DON ZACARIAS ( de MIGUEL LOPEZ DELGADO) 10

sábado, 25 de abril de 2009

Don Zacarías sonrió. Ante el enemigo común la gente suele unirse olvidando sus rencillas internas y diarias. Hacia el final de la calle divisó el cura a un hombre sentado en un silla apoyada sobre sus patas traseras y con el espaldar sobre la fachada de una casa. La ajada mascota marrón echada hacia delante ocultaba prácticamente los ojos del hombre pero sus holgados pantalones y chaqueta de pana, también marrones y con brillos en las zonas gastadas por el roce, atestiguaban que se trataba de uno de los capataces de la mina. Esto último quedaba confirmado por el par de botines de piel, lustrados con grasa de caballo, que calzaba apoyando lo piés en el travesaño de la silla, y por la presencia de un bastón barnizado cuya empuñadora sujetaba el hombre con las dos manos, nudosas y llenas de pecas, mientras jugueteaba con él pasándolo de un lado a otro de sus rodillas. El hombre debía frisar los sesenta años y, cuando percibió el rumor del revolotear de la sotana de Don Zacarías, se echó hacia atrás la mascota, empujándola con la empuñadura del bastón, para poder ver quién se acercaba.

Don Zacarías, que había llegado a su altura, se detuvo y contempló al hombre durante unos instantes. Tenía la tez reseca y curtida por mil soles recibidos en la corta en la que comenzó a trabajar cuando aún era un niño; en la enjuta cara brillaban dos vivaces ojillos escondidos en lo más profundo de las cuencas y arropados por pliegues macilentos de piel que derivaban hacia las comisuras de una boca adornada con un fino bigotillo ya cano; en la sotabarba aparecían dos tensos tendones, que desaparecían en el interior de la tirilla de la camisa abotonada hasta arriba, y, entre ellos, la nuez subía y bajaba cada vez que el hombre tragaba saliva.

- ¡ Buenas tardes, Fermín ! – manifestó el cura al tiempo que se aproximaba hasta él - ¿Qué?. ¿Sesteando al fresco?.

- ¡ Buenas tardes tenga usted, señor cura ! – dijo el hombre al tiempo que, reincorporándose en la silla, la hacía caer hacia delante hasta quedar apoyada sobre sus cuatro patas – La siesta ya la hice en la cama tras el almuerzo; ahora....¡ descansaba de élla!. Y a usted, ¿qué le trae por aquí?.

- Sencillamente paseaba por el gusto de ver a mis feligreses -repondió Don Zacarías en cuya memoria ya quedaba muy lejos el incidente del cristal apedreado – Y parece que bien pocos me quedan porque, aparte de unos críos y a usted, no he visto a nadie más en toda la calle.

- ¡ Pués no le alabo el gusto, Don Zacarías – respondió Fermín - ¡ Para lo que hay que ver aquí !. Hambre, pobreza y miseria, Don Zacarías, mucha miseria. La gente prefiere estar en sus casas antes que airear sus penas por ahí.

- ¡ Hombre !. Algo bueno también habrá, ¡digo yo! – prosiguió el cura – Hay que dar gracias a Dios de que todos los días salga el sol y podamos levantarnos por la mañana, de que haya trabajo...

- ¡ ¿Trabajo?. Sí. Mucho y muy duro. Demasiado duro ! – cortó Fermín en tono áspero – Y con respecto a lo del sol, a muchos les amanece bajo tierra, en la contramina, y sin saber si saldrán de allí para ver el de ese día. Y el que lo vé desde la corta, acaba tan lleno de ese sol que se desespera por que llegue la noche para calmar el ardor de la espalda achicharrada y partida por el zafreo.

- Hay mucha dureza en el tono que empleas – observó Don Zacarías – Y puedo decirte que no eres el único que lo usa. Se vé que las cosas no van bien en la mina. ¿Qué ocurre allí Fermín? ¿Porqué tanta desesperanza?.

- ¡ Esto se acaba, señor cura ! – contestó Fermín con apasionamiento - ¿Sabe usted lo que eso significa, Don Zacarías?¿Se lo imagina siquiera?. Yo he nacido aquí, a los piés de ese cerro maldito, el Padre Caro le puso alguien, supongo que para que se compadeciese de los que iban a partirle las entrañas buscando el mineral; aquí me he criado y he jugado. He ayudado a abrir esa corta, tanto cuando el Padre Caro tenía gorro como cuando no, pasando mil y una penalidades. Aquí he formado una familia y aquí han nacido mis hijos. Aquí me gustaría morir: en la Peña Hierro. Me han pagado, sí; he tenido mucha suerte de no caer en ningún accidente y, créame Don Zacarías, he visto muchos y muy malos, otros escaparon peor y se quedaron en la mina: aplastados, descuartizados o volados por los aires. Pero no, las cosas se tornan de otra forma; el mineral dicen que se acaba y con el poco que queda quieren acabar lo antes posible para irse a explotar otro sitio y a otras gentes. Pero nosotros no tenemos otro sitio adonde ir..... ¿Es que la entrega de tantas ilusiones, de tantos esfuerzos, de tantos sufrimientos y tantas vidas queda saldada solamente con el salario, señor cura?. Yo creo que no; tiene que haber algo más....una compensación más justa.....pero no estoy seguro cual puede ser, Don Zacarías, no estoy seguro.

Fermín quedó repentinamente silencioso y Don Zacarías, sorprendido por el aluvión de palabras vertidas por el capataz normalmente parco en su uso, parecía meditar sobre el contenido de lo escuchado. Aquello concordaba perfectamente con lo oído de labios de Domingo y, si era verdad como parecía, la cuestión era grave. Significaba la desaparición de Peña Hierro como poblado y, a parte el problema de buscar un nuevo trabajo, había que tener en cuenta que existía mucha gente que allí tenía su cuna, sus raices....su vida en suma.

- ¡ Pero hay una nueva masa de mineral, el filón Santa María ! – objetó Don Zacarías – La explotación de ese filón llevará bastantes años Fermín. Tal vez, mientras tanto, se descubran otros y Peña de Hierro seguirá existiendo.

- - ¡ No, Don Zacarías, no será así ! – dijo categórico el capataz – La nueva galería, la Santa María, ¡ es una locura !; acabará hundiendo la contramina....y desgraciado del que coja. Allí no hay mineral, ahí abajo no hay nada. La compañía dice que sí, que hay mineral, que los sondeos lo demuestran pero yo no lo creo....yo conozco la mina, señor cura, y la galería no vá a ninguna parte; solamente quieren acabar con la mina.

- Pero Fermín, ¿ tú sabes la barbaridad que estás diciendo? – replicó el cura - ¡ Claro que lo sabes, no eres tonto ni mucho menos y sabes de lo que estás hablando ! – se respondía Don Zacarías a sí mismo – Si es como tú insinúas, en cualquier momento puede producirse una catástrofe que cueste muchas vidas......¡ sería terrible ! ..

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