Los Tercios Españoles : El mejor ejército del mundo ( V y última )

martes, 20 de enero de 2009

Rocroi: ¿el fin de un mito?

La Batalla de Rocroi, el 19 de mayo de 1643, marcó un antes y un después en la legendaria historia de los tercios españoles. Fue una auténtica derrota moral, en mitad de la Guerra de los Treinta Años, que sumió en el desconcierto y el desánimo a los soldados, hasta el punto de impactar en todo el continente deshaciendo el mito de que los Tercios españoles eran invencibles.

Los Tercios que sitiaban la ciudad francesa de Rocroi, partieron con varias desventajas al enfrentarse con las tropas que aparecieron para auxiliar la plaza sitiada. Lucharon, para empezar, en inferioridad numérica, y otro de los errores que sufrieron fue su imprevisión o su exceso de confianza ante un enemigo que subestimaron, cuando un simple espía habría podido detectar la llegada de las fuerzas galas. La hegemonía francesa en Europa estaba decidida a partir de aquel episodio, aunque la derrota no fue tan abrumadora como la propaganda francesa ha hecho creer siempre, dado que los Tercios recuperaron otra vez Rocroi y siguieron igualmente combatiendo en Flandes durante la segunda mitad del siglo XVII.

Para enviar sus refuerzos a la zona, España tuvo que poner en funcionamiento el llamado Camino Español, un itinerario vital que discurría por ruta terrestre (la marítima estaba cortada por ingleses, franceses y holandeses) desde el Milanesado a través del Franco Condado, Alsacia, Alemania, Suiza y Lorena hasta llegar a Flandes. El duque de Alba (1507–1582) fue el primero que utilizó este recorrido en 1566, y fue tan exitoso que logró mantenerse hasta 1622. Fue en ese año cuando Francia logró estrangular el Camino llegando a un pacto de intereses con el duque de Saboya, que se alió con los galos para evitar el paso de tropas hispánicas por su territorio. Este hecho obligó a los españoles a buscar una nueva alternativa, y la encontraron en un itinerario que discurría algo más al este, partiendo también de Milán y cruzando los valles suizos de Engadina en los Grisones y Valtelina hasta Landeck, en el Tirol, y de ahí, bordeando el sur de Alemania, cruzaba el Rin por Breisach y alcanzaba los Países Bajos por Lorena. Este segundo Camino Español aguantó hasta que los franceses invadieron la Valtelina y Alsacia y ocuparon también Lorena. Se intentó entonces arribar a la costa de Flandes por vía marítima desde los puertos gallegos y cántabros, pero la derrota naval en la batalla de las Dunas sentenció definitivamente el eje vital que permitía al Imperio avituallar sus efectivos en Flandes. La última victoria de los Tercios sería en la batalla de Valenciennes (1656), frente a los franceses.

Otros historiadores dan por más grave la derrota terrestre y naval que sufrieron los españoles en la batalla de las Dunas de Dunkerque (1658), donde el mariscal francés Turenne tuvo el apoyo de la flota inglesa del dictador Cromwell en la costa flamenca.

El declive militar del Imperio Español era ya visible a consecuencia de la falta de replanteamiento de estructura y de instrucción de los Tercios, que habían quedado inevitablemente obsoletos ante unas rápidas renovaciones de armamento que ya seguían muy por delante tanto Francia como Holanda o Inglaterra. España había sufrido una sangría imparable de dinero, hombres y todo tipo de recursos con tal de aniquilar a los protestantes y mantener sus dominios de Flandes e Italia frente al expansionismo holandés y francés. Las bajas de los combates, las enfermedades, las deserciones, causaron que el organigrama de los Tercios se viniera totalmente abajo. Era imposible sufragar una renovación de técnicas y armamento porque el déficit, que tragaba todo el oro y casi toda la plata que cada vez costaba más extraer de las colonias americanas españolas (se iba agotando), resultaba simplemente demoledor. El Tercio era una tropa muy cara, y dado que la economía de los reinos hispánicos estaba demasiado descentralizada y no tenía intereses fáciles de conciliar, los Austrias menores (Felipe III, Felipe IV, Carlos II) cada vez lo tuvieron peor para lograr un pacto económico con las Cortes de cada Estado del que eran reyes. Los banqueros del rey solían adelantar el dinero en forma de préstamo, pero cuando el dinero del Estado se acababa, los banqueros cerraban su bolsa y las consecuencias eran irremediables. La guerra en Flandes, por ejemplo, duró de 1568 a 1609 y de 1621 a 1648 (Paz de Westfalia), con tan sólo un frío interludio con la Tregua de los Doce Años que logró Felipe III. Ese conflicto devoró durante más de 80 años el Tesoro Real para nada: las Provincias Unidas se independizaron del Imperio y fueron compensadas con dos provincias más (al norte del río Escalda, lo que arruinó la salida fluvial de Amberes), aparte de las colonias que ya había ocupado en las Indias Orientales.

