A proa, sobre el tajamar y a un metro sobre la flotación, se instalaba el arma exclusiva de la galera, el espolón, una robusta pieza de madera y de hierro que sobresalía 3 o 4 metros desde la roda, con la que se embestía al contrario sirviendo además como puente de abordaje. Tras el espolón se encontraba la tamboreta, una pequeña cubierta triangular para maniobra de anclas y de garfios de abordaje y desde donde se cargaban los cañones montados en la corulla, un lugar más elevado que la tamboreta. Sobre los cañones estaba la arrumbada donde se apostaba la infantería que debía saltar al buque enemigo. Estos espacios constituían el castillo de proa, que estaba defendido por una amurada. Los cañones estaban instalados sobre cureñas fijas, alineadas con el eje del buque, por lo que la puntería se hacía maniobrando el buque. Normalmente había cinco o seis cañones a proa, los más gruesos en el centro, disparando proyectiles de 36 libras. A ambos lados de estas piezas se instalaban otros dos pares de cañones de 8 a 16 libras. La artillería se solía cargar con metralla o proyectiles de piedra caliza que, al impactar contra el buque enemigo, se quebraban actuando como metralla, ya que no se buscaba dañar al buque sino provocar el mayor número de bajas para luego pasar al abordaje. Para combatir, la galera ponía proa al enemigo y a unos 20 ó 30 metros se disparaba la artillería. A esa distancia no había tiempo para recargar las piezas y con el máximo de fuerza que daban los remos, se embestía e inmovilizaba al contrario con el espolón y los soldados pasaban al abordaje para entablar la lucha que decidiría el resultado.
A popa se encontraba la carroza, lugar reservado al jefe de a bordo. Entre la carroza y los talares había un espacio abierto que sobresalía por ambas bandas denominado espalda que constituía el vestíbulo de la carroza y en ella se situaban las escalas de acceso al buque. Detrás de la carroza, situados en una plataforma, los timoneles manejaban la caña del timón. Encima se instalaba la única luz de navegación, que consistía en uno o tres fanales dependiendo de la categoría de la nave. El casco estaba divido en unos quince comportamientos, el de más a popa destinado al capitán y el siguiente, la cámara que compartían los oficiales del buque. Galeotes y tripulación, soldados y artilleros, vivían al raso. Las galeras capitanas, que por razones de prestigio eran armadas personalmente por un comandante de escuadra, tenían algo más de eslora, instalándole unos cinco pares de remos adicionales y en las mayores, un tercer un palo y por supuesto, con una carroza mucho mayor y profusamente adornada.
Para aumentar la capacidad artillera de las galeras, un arquitecto naval veneciano llamado Bresano, ideó las galeazas, grandes galeras de hasta 1500 toneladas cuyo aparejo combinaba velas cuadras y latinas. Sobre la bancada de remeros se dispuso una cubierta donde se instalaban unas quince piezas de artillería por banda. Los costados se cerraban delante de los cañones con una amurada de dos metros mientras que los castillos de proa y popa montaban diez o doce piezas que cubrían todo el horizonte. El total alcanzaba unas cincuenta piezas de artillería con lo que, en teoría, se había creado un buque temible con el que se podía maniobrar con independencia del viento y con una gran potencia de fuego. En la práctica, las galezas resultaban pesadas y poco maniobreras, navegando mal a vela y a remo. De hecho, las galezas que participaron en Lepanto llegaron a la zona remolcadas por galeras.
Galeaza veneciana de hacia 1560
La armada de la Liga
En el puerto de Mesina se fueron concentrando galeras y naves procedentes de Barcelona, Valencia, Cartagena, Mallorca, Sicilia, Nápoles, Malta, Génova, Venecia, Corfú y Creta. España había enviado 90 galeras, 50 fragatas y bergantines y 24 naves de servicio, mientras que 12 galeras y 6 fragatas eran la aportación del Papa. Las naves de Venecia eran 106 galeras y galeotas, 6 galeazas y 20 fragatas.
