En los primeros meses de 1916 los británicos estaban planeando una gran ofensiva en el occidente para terminar con la Primera Guerra Mundial, conflicto que a esas alturas estaba despedazando con toda una generación. Para lograr esta empresa, el Ministro de Guerra, el General Horatio Herbert Kitchener, había formado un nuevo ejército reclutando voluntarios con una fuerte campaña de sensibilización en Gran Bretaña.
Pero en el campo de batalla, las nuevas tropas eran despreciadas por su inexperiencia. A pesar de ello, las nuevas tropas de Kitchener fueron enviadas a las riberas del río Somme, donde se iba producir la mayor ofensiva británica.
Los hombres de Kitchener estaban lejos de ser un ejército realmente preparado para la guerra: muchas tropas estaban compuestos por "batallones de amigos", quienes pertenecían a una misma localidad. De éstos, la mayoría eran jóvenes universitarios o soldados retirados y jubilados, que iban a debutar en la guerra en las riberas del río Somme.
Aunque los expertos militares habían recomendado no utilizar esta zona por ser estratégicamente favorable a las defensas alemanas, se trató de remediar la desventaja con una intensa lluvia de artillería durante la semana previa al ataque.
La artillería británica bombardeó las trincheras alemanas durante cinco días y noches con la intención de destruir su sistema defensivo; al mismo tiempo, mineros escoceses excavaban túneles debajo de las trincheras para insertar grandes bombas. Tremenda operación (aproximadamente un millón de piezas) fue fácilmente detectada por los alemanes días antes, reforzando la posición hasta quedar listo incluso antes que se disparara el primer cañón. Se llegaron a construir subterráneos de 12 metros donde la vida era por lo menos cómoda.
En un frente de 16 kilómetros el IV Ejército de Rowlinson, el III ejército de Allenby, y un apoyo de caballería de Haig (quien quería utilizar caballos porque tal vez era su última oportunidad para protagonizar una batalla), estaban listos para la acción asumiendo que la artillería había aniquilado la resistencia alemana.
La excesiva confianza británica hizo que surgieran los errores que horas después causarían el desastre. El 30 de junio fue el último día de bombardeos, pero los reportes mostraban que el daño era escaso: incluso el alambrado alemán en la tierra de nadie estaba intacta y el terreno estaba lleno de cráteres producidos por su propia artillería. Rowlinson desechó esta información y mandó a sus hombres a caminar, y no correr, hacia las líneas enemigas que los estaban esperando con sus ametralladoras. La razón de la decisión, la inexperiencia de sus soldados para realizar este tipo de operaciones que hizo a Rowlinson desconfiar de ellos para un ataque rápido. Esta orden le costó la vida a decenas de miles de jóvenes.
En las primeras horas del sábado 1 de julio de 1916 todo estaba listo. A las 7:05 de la mañana las bombas subterráneas estallaron y 25 minutos después comenzó el ataque. La marcha de los soldados británicos fue inmediatamente aplastada por ametralladoras alemanas, a sólo segundos de iniciada la caminata. En minutos, varias compañías habían desaparecido por completo. Un regimiento sólo pudo avanzar 20 metros y en tres minutos habían perdido más de 150 hombres por una sola ametralladora.
Los hombres que llegaron a los alambrados se vieron atrapados al enredarse, siendo puestos fuera de combate por el fuego enemigo. Tuvieron que caminar hasta la entrada de los cráteres formados por las bombas subterráneas, entrar y escalarlos; al salir, más alemanes los estaban esperando continuando la matanza: y los soldados que llegaban a la colina veían espantados sus propias líneas de ataque y suministros, totalmente expuestos a un enemigo que seguía aniquilando a los que caminaban hacia su muerte. Toda esta tragedia ocurrió en cuestión de minutos.
Sólo la XXXVI división irlandesa al mando de Ulster tuvo relativo éxito en aquellos primeros momentos de lucha, pero se vieron abandonados por no tener acceso a los suministros. La XXX división llegó a Mountaban y por el norte el III ejército de Allenby rodeó Gommecourt. La diferencia radicó en que éstos corrieron en lugar de caminar logrando un gran avance, pero el daño estaba hecho: a las 8:30 a.m. (una hora después del ataque), los británicos habían sufrido 30000 bajas, para el mediodía, 50000. Al terminar el día, fueron 67000 los caídos.
Increíblemente dos días después de la batalla los generales británicos recién tuvieron noticia de la masacre. Hechos como éstos fueron los que alimentaron la realidad de la enorme distancia y percepción de la realidad entre muchos generales y soldados durante la Primera Guerra Mundial.
