DON ZACARIAS ( de MIGUEL LOPEZ DELGADO) 12

domingo, 3 de mayo de 2009

El inicio del suministro eléctrico era casi una señal convenida para que la gente retornase a sus casas, dispuestos a cenar. Excepto algunos clientes recalcitrantes de la taberna, que permanecieron impávidos ante sus cuartillos apurándolos sin prisas, el resto de la gente comenzó un movimiento tranquilo pero incesante para retirarse a sus hogares. Don Zacarías vió acompañado la parte final de su paseo por el poblado con este flujo incesante de personas que sosegadamente entraban en sus casas. Se cerraban puertas y ventanas por cuyas rendijas escapaban finas líneas de luz y un incipiente olor a pescado frito que comenzaba a invadir el espacio aéreo. Las sensibles fosas nasales del cura se dilataron, en su estómago habían cesado ya los efectos del cocido.

Don Zacarías iba sumido en un mar de dudas y, al dejar atrás las últimas casas del poblado, respiró aliviado sabiendo que, a partir de ahí, podría concentrar sus pensamientos en lo que le interesaba sin ser interrumpido por nadie. Redujo la velocidad de su marcha debido a la oscuridad reinante y, aunque conocía de memoria cada piedra suelta del camino a su casa, de vez en cuando, tanteaba con el pié antes de afirmarlo para evitar cualquier mal paso. El cura se pasó la mano por la cabeza y se despojó de la boina; inmediatamente notó sobre la parte superior de la blanca calva los efectos refrescantes del relente de la noche. Haciéndo girar la boina entre las manos, alzó la mirada instintivamente hacia el cielo y vió el refulgir parpadeante de las estrellas a medida que las negras ramas del eucaliptal se iban interponiendo entre él y los astros. Del romero, la torvisca y el zarguarzo se elevaba un aroma, entremezclado con el de la hierba tierna, que refrescaba los pulmones. Los grillos comenzaban a dejar oír su nocturno allegro. El alma de Don Zacarías se ensanchó y se calmó.

Era inevitable que el cura tuviera uno de sus monólogos con su Dios; todo le inducía a éllo: tenía un problema que le sobrepasaba, tenía tiempo hasta llegar a su casa, donde cuestiones más prosáicas le abordarían, y, lo fundamental, había paz en los alrededores, una paz que lo inundaba todo.

- ¡ Oyeme Dios, por favor ! – comenzó Don Zacarías según su formula introductoria ritual – Este asunto sí que es asunto tuyo; éste es grande. Ya sé que muchas veces te doy la tabarra con cosas de poca monta con las que no tengo que distraer tu atención... ¡ pero ésta es gorda.... puede haber vidas en juego, Dios ! -

El cura se interrumpió como si esperase una contestación de Dios e incluso le pareció oír: - ¡ Está bien Zacarías, está bien ! . Si tú dices que es importante lo será. Habla que te escucho atentamente. – Sonrió y deshechó la idea pero estaba seguro de que su interlocutor oía, aunque no se tomase la molestia de responder a un humilde siervo como él.

- La cuestión se resume así: la empresa minera quiere marcharse de Peña de Hierro y para conseguirlo facilmente está dispuesta a derrumbar la mina simulando un accidente. El problema está que en ese accidente va a morir gente porque en la contramina hay mineros trabajando las veinticuatro horas del día. Y por ahí ¡ no podemos pasar !. ¿No es así Dios?.-

Nueva interrupción en espera de respuesta que evidentemente no se produjo. Pero Don Zacarías, lejos de desanimarse por éllo, continuó analizando el asunto con nuevos y redoblados bríos.

- Y para postre tenemos que, si la mina cierra, la gente de Peña de Hierro se queda sin trabajo y éso, como Tú ciertamente ya sabes, significa hambre. Tendrán que marcharse de aquí, muchos son ya viejos para encontrar un nuevo trabajo y reconstruir sus vidas en otros lugares; éso sin tener en cuenta que tienen aquí sus raíces y Tú y yo sabemos que es lo que ocurre cuando la gente se desarraiga: desesperación, melancolía y descarrío o muerte . – el cura detuvo sus pensamientos para recuperar el resuello mental y se estremeció ligeramente al paso de una algodonosa lechuza solamente entrevista en su vuelo; reanimado, continuó. – El asunto es ¿qué puedo hacer yo frente a la empresa ?. Seguramente habrán tomado toda clase de precauciones para que sus intenciones no puedan ser demostradas y, además, es muy poderosa, tiene influencias. Dios, ¿quién escucharía a un pobre cura rural, viejo y terco como una mula, denunciando ésto?. ¡Claro, ya sé que Tú me escuchas !. Pero por lo general Tú me escuchas y callas; yo lo tengo que hacer todo aquí abajo....No, no me quejo y sé que, aunque todo lo tenga que hacer yo aquí, Tú lo dispones allí......pero es duro.

Don Zacarías descendía por el cerrete que daba vista a su casa; la noche era allí boca de lobo en cubíl de oso y, a pesar de éso, sus pasos se apresuraron. En un santiamén se encontraba en el pasillo, enlosetado con lajas de pizarra azul, que atravesaba el jardín delantero; antes de entrar en la vivienda se volvió a mirar nuevamente hacia el cielo que, sin las interferencias ahora del eucaliptal, parecía un lago de terciopelo azul ultramar repiqueteado con remaches de plata; un meteorito cruzó dejando su estela de polvo diamantino y desapareció.

- ¿ Y si Domingo y Fermín estuviesen equivocados ?. Todo pudieran ser imaginaciones suyas. Domingo es corto de entendederas pero Fermín es más fino y generalmente sabe lo que se hace. – Prosiguió el cura absorto en su contemplación celestial – Dios, creo que debemos ser prudentes; lo primero que haré será hablar con el director de la mina, tantear el terreno..¡ no vayamos a meter la pata, como otras veces, por irnos de ligero !.¿Qué?. ¿Cómo dices?. ¡Ah, sí, claro!. El “echao p’alante” soy yo pero Tú bien podías darme un aviso de vez en cuando al ver que me paso. En fín, lo dicho; mañana hablo con este hombre a ver que saco en limpio. ¡ Hasta mañana, si Tú quieres, naturalmente ! -

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