Tras 1648 fue Francia la que invadió paulatinamente territorios al sur, acabando por forzar en 1659 la Paz de los Pirineos, que supuso ya la pérdida de una parte considerable de territorios al sur y al este de Bélgica. Y España tenía frentes abiertos con casi todas las potencias: franceses, ingleses, holandeses, protestantes alemanes y suecos.

Los banqueros genoveses y los mercenarios extranjeros que apoyaban a los ejércitos hispánicos, cada vez exigían prestaciones más elevadas, viéndose la Corona ahogada ya de por sí en el despilfarro de la Corte, la falta de visión política de los monarcas y sus cada vez más incompetentes validos, y en una serie de interminables guerras que asolaron Europa hasta hundir del todo la política de un imperio multinacional y católico como era el de los Austrias.

Bajo el reinado de Carlos II el Hechizado continuaron los ataques franceses para acabar con lo poco que quedaba del Flandes hispánico. Mediante la Paz de Aquisgrán (1668), España volvía a perder plazas en la región. Cinco años más tarde, Luis XIV propuso intercambiar Flandes por el Rosellón y la mitad de la Cerdaña, comarcas perdidas al norte de los Pirineos en 1659, pero Carlos II se negó en redondo, lo que significó nuevamente el estallido de la guerra. La Paz de Nimega volvió a mermar los dominios hispánicos, que acabaron desapareciendo a principios de siglo XVIII con la Paz de Utrecht que ponía fin a la Guerra de Sucesión Española entre Felipe V y el archiduque Carlos de Austria por el trono español. El Sacro Imperio fue el nuevo dueño de Flandes en lo sucesivo, de modo que Austria tomó el relevo de España en una lucha que había durado casi 150 años de estériles esfuerzos.

Legado

Aunque Felipe V disolvió el Tercio en su reforma de 1704, este nombre se conserva aún hoy día en unidades tipo regimiento de la legión y de la infantería de marina españolas, heredera esta última de los viejos tercios de mar. Con la llegada de los Borbones se impuso el modelo francés de ejército, que se desarrolló durante el siglo XVIII. Oxidados y acabados, los Tercios fueron suprimidos. Felipe V los sustituyó por regimientos al mando de coroneles, según los modernos modelos francés, prusiano y austriaco, aunque la vieja cruz de San Andrés ondea aún como insignia de la mayoría de las unidades de infantería española.

En la actualidad diversas unidades de las Fuerzas Armadas Españolas conservan el nombre de Tercio. En la Legión encontramos el Tercio «Juan de Austria», el Tercio «Alejandro Farnesio», el Tercio «Gran Capitán» y el Tercio «Duque de Alba».[1]

Por otra parte en la Armada Española la Infantería de Marina se organiza en Tercios. Su unidad expedicionaria principal es el Tercio de Armada, heredero directo de los Tercios Viejos de Armada o Tercios del Mar de Nápoles. El resto de la Infantería de Marina se organiza en otros tres Tercios de guarnición denominados Tercio del Sur (San Fernando), Tercio del Norte (Ferrol) y Tercio de Levante (Cartagena). Estos tres tercios forman junto a las Agrupaciones de Canarias y Madrid las Fuerzas de Protección. Las banderas e insignias de los Tercios españoles continua siendo la antigua cruz borgoñona o de San Andrés que portaban los Tercios del emperador Carlos.[2]

Anécdotas de los tercios

Milagro de Empel. Patronazgo de la Inmaculada Concepción

En la actualidad, la patrona de la Infantería Española es la Inmaculada Concepción. Este patronazgo tiene su origen en el llamado Milagro de Empel durante las guerras en Flandes.

El 7 de diciembre de 1585, el Tercio del Maestre de Campo Francisco de Bobadilla combatía en la isla de Bommel, situada entre los ríos Mosa y Waal, bloqueado por completo por la escuadra del Almirante Holak. El bloqueo se estrechaba cada día más y se agotaron los víveres y las ropas secas.