La batalla del Somme duró hasta mediados de noviembre, no porque alguno de los bandos salió vencedor sino porque la nieve del invierno hizo imposible seguir luchando. Para un avance de apenas 11 kilómetros de tierra carcomida por las bombas, murieron 420000 soldados británicos, 200000 franceses y 500000 alemanes.
Fuente:/www.mundoerrante.com
Pero en el campo de batalla, las nuevas tropas eran despreciadas por su inexperiencia. A pesar de ello, las nuevas tropas de Kitchener fueron enviadas a las riberas del río Somme, donde se iba producir la mayor ofensiva británica.
Los hombres de Kitchener estaban lejos de ser un ejército realmente preparado para la guerra: muchas tropas estaban compuestos por "batallones de amigos", quienes pertenecían a una misma localidad. De éstos, la mayoría eran jóvenes universitarios o soldados retirados y jubilados, que iban a debutar en la guerra en las riberas del río Somme.
Aunque los expertos militares habían recomendado no utilizar esta zona por ser estratégicamente favorable a las defensas alemanas, se trató de remediar la desventaja con una intensa lluvia de artillería durante la semana previa al ataque.
La artillería británica bombardeó las trincheras alemanas durante cinco días y noches con la intención de destruir su sistema defensivo; al mismo tiempo, mineros escoceses excavaban túneles debajo de las trincheras para insertar grandes bombas. Tremenda operación (aproximadamente un millón de piezas) fue fácilmente detectada por los alemanes días antes, reforzando la posición hasta quedar listo incluso antes que se disparara el primer cañón. Se llegaron a construir subterráneos de 12 metros donde la vida era por lo menos cómoda.
En un frente de 16 kilómetros el IV Ejército de Rowlinson, el III ejército de Allenby, y un apoyo de caballería de Haig (quien quería utilizar caballos porque tal vez era su última oportunidad para protagonizar una batalla), estaban listos para la acción asumiendo que la artillería había aniquilado la resistencia alemana.
La excesiva confianza británica hizo que surgieran los errores que horas después causarían el desastre. El 30 de junio fue el último día de bombardeos, pero los reportes mostraban que el daño era escaso: incluso el alambrado alemán en la tierra de nadie estaba intacta y el terreno estaba lleno de cráteres producidos por su propia artillería. Rowlinson desechó esta información y mandó a sus hombres a caminar, y no correr, hacia las líneas enemigas que los estaban esperando con sus ametralladoras. La razón de la decisión, la inexperiencia de sus soldados para realizar este tipo de operaciones que hizo a Rowlinson desconfiar de ellos para un ataque rápido. Esta orden le costó la vida a decenas de miles de jóvenes.
En las primeras horas del sábado 1 de julio de 1916 todo estaba listo. A las 7:05 de la mañana las bombas subterráneas estallaron y 25 minutos después comenzó el ataque. La marcha de los soldados británicos fue inmediatamente aplastada por ametralladoras alemanas, a sólo segundos de iniciada la caminata. En minutos, varias compañías habían desaparecido por completo. Un regimiento sólo pudo avanzar 20 metros y en tres minutos habían perdido más de 150 hombres por una sola ametralladora.
Los hombres que llegaron a los alambrados se vieron atrapados al enredarse, siendo puestos fuera de combate por el fuego enemigo. Tuvieron que caminar hasta la entrada de los cráteres formados por las bombas subterráneas, entrar y escalarlos; al salir, más alemanes los estaban esperando continuando la matanza: y los soldados que llegaban a la colina veían espantados sus propias líneas de ataque y suministros, totalmente expuestos a un enemigo que seguía aniquilando a los que caminaban hacia su muerte. Toda esta tragedia ocurrió en cuestión de minutos.
Sólo la XXXVI división irlandesa al mando de Ulster tuvo relativo éxito en aquellos primeros momentos de lucha, pero se vieron abandonados por no tener acceso a los suministros. La XXX división llegó a Mountaban y por el norte el III ejército de Allenby rodeó Gommecourt. La diferencia radicó en que éstos corrieron en lugar de caminar logrando un gran avance, pero el daño estaba hecho: a las 8:30 a.m. (una hora después del ataque), los británicos habían sufrido 30000 bajas, para el mediodía, 50000. Al terminar el día, fueron 67000 los caídos.
Increíblemente dos días después de la batalla los generales británicos recién tuvieron noticia de la masacre. Hechos como éstos fueron los que alimentaron la realidad de la enorme distancia y percepción de la realidad entre muchos generales y soldados durante la Primera Guerra Mundial.
La batalla del Somme duró hasta mediados de noviembre, no porque alguno de los bandos salió vencedor sino porque la nieve del invierno hizo imposible seguir luchando. Para un avance de apenas 11 kilómetros de tierra carcomida por las bombas, murieron 420000 soldados británicos, 200000 franceses y 500000 alemanes.
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