La Leyenda de Marsias y Apolo ( Mitología )

jueves, 18 de junio de 2009

la pugna artística entre Marsias y el mismo Apolo, el músico por excelencia. El caso es que el pobre Marsias se había topado con la doble flauta que Atenea se hizo para su entretenimiento y a la cual maldijo, por una cuestión de coquetería frente a las burlonas Afrodita y Hera, que apenas viene al caso, ya que se reían de ella al verla con la cara hinchada por el esfuerzo inhabitual de soplar el instrumento nuevo para la industriosa Atenea. Pues bien, al parecer quiso el destino que Marsias soplara la doble caña de hueso, sin nada esperar de ello, sólo por ver cómo era su sonido y quedó tan asombrado que ni él mismo podía dar crédito a sus oídos: la flauta de Atenea era melodía pura en sus labios.

APOLO LLAMA A LAS MUSAS

Si a Marsias le sorprendió lo bien que sonaba, a todos los que le oyeron con el maldito doble tubo perforado, les parecía un prodigio y así este buen hombre se transformó en atracción, se sintió famoso y fue a todos los lados tocando su flauta maravillosa. También a Apolo le llegó la fama del flautista, del que se decía que era el mejor de los músicos, tan bueno, si no mejor que el mismo Apolo. A un dios no se le puede ofender con comparaciones de tal calibre y nuestro músico supremo se acercó a oír a su rival, y no con las mejores intenciones. Oyó cómo sonaba la flauta de Marsias y oyó también cómo se enorgullecía el vanidoso Marsias de que le emparejasen con el dios. Apolo decidió dar una lección a su oponente y le retó a un combate musical, en el que quien ganara tendría el premio de hacer lo que quisiera con el vencedor. Para dar más realce a la prueba, llamó a las Musas como jurado de toda garantía; nadie mejor que ellas podrían calificar al músico entre los músicos. A las Musas no les quedó más remedio que tener que sancionar a los dos contendientes como los dos más grandes genios que se habían conocido, juicio que no fue del agrado de Apolo, pero al cual no se podía oponer en buena lid, así que Apolo pergeñó una treta para enredar a Marsias y darle su merecido. La trampa funcionó y debemos recordar que el pobre vanidoso hizo que se cumpliera la maldición de Atenea en su pobre persona, ya que se celebró la segunda ronda del certamen, con la condición de que cada uno de ellos diera la vuelta completa a su instrumento y siguiera abierto el juicio, ahora con la salvedad de que tenían que cantar al tiempo que manejaba la flauta Marsias y la lira Apolo. Realmente, las Musas tuvieron que decir que Apolo tocaba su lira y cantaba como el dios que era, mientras que el advenedizo rival se desgañitaba, tratando de soplar y cantar, alternativamente. Con la sentencia de las Musas en su contra, el desgraciado admitió la derrota y se entregó en manos de su vencedor, de quien no se podía esperar el perdón, precisamente. Y así fue, Marsias murió desollado a manos de Apolo y su piel se quedó clavada en un árbol, para escarmiento de los que quisieran presumir de ser mejores que los dioses. Pero, hasta en un caso como éste, el gran prestigio musical de Apolo no hubiera valido de nada de no haber quedado ratificado públicamente por la palabra final de una autoridad en arte como lo eran las Musas

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