El Cid ( I )

jueves, 10 de septiembre de 2009

El Cid histórico y el Cid literario

Estatua de Rodrigo Díaz de Vivar, El Cid Campeador, en el Arco de Santa María de BurgosLa leyenda que a partir del siglo XIII comenzó a forjarse en torno a la figura histórica de Rodrigo Díaz de Vivar fue engendrando progresivamente un corpus de gestas y acontecimientos que los interesados monarcas de siglos posteriores utilizaron como referente épico en el que encontrar los valores predominantes de cada época con fines claramente propagandísticos.

De esta manera, El Cantar de Mio Cid (fechado hacia 1207), la Leyenda de Cardeña (hacia 1270) y Las Mocedades de Rodrigo (hacia 1400) divulgaron una falsa historia que ocultó la verdadera peripecia vital de un hombre de armas del siglo XI que lejos de encarnar los ideales de orgullo castellano, fidelidad a ultranza al rey y cristianismo militante, como pretendían estos relatos, buscó su propio beneficio al amparo del mejor postor, lo que le hizo combatir a ambos lados de la frontera cambiando de aliado en función de sus intereses personales.

En esta biografía vamos a centrarnos estrictamente en la figura histórica del llamado Cid Campeador, apelativo que deriva de Sidi, del árabe Señor y Campeador, del latín Campi doctor, experto o vencedor en el campo de batalla, lo que nos da una muestra más de su carácter. Ramón Menéndez Pidal, en su España del Cid, afirma que la personalidad histórica del héroe era mucho más interesante que la literaria. Su significación ha sido muy discutida, incluso hay quien incluso ha negado su existencia, como el jesuita catalán Masdeu en el siglo XVIII, pero en absoluto puede llegarse a tal extremo, puesto que hay evidencias históricas suficientes para trazar una biografía sumamente atractiva.

Los primeros años de Rodrigo Díaz de Vivar en la política castellanoleonesa

No existe evidencia alguna ni sobre el lugar ni sobre la fecha de su nacimiento. Recurriendo a los relatos literarios, podríamos afirmar que llegó al mundo en Vivar en una fecha comprendida entre el 1043 y el 1054. Era hijo de Diego Laínez, del que se creía que era descendiente de Laín Calvo, uno de los jueces de Castilla, y de una mujer, de la que se desconoce el nombre, que pertenecía al aristocrático linaje de los Álvarez.

Estaua ecuestre de Rodrigo Díaz de Vivar, El Cid Campeador en Burgos

Rodrigo se formó en la corte de Fernando I, donde trabó amistad con el infante Sancho, al que acompañó a una temprana edad, quizás 15 años, hasta la capital del reino musulmán de Zaragoza, cuyo príncipe era tributario del rey castellano-leonés. El viaje sirvió para forjar una alianza cristiano-musulmana con el objetivo de combatir al rey aragonés, Ramiro, al que se arrebató la plaza de Graus para reintegrarla a la taifa del Ebro. El tempranero éxito en el campo de batalla y los honores posteriores dispensados por al-Muqtadir debieron de impactar al joven castellano, que conoció de primera mano el modo de vida de las ciudades musulmanas y el juego de alianzas fronterizas imperante en la península durante el primer tercio del siglo XI.

A la muerte de Fernando I, en 1065, su reino se divide entre sus hijos. Sancho, ya como rey de Castilla, encumbra al Campeador a las más altas cimas de su corte, en lo que parece una prometedora carrera. Sin embargo, en 1072 se produce un acontecimiento funesto para las expectativas y ánimo del Cid. Sancho II muere asesinado por Bellido Dolfos en el asedio de la ciudad de Zamora, dónde se encontraba su hermano, Alfonso VI de León.

Todo parece indicar que el famoso juramento de Santa Gadea carece de rigor histórico, ya que las primeras relaciones de Alfonso VI con Rodrigo Díaz de Vivar fueron cordiales, de hecho, en torno al 1074, el guerrero castellano contrajo matrimonio con Jimena, sobrina del monarca leonés y miembro de la nobleza, como hija del conde de Oviedo, aunque las Mocedades de Rodrigo aseguran que era hija del conde Gómez de Gormaz, al que el Campeador decapitó para vengar a su padre.

La Historia Roderici nos relata que en el año 1079, como embajador de Alfonso VI, se desplazó hasta Sevilla para cobrar parias. Estando en la corte de al-Mutamid, llegó la noticia de que el conde García Ordóñez acompañaba al rey de la taifa de Granada que se dirigía hasta la ciudad hispalense con intenciones beligerantes. Sin dudarlo, el Campeador se ofreció a ayudar a su aliado, quizás en un intento de escalar posiciones en la corte alfonsina, ya que el enfrentamiento entre ambos condes se vio salpicado de buenas dosis de orgullo personal. Así tuvo lugar la batalla de Cabra, en la que salió victorioso el Cid.

El primer destierro del Cid

La vuelta a la corte castellano-leonesa debió de resultar dura. Pese a su derrota, García Ordóñez seguía gozando de la máxima confianza de Alfonso VI, por lo que Rodrigo, que había degustado las mieles del triunfo y la riqueza de las cortes musulmanas de Zaragoza y Sevilla, comenzó a sopesar la posibilidad de iniciar una aventura personal lejos de sus orígenes, conocedor de las necesidades de los reyes de taifas de contar con un espléndido estratega militar que defendiera sus fronteras en lugar de los poco entrenados infantes andalusíes.

Estatua del Cid en su localidad natal: Vivar, en la provincia de BurgosDespués de diez años de fiel vasallaje, el Cid vio su oportunidad cuando en la primavera de 1081 se decide a liderar una campaña militar en torno a las tierras de Gormaz, que habían sido atacadas por sorpresa por musulmanes procedentes de la taifa de Toledo. Las huestes del castellano penetran en los territorios de al-Qadir entregándose al saqueo de los campos y al asalto de poblaciones de la zona nororiental de la taifa. Alfonso VI, descontento con su actuación, que ponía en serio riesgo sus negociaciones amistosas con el príncipe toledano, decide condenarlo al destierro por deslealtad.

Seguro de sí mismo, el Campeador marcha a tierras catalanas para ofrecer sus servicios a los condes Ramón Berenguer II y Berenguer Ramón II, pero no es bien acogido. Rechazado, acude a Zaragoza, donde al-Muqtadir acepta gustoso la propuesta cidiana. Entre 1081 y 1087, Rodrigo Díaz de Vivar combate en nombre de los musulmanes contra el rey de las taifas de Lérida, Tortosa y Denia; contra Sancho Ramírez de Aragón y contra el conde Berenguer Ramón II de Barcelona, a los que derrota y humilla.

Apremiado por la derrota de Sagrajas en 1086, Alfonso VI pide ayuda a todos sus señores para hacer frente a la amenaza Almorávide. El Campeador recibe el encargo de ahuyentar del territorio valenciano a todos los aspirantes al dominio de la zona bajo la promesa, según la Historia Roderici, de que adquiriría en propiedad todas las tierras que conquistase en Levante bajo el nombre del rey. El Cid cumple el encargo a la perfección, ganándose el tributo de Sagunto y Alpuente, lo que le permite mantener a su ejército sin que el rey tenga que aportar ni un solo sueldo.

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