disputaban la supremacía en el gran río. Y al parecer también fueron enterrados algunos desacuerdos limítrofes posteriores.
Ahora las canoas, lanchas y barcos de diverso tamaño comunican todos estos puntos surcando las aguas del Amazonas. A los de Leticia les gusta ir a tomar caipirinhas a Brasil, mientras que brasileños y peruanos frecuentan la ciudad colombiana. Los residentes de cada localidad, por otra parte, son una mezcla de las tres nacionalidades, que habla portugués y español.
Como en el resto del río, mucha gente vive de la agricultura y la pesca. Frutas extrañas, o de las mas conocidas pero de tamaños irreales, pueblan los mercados de Leticia o Tabatinga. Y hay decenas de variedades de peces, con nombres que recuerdan el origen de las cosas: piraruca, tucunara, jaraqua o tambaqua.
"Si ya no me quieres te corto la cara, con una navaja, de esas de afeitar". La canción de las hermanitas Calles retumba dentro del mercado de Leticia, donde desde la madrugada ofrecen desayunos. Al lado está el embarcadero, donde los botes llegan desde el río Amazonas, o se pierden en el horizonte.
Leticia empezó siendo una misión, y más tarde Perú fundó allí un poblado fronterizo en 1867, pero su territorio siempre fue reclamado por Colombia, país que se hizo cargo de su soberanía en 1930. En 1932 las dos naciones protagonizaron escaramuzas limítrofes que casi terminaron en guerra formal.
La ciudad también fue conflictiva en los años 70 cuando era un centro de operaciones de tráfico de drogas. La plata corría por las calles, y hubo una bonanza en toda la zona. Pero se recuerda que había asesinatos todos los días.
Esa vocación por la ilegalidad se fue diluyendo durante los años 80. Nadie duda que por la triple frontera se pasa mercancía, pero no como en el pasado. "Era muy duro. Una vez llegó la policia y disparaba desde los aviones, entonces a mi me pusieron 55 kilos de mercancía a la espalda y me dieron la orden de escapar. Si llevaba la mercancía me disparaban, y si no, también, recordó un taxista.
Sin embargo es obvio que la plata aun se mueve en Leticia, basta decir que cerca del mercado hay mas de 20 pequeños locales dedicados al cambio de monedas: pesos colombianos, cruzeiros brasileños, nuevos soles peruanos, y los dólares. Ningún otro lugar de la frontera es así, y en Benjamín Constant, cruzando el río, es casi imposible comerciar con divisas.
Parte importante de ese movimiento económico proviene de actividades como la venta de los pescados del río Amazonas, ya que existen varias compañías que lo congelan y comercializan en grandes cantidades hacia otras partes de Colombia y el mundo. También de los cultivos de alta cotización, como la pimienta.
Como todos los lugares que se debaten con la realidad, Leticia también está llena de mitologías, que a veces existen de veras. Como la enorme casa, o la hacienda misteriosa, que todos atribuyen a un narco. O como los cuentos sobre el gringo que ahora está preso, pero en otra época tuvo barcos que trajeron al pueblo una discoteca desde Miami pedazo a pedazo.
También dicen que el nombre lo puso un ingeniero, cuya novia se llamaba Leticia Smith. Además está el guía conocido como Alberto, un tarzán moderno que salió en televisión cuando recorría decenas de kilómetros del río nadando, o los gringos que según el decir de la gente aparecen a veces por el pueblo y pertenecen a una base secreta de la DEA estadounidense.
En el zoológico, don Luis lucha para mantener la colección de animales del Amazonas. Algunas tardes, el y sus ayudantes usan palos para empujar varios kilos de carne dentro de una boa demasiado letárgica para alimentarse sola. "Si no, se muere", asegura el encargado del parque.
Taxis Volkswagen recorren unos 2 km de la avenida Internacional hasta Tabatinga, donde hay menos asfalto, menos luz, menos agua, y mas pobres. También hay mas bares.
Al igual que otros puntos amazónicos, Tabatinga y Benjamín Constant reciben inmigrantes de otras zonas mas pobres de Brasil, y eso determina su crecimiento. En este caso, es indudable que la posibilidad de negociar con Colombia abria muchas puertas en alguna época, y sigue ofreciendolas. La mayor parte de los pescadores brasileños de este sector del río, por ejemplo, vende sus capturas en Leticia.
A mediodía un sol inclemente acecha las calles de este confín brasileño. "Aquí la vida es dura, mucho mas que en las ciudades", dice Cosme, dueño de un bar donde vende cerveza y guaraní. Pero también comenta que todo el mundo come, al menos pescado, platano, yuca, frutas.
Un barco de unos 20 metros de largo, con motor a popa y barandas a los costados, del tipo que en Brasil llaman "recreio", cruza el río hasta Benjamín Constant, desde donde zarpan otros barcos hacia la gran ciudad, Manaus.
Las calles de Benjamín... también son polvorientas aunque es evidente que el lugar está más consolidado. Aquí y allí queda insinuada la presencia militar (después de todo, es una frontera). Y en las cuadras principales el movimiento se concentra en torno a las tiendas de inmigrantes arábigos, o de sus hijos: verdaderos bazares al estilo medioriental donde se puede comprar casi de todo. Y todo vuelve a desembocar en el emcarcadero, desde donde la mirada hurga nuevamente el Amazonas.
Justo al frente, cerquita, está Islandia, el caserío fronterizo del Perú, donde ondea una bandera hecha jirones. Da la impresión de que el río podría llevarse esa punta de tierra en cualquier momento. Esa precariedad también existe en la única y ruinosa calle de Puerto Alegría, un poco mas allá, donde la pobreza está impresa en el rostro de personas que todos los días toman un bote para ir a otro país en busca de sustento, pues el suyo propio está muy lejos.
En las tres fronteras del Amazonas todos los poblados son diferentes, tienen distintas fidelidades y patrias, pero ninguno de ellos puede evadir el destino de vivir al lado del río.
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