Sansón cegado por los filisteos

viernes, 30 de octubre de 2009




Begoña Loza
1636, óleo sobre lienzo. 236 x 302 cm. Städelsches Kunstinstitut, Frankfurt

Un cuadro es una imagen fija, un instante congelado, un fragmento elegido entre los muchos que componen una historia, que, mirado con detenimiento, cuenta mucho más de lo que podría parecer a simple vista. Los grandes maestros de la pintura, entre ellos Rembrandt, dominaron, entre otras, la técnica narrativa, la capacidad de elegir ese momento con el que representar, contar, narrar una historia, ese instante que condensa en una imagen inmóvil toda una historia y su significado. Algo para lo que no hay una única forma de hacer, sino múltiples.

En esta ocasión Rembrandt eligió una historia de temática bíblica, y escogió otro momento y otra forma de narrarla bien distinta al caso de Artemisa. Se trata de la historia de Sansón, un israelita dotado de una fuerza sobrenatural, que por dos ocasiones se casó con mujeres filisteas, enemigos acérrimos del pueblo elegido. Un buen día, la segunda de estas esposas, Dalila, descubrió cuál era el secreto de Sansón: su fuerza residía en su melena. Así que, por la noche, no dudó en cortarle el cabello, momento que aprovecharon los filisteos para cegar al israelita y encadenarlo. Este momento cumbre de la historia narrada, lleno de violencia y dramatismo, fue el elegido por el pintor, quien se valió de tres elementos para plasmar la virulencia de lo narrado: la secuencia narrativa dividida en tres tiempos; los escorzos y la composición de las figuras; y la luz.

La imagen central que representa el momento de la acción (un filisteo clava su puñal en el ojo de Sansón y otro le encadena), está acompañado del momento inmediatamente anterior (Dalila huye apresuradamente con el cabello de su marido recién cortado y las tijeras en la mano) y la preparación del momento inmediatamente posterior (el soldado a la izquierda preparado para asestarle otro golpe al israelita).

Presentar la escena de manera secuenciada acentúa la sensación de movimiento, dinamismo y dramatismo, de igual manera que lo consigue la disposición de esta secuencia (primer plano izquierda, centro y fondo) que dibuja una línea curva. Otro de los elementos de los que se valió Rembrandt para cargar de tensión esta imagen fue la composición en equis de los cuerpos de los filisteos y los fuertes escorzos de las figuras, especialmente el cuerpo de Sansón caído en el suelo en el centro del cuadro.

Para terminar, el tratamiento de la luz vuelve a incidir en la misma idea de cargar el ambiente de dramatismo y violencia. La fuerte luz que llega del fondo e ilumina el cuerpo del israelita en contraposición con la oscuridad del resto del lienzo, y los vibrantes y diseminados reflejos de las armaduras de los filisteos, acentúan la violencia y el drama. Qué duda cabe de que este tratamiento de la historia, el dramatismo, los escorzos, el claroscuro, es una clara influencia de la pintura caravaggista en el pintor flamenco, quien supo resolver brillantemente este tema que otros ya habían tratado y que nos presentó una manera de saber contar una historia de forma tan brillantemente adecuada a la ocasión. Además, el gran tamaño del lienzo también contribuye al carácter efectista de la obra. El espectador se sobrecoge ante tanto movimiento de figuras casi de tamaño natural.


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