El jefe enemigo propuso entonces una rendición honrosa pero la respuesta española fue clara: «Los infantes españoles prefieren la muerte a la deshonra. Ya hablaremos de capitulación después de muertos». Ante tal respuesta, Holak recurrió a un método harto utilizado en ese conflicto: abrir los diques de los ríos para inundar el campamento enemigo. Pronto no quedó más tierra firme que el montecillo de Empel, donde se refugiaron los soldados del Tercio.

En ese momento crítico, un soldado del Tercio que estaba cavando una trinchera tropezó con un objeto de madera allí enterrado. Era una tabla flamenca con la imagen de la Inmaculada Concepción. Anunciado el hallazgo, colocaron la imagen en un improvisado altar y el Maestre Bobadilla, considerando el hecho como señal de la protección divina, instó a sus soldados a luchar encomendándose a la Virgen Inmaculada:

«Este tesoro tan rico que descubrieron debajo de la tierra fue un divino nuncio del bien, que por intercesión de la Virgen Maria, esperaban en su bendito día».[3]

Un viento completamente inusual e intensamente frío se desató aquella noche helando las aguas del río Mosa. Los españoles, marchando sobre el hielo, atacaron por sorpresa a la escuadra enemiga al amanecer del día 8 de diciembre y obtuvieron una victoria tan completa que el almirante Holak llegó a decir: «Tal parece que Dios es español al obrar, para mí, tan grande milagro».

Aquel mismo día, entre vítores y aclamaciones, la Inmaculada Concepción es proclamada patrona de los Tercios de Flandes e Italia, la flor y nata del ejército español.

Sin embargo, este patronazgo se consolidaría cuarenta años después de que en la bula Ineffabilis Deus del 8 de diciembre de 1854, se proclamase como dogma de fe católica la Concepción Inmaculada de la Virgen Santísima.

Irse a la porra

El sargento mayor de cada Tercio dirigía los compases de sus hombres moviendo un gran garrote, una especie de antecedente de la batuta de orquesta que recibía el explícito nombre de porra. Cuando una columna en marcha hacía un alto prolongado, el sargento mayor hincaba en el suelo el extremo inferior de su porra distintiva para simbolizar la parada. En su inmediación se establecía rápidamente la guardia, encargada de custodiar los símbolos más preciados del Tercio: la bandera y el carro donde se llevaban (cuando había) los caudales. También quedaban bajo su vigilancia los soldados arrestados, que durante ese descanso debían permanecer sentados en torno a la porra que el sargento había clavado al principio. Eso equivalía por tanto a «enviar a alguien a la porra» como sinónimo de arrestarle. Esta irónica pero curiosa locución tuvo bastante éxito, por lo que pasó a engrosar la riqueza léxica del español originando el actual y despectivo «¡vete a la porra!».

Expresiones de Flandes

Otras expresiones directamente relacionadas con las guerras de Flandes y los Tercios han marcado profundamente la lengua española. Por ejemplo, en el caso de frases tan comúnmente usadas por los hispanohablantes como «Se armó (o se armará) la de San Quintín» (que alude a la batalla que tuvo lugar el día de San Lorenzo —10 de agosto— de 1557, ganada por las armas españolas de Felipe II contra los franceses, y en la que los Tercios estuvieron dirigidos por Manuel Filiberto, duque de Saboya) o «pasar por los bancos de Flandes» (que significaría superar una dificultad, lo que vendría de su similitud con una zona peligrosa en el mar de Flandes, las casas bancarias flamencas y los muebles fabricados con pino de Flandes).

Recordemos, también, la que expresa «poner una pica en Flandes» (como sinónimo de algo sumamente dificultoso o costoso, refiriéndose a los gastos y esfuerzos que suponía el envío de los Tercios). Cervantes usó (y tal vez legó definitivamente al español) varias expresiones similares en El Quijote: la expresión que utiliza el personaje de Sancho Panza cuando afirma que «pues si yo veo otro diablo y oigo otro cuerno como el pasado, así esperaré yo aquí como en Flandes», lo que equivale a decir «en cualquier parte».

Finalmente, la expresión «en Flandes se ha puesto el sol» proviene del título de una obra teatral firmada por Eduardo Marquina (1879–1946), y viene a simbolizar el ocaso del poderío hispánico en los Países Bajos tras la crisis económica y social que desataron los conflictos bélicos y religiosos durante más de dos siglos.

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