El 23 de Agosto de 1571 llegó Don Juan de Austria, acompañado por Don Luis de Requesens quien actuaba como consejero en temas navales, para hacerse cargo de la armada y pasó revista a las naves junto con Veniero, el comandante veneciano. Las galeras españolas se encontraban por lo general en buen estado y bien equipadas de artillería. Sin embargo, muchas de las naves venecianas tenían el casco en mal estado por tratarse de buques viejos que habían salido de la reserva, mientras que las de nueva construcción lo habían sido con muchas tolerancias a causa de las prisas, a lo que se añadía que sus dotaciones eran escasas y mal disciplinadas. De los venecianos escribía Requesens: "La chusma es voluntaria y descuidada y a cualquier parte que llega sale a pasear por tierra; y si por mal tiempo es necesario levar anclas, es fuerza esperar a los remeros, estando en peligro de perderse en cualquier borrasca y ha de ser trabajo intolerable navegar en su compañía porque es cosa extraña lo que tardan en hacer cualquier cosa. Todavía si tuvieren gente de pelea, se tomaría lo demás en paciencia; esperan que les llegue de Calabria, pero yo temo que tardará demasiado y que no llegará la décima parte que ha de menester". Don Juan de Austria dispuso que cada galera llevara ciento cincuenta soldados y cada galeaza quinientos y como las dotaciones venecianas eran escasas se acordó que españoles e italianos pasaran a estas galeras.
Los efectivos embarcados por la Liga se repartían entre 13.000 marineros, 43.000 galeotes y 31.000 soldados. De éstos 6.197 hombres eran españoles, encuadrados en 14 compañías del Tercio de Granada al mando del Maestre de Campo Don Lope de Figueroa, embarcadas en galeras de España y Nápoles; 10 compañías del tercio de Nápoles a cargo del Maestre de Campo Don Pedro de Padilla, a bordo de las galeras de Nápoles y Mesina; del Tercio del caballero valenciano Don Miguel de Moncada cuatro compañías en cinco galeras españolas y dos compañías, mandadas por Don Diego Osorio y el capitán Melgarejo, embarcados con el genovés Gian Andrea Doria al servicio de España; y nueve compañías del Tercio de Sicilia al mando del Maestre de Campo Don Diego Enriquez, en las galeras de Sicilia.
Hay que sumar 1.514 españoles que fueron a reforzar las galeras venecianas y 4.987 alemanes de las Coronelías del Conde Alberico de Lodrón y del Conde Vinciquerra de Arcos embarcados en galeras de Don César de Avalos, Andrea Doria, Juan Ambrosio Negrón y en las naos de servicio. Los italianos al servicio de España se encontraban en tres coronelías. De la mandada por Paulo Sforza, embarcaron 2.719 hombres de cinco compañías en las galeras de Andrea Doria, Génova y Saboya y 2.512 soldados de otras cinco compañías pasaron a las galeras de Venecia. De la coronelía de Vicencio Tutavila, seis compañías fueron a las galeras de Venecia y cuatro a las de Nápoles, mientras que las compañías de la coronelía de Segismundo Gonzaga fueron a las galeras venecianas y a las de Jorge Grimaldi. En total iban al servicio de España unos 20.000 hombres, 8.000 al servicio de la República de Venecia y 2.000 reclutados por el Papa mandados por Honorato Gaetano y unos mil capitanes y caballeros que llegaron de toda Europa.
A Mesina llegó Monseñor Odescalco obispo de Pena, portador de las indulgencias que el Papa concedía a todos los embarcados junto con un relicario que contenía astillas de la Vera Cruz a distribuir entre las capitanas de la armada. Se prohibió embarcar mujeres y se publicó un jubileo para el cual se ayunó durante tres días, haciendo confesión general y recibiendo la Eucaristía. La armada de la Liga recibió como insignia un estandarte azul decorado con Cristo crucificado y la Virgen de Guadalupe y los escudos de España, el Papa y Venecia.
Estandarte que sirvió como insignia de la armada de La Liga Santa
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