Cuaderno de navegaciones amazónicas - V

martes, 30 de diciembre de 2008

Nostalgias y decadencias

Una famosa ciudad fue levantada en medio de la selva amazónica, donde se unen dos grandes ríos. Manaus. Su pasado delirante huele a caucho y grandes fortunas. El presente, a industrias, zona franca y recesión. Es una gran aglomeración urbana donde no faltan las nostalgias, ni la decadencia.

© Luis Antonio Córdova

En la amazónica ciudad de Manaus existe un gran salón con dos espejos franceses colocados frente a frente. Quien se pare al medio podrá verse proyectado hasta el infinito rodeado por lámparas rococó y muebles de terciopelo rojo, pero aún así será difícil comprender las fuerzas ocultas del delirio que provocó esta aglomeración urbana en la selva.
El Teatro de la Opera, los grandes hoteles, las industrias, la zona franca. Los recuerdos: las fuentes y las glorietas de las plazas que son verdaderas maravillas, o los palacios. O las realidades: autobuses que se aglomeran en las avenidas, legiones de vendedores callejeros, casas y edificios hasta donde llega la vista.
En la Manaus de fines del siglo XX abundan las señales de la decadencia, un proceso al que la crisis económica le da nuevos bríos. Por toda la ciudad se pueden ver los viejos edificios de la esplendorosa época del caucho, a menudo deteriorados e irreparables. Al mismo tiempo circulan tenebrosos análisis sobre las perspectivas financieras de este centro industrial.
Los barcos procedentes del alto Amazonas, llamado Solimoes aquí en Brasil, abandonan ese curso de agua y se introducen por la inmensa boca del río Negro para alcanzar poco después, en una de sus orillas, al inmenso accidente urbano de la ciudad.
El cambio de paisaje es total, pues en los ríos la mayoría de los centros habitados son comunidades, pueblos o pequeñas ciudades que aún no han roto la barrera de la ruralidad. Pero Manaus es como cualquier otra gran metrópoli, llena de edificios, y el hecho de que esté construida en medio de una jungla parece sólo un sueño cuando uno se enfrenta al tráfico vespertino en el centro.
Las visiones de Manaus comienzan a orillas del río Negro, un caudal cuyas aguas amarillentas dan la impresión de estar en una permanente penumbra. Todo el frente de la ciudad es un largo embarcadero con decenas de barcos de todos los tamaños, e innumerables canoas y botes. Además hay un gran muelle flotante.
Cerca del puerto está la parte más antigua de la ciudad, y también la activa área comercial de Manaus, que desde 1967 es una zona franca. Por esta razón la ciudad experimentó el surgimiento de industrias, atrajo muchos visitantes y ha tenido sus momentos de auge económico. Así también se reforzó el proceso de crecimiento de Manaus, pues muchos llegaron en busca de trabajo.
Pero en medio de los edificios antiguos, esa economía también registra signos de decadencia. Se habla de crisis para la zona franca, con descensos estrepitosos en la facturación, en la producción, y en la importación. Sólo aumentó el desempleo.
El paisaje urbano incluye numerosos edificios de apartamentos, oficinas y hoteles, zonas residenciales de clase media y alta, una gran cantidad de barrios populares, y también las favelas de los más pobres.
La ciudad de Manaus existe desde fines del siglo XVII, y en ese pasado fue un bastión para las fuerzas portuguesas en sus escaramuzas con los españoles. Pero el verdadero florecimiento, y tal vez su condena, se produjo durante el siglo XIX, alimentado por la producción de caucho o goma.
El comercio del caucho creó la leyenda de la ciudad rica en medio de la selva, una especie de El Dorado en plena revolución industrial. El dinero fluía hacia Manaus, donde vivían las grandes familias y tenían su sede las compañías encargadas de la extracción del entonces precioso producto vegetal.
Ya es parte de la historia que los ricos mandaban a lavar su ropa a Lisboa, que se consumía más Champagne que en París, que los adoquines de las calles principales eran traídos de Portugal, y el edificio de la aduana de Escocia.
Para confirmar la existencia de una época así, aún quedan maravillosos restos arquitectónicos y, por supuesto, existe el famoso Teatro de la Opera, a unas 10 cuadras de la zona del embarcadero.
El teatro es en si mismo una leyenda: construido sobre una estructura de hierro fundido, tiene lamparas, muebles y cuadros traídos especialmente de Francia o Portugal, mosaicos de Alsacia recubren su cúpula, un pintor italiano fue contratado en Padua para hacer los murales.
Este teatro reabrió en 1990 tras una cuarta restauración, así que ahora se puede visitar. E incluso entrar al exquisito Salao Nobre, con sus dos espejos franceses, donde la burguesía cauchera hacía sus fiestas sobre un piso formado por miles de piezas de maderas preciosas de la selva, encajadas milimétricamente unas con otras.
Durante una visita al teatro, una compañía de danza moderna ensaya sobre una pieza del músico africano Salif Keita. Los tiempos han cambiado, y no hay mucha ópera a la vista, aunque también es cierto que nunca hubo demasiada acción lírica.
Según la historia del teatro, sólo compañías de media y baja categoría aceptaban aventurarse hasta el medio de la selva, e incluso esto se habría paralizado después que miembros de una agrupación contrajeron fiebre amarilla. Caruso, por cierto, nunca actúo allí. Pero claro, todo esto forma parte de la tenue división entre leyenda y realidad.
Fuera del teatro las huellas de esa época desquiciante y lujosa se encuentran en edificaciones sembradas en una amplia área de la ciudad. Los edificios grandes, como el Palacio del Río Negro, iglesias, algún club deportivo, suelen estar en buen estado. En cuanto a las casas, su grado de conservación es variable.
Algunas están casi destruidas. Otras están conservadas y bien pintadas, muchas de ellas convertidas en establecimientos comerciales. Las construcciones tenían ventanas largas con puertas de madera, rejas, pequeños jardines.
La mayor cantidad de edificaciones antiguas subsiste en torno al puerto, una zona con callejuelas llenas de hoteles baratos, almacenes al por mayor, vendedores ambulantes, mutilados y pordioseros, prostitutas, navegantes, viajeros, guías turísticos y pequeños restaurantes.
Es como casi todos los puertos, sólo que también tiene el enorme mercado de Manaus, una hermosa estructura de hierro forjado donde se venden las frutas y los pescados más increíbles, se ponen vacunas contra la fiebre amarilla, se compran artesanías indígenas, o simplemente se sienta uno a tomar cerveza y a mirar el río Negro lleno de barcos.
En medio de ese escenario romántico del puerto amazónico, comienza y termina la visión de Manaus. Pese a tanta realidad, es difícil dejar de creer que no sea un espejismo, o algo más delicado aún, una nostalgia.

Nota para el lector: Manaus está ubicada en el río Negro, casi donde éste desemboca en el Amazonas. Se puede llegar por avión desde Miami, Caracas, Panamá, La Paz y Bogotá, y además existen conexiones aéreas con todas las principales ciudades brasileñas. Por barco, Manaus es el destino final de casi todas las rutas de navegación en los alrededores del Amazonas brasileño. Por tierra, existen autobuses que bajan desde Venezuela por una carretera recientemente asfaltada. Otra carretera, precaria y a menudo inutilizable, va hacia Porto Velho, en el Mato Grosso brasileño. Las otras vías terrestres son un camino muy difícil hacia Guyana, y una vía de poco mas de 200 kilómetros a la vecina ciudad de Itacoatiará.

0 comentarios: