DON ZACARIAS ( de MIGUEL LOPEZ DELGADO) 17

viernes, 5 de junio de 2009

Don Zacarías no pudo evitarlo, una fuerza superior a él le impelió a visitar la casa que ya veía, en su imaginación, convertida en la iglesia de Peña de Hierro. Detenido ante la puerta, con las manos a la espalda, el cura inspeccionó la fachada. La humedad, empapando las lajas de pizarra del muro, la carcomía; un buen repellado lo solucionaría. El tabique central habría que tirarlo abajo para darle mayor capacidad; la ventana tendría que agrandarse para que entrase toda la luz posible. El altar, una humilde mesa de madera iría perfectamente bien. Haría falta una imagen del santo, ¿ó de la santa?, bajo cuya advocación se pondría el lugar; en este punto Don Zacarías preveía una futura polémica aunque él, personalmente, se decantaba ya por Santa Barbára, patrona de los mineros. En fín, ya se vería, tiempo habría para todo.

Las jaras y las torviscas le parecieron a Don Zacarías que ese día desprendían sus mejores olores desde que él las conocía; los eucaliptos mostraban los tornasoles verdeazulados más sorprendentes que el hubiese visto jamás y los pechuguitos, zarapicos, chamarines y jilgueros dejaban oír los más afinados trinos y gorgoritos que el cura se hubiese nunca podido imaginar. Tan solo cuando hubo llegado a su casa y, sentado en el taburete de eneas descansaba del camino en el patio, cayó en la cuenta de que se había dejado arrastrar por la alegría de lo terrenal olvidándose de sus relaciones con su supremo Jefe. Sabiendo que el sano disfrute de la vida en este mundo no estaba reñido, es más: hasta era obligatorio, con la mayor gloria de Dios, su Creador, se concentró para hablar con El.

- ¡ Que alegría, Dios, que alegría – musitó el cura – Hay que reconocer que te has portado espléndidamente. Has guiado mis pasos, y los de Don Lalín, por el mejor camino posible. Con ésto dispondremos de un lugar digno para darte las gracias como debe ser. Dios, no merecemos lo que nos otorgas......pero, bueno, si Tú los dispones así....muchas gracias por los puros y el Santoman ése....ha sido un detalle......Bien, no me abandones. Hasta luego. Voy a ver si queda algo para comer. -

Con la misma facilidad y rapidez con las que Don Zacarías había introvertido su atención, para entrar en contacto con su Dios, volvió a la realidad exterior y se centró en sus más inmediatas ocupaciones. Los días pasaron como suelen pasar en todos los lugares, cada veinticuatro horas; el cura procuraba mantenerse ocupado en todo momento pués, en cada rato en blanco, sus pensamientos caían y recaían en la casa que habría que transformar y los detalles del trabajo a realizar. Por lo tanto, Don Zacarías entró en guerra abierta con las malas yerbas del huerto que, en feroz y sudorosa batalla, fueron arrasadas no dejando ni una sola brizna dentro de la empalizada. Al cabo de cinco días, el cura observaba incrédulo como en la tierra cárdena del huerto se abrían paso unos blancos y tiernos brotes de yerba que volvían a la carga;consideró que la mala yerba era como el mal en el mundo y que la lucha debía ser constante: cavó nuevamente todo el huerto.

Cuando estaba dando fín a la nueva cava chorreaba en sudor. La mañana estaba mediada y el sol le daba de lleno en la espalda. Dejando el azadón clavado en la tierra, y llevándose las manos a los riñones, se enderezó para descansar el espinazo. Por el cerrete bajaba un hombre ataviado con uniforme de ordenanza de la empresa minera y que procuraba no rozarse con el monte bajo. Se acercó a Don Zacarías y, tras un breve saludo, le informó de que Don Lalín deseaba verle en las oficinas a la mayor brevedad posible. El cura salió disparado hacia la casa sin despedirse del hombre que, encogiéndose de hombros, se volvió por donde había venido.

Don Zacarías se lavó y refrescó en la jofaina del patio. Sacudió un par de veces la sotana antes de ponérsela y, con su inseparable boina encasquetada, se encaminó, pisando los talones al ordenanza, hacia las oficinas de la empresa.

Llegó con el resuello cortado y tuvo que detenerse unos momentos a la entrada del edificio para recuperarlo. Una vez repuesto entró con decisión y, dando unos alegres buenos dias al ordenanza de recepción que se quedó ligeramente amoscado, se dirigió directamente hacia el despacho de Don Lalín. Con el ¡Abrete Sésamo! de los golpes en la puerta, que había visto practicar a los empleados en su anterior visita, se introdujo en el imponente despacho del director.

Le recibió un exultante y eufórico Don Lalín que, casi sin saludo previo, lo hizo aproximarse a empellones hasta su mesa. Allí se extendían unos enormes formatos de un papel translúcido que evidentemente había estado consultando el director justo a la llegada del cura.

- ¿ Sabe usted qué es ésto, Don Zacarías ? – preguntó sonriente el director al tiempo que le mostraba los formatos de papel.

El cura echó un vistazo al primero de los pliegos y vió una maraña de líneas de diferentes gruesos que nada le decían. Con ojo dubitativos miró al director y nuevamente se puso a examinar los papeles levantándolos un poco para ver los siguientes; nada, aquéllo era incomprensible para él.

Don Zacarías, con cara perpleja, quedó contemplando el rostro rubicundo y distendido de Don Lalín quien, a su vez, miraba regocijado al cura.

- Esto que usted ve aquí - dijo el director - son los planos de una iglesia, de la futura iglesia de Peña de Hierro; ¡ de su iglesia, Don Zacarías !.

- ¿Quiere usted decir que estas líneas representan una iglesia, una iglesia nueva? - respondió el cura incrédulo.

- Efectivamente. Una iglesia nueva. - prosiguió Don Lalín - Una iglesia que, si usted y sus superiores la aprueban, construiremos a expensas de la Compañía en el lugar de Peña de Hierro que veamos más conveniente.

- Entonces....¿lo de la casa para transformarla?....ya no?...-preguntó el cura pareciendo no entender lo que le explicaban.
- ¡ Nada, hombre, olvídese de éso ! - respondió Don Lalín - por que ¿supongo que será mejor una iglesia nueva que no una casucha medio derruida por más que se arregle? ¿No lo vé usted así? -

- ¡ Naturalmente ! - contestó Don Zacarías respingando.

Don Lalín se entretuvo en ir explicando al cura, con todo lujo de detalles, la distribución que sus delineantes habían proyectado para la iglesia incluyendo una pequeña campana que repicaría desde lo alto de un minarete. La compañía minera correría con todos los gastos e incluso se ocuparía de todos los permisos oportunos; los contactos con la alta jerarquía eclesiástica los efectuaría Don Lalín para liberar a Don Zacarías de cualquier peso superior a sus fuerzas.

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