El miedo al holocausto nuclear

viernes, 13 de agosto de 2010

Lo que lleva este señor en ese maletín negro es el poder más devastador jamás imaginable. Se trata del famoso “maletín nuclear” o “nuclear football” tal y como le llaman ellos. Un maletín que, en su interior, contiene dos libros, un teléfono seguro y los códigos para un Mensaje de Acción de Emergencia (EAM) que autorizan el lanzamiento de las armas nucleares.

Fue diseñado tras la crisis de los misiles en Cuba en los años 60 del siglo pasado. Tiene como misión ser el último paso antes de la Destrucción Mutua Asegurada o MAD por sus siglas en inglés, que también significa “loco”.

Así es como John von Neumann definió la teoría de que, cada bando posee el armamento nuclear tal que de utilizarlo supondría la destrucción total de su oponente. El miedo a esta situación fue lo que llevó a la llamada Guerra Fría que duró desde el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945 hasta el desmoronamiento de la URSS en 1991.

Tras el fin de la crisis de los misiles cubanos además de crearse el maletín nuclear, se creó el Teléfono Rojo, un teletipo en línea directa entre la Casa Blanca y el Kremlin para evitar posibles retrasos en las conversaciones entre ambas potencias en caso de una crisis inminente.

¿Por qué tanto miedo? La respuesta tenemos que buscarla tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. Japón sufrió los dos únicos ataques nucleares -por el momento- que lo llevaron a claudicar. El mundo entero vió con horror el poder que las bombas nucleares podían significar y desde aquel preciso instante comenzaron a desarrollarse programas de armamento nuclear en la mayoría de las potencias del mundo.

Durante los años 50 y 60, Estados Unidos y la URSS hicieron numerosas pruebas de armamento nuclear tanto en su territorio como fuera de éste. En el contexto de la Guerra Fría, mostrar a su adversario un poder de devastación más temible era la manera de garantizar la seguridad nacional.

Con el avance de la tecnología nuclear llegaron las armas nucleares de fusión, que utilizaban como detonador una bomba de fisión al estilo de las de Hiroshima y Nagasaki para conseguir la fusión del hidrógeno, muchísimo más energética y por ende, más devastadora.

El 1 de marzo de 1954 en el atolón de Bikini los estadounidenses hicieron detonar la bomba Castle Bravo, de 15 megatones. Unas 1200 veces más potente que las que estallaron sobre Japón. Este es el video original captado de la detonación:

Como consecuencia de esta prueba nuclear, los habitantes de las Islas Marshall fueron envenenados por la radiación. Dicen algunas fuentes que los estadounidenses querían ver los efectos sobre la población civil que tendría un bombardeo de estas características y durante los años siguientes presentaron las patologías achacables a la exposición a una radiación extrema: cáncer, lesiones, quemaduras, malformaciones…

Seis años después, el 30 de octubre de 1961 un bombardero Tupolev Tu-95 soltó a 4 kilómetros de altura sobre Nueva Zembla, en el Océano Polar Ártico la bomba Tzar, una bomba de hidrógeno de 50 megatones: la bomba más devastadora jamás lanzada sobre la Tierra. Su detonación la podéis ver en este video:

En la siguiente infografía podéis ver la magnitud relativa de las bombas mayores jamás detonadas:

Estas bombas fueron lanzadas por aviones. El hecho de tener que desplazar seres humanos hasta la zona de detonación era un grave inconveniente estratégico puesto que implicaba invadir las líneas enemigas y sería imposible llegar hasta el lugar adecuado en el escenario de un enemigo convenientemente defendido.

Este problema no lo tenían los Misiles Balísticos Intercontinentales o ICBMs por sus siglas en inglés cuyo desarrollo fue paralelo al de estas bombas. Se trata de un misil de largo alcance que es lanzado hacia la atmósfera a una altitud enorme, para lo cual hace uso de varias estapas de combustible. Después cae desde allí, siguiendo una trayectoria balística, y desperdigando su armamento sobre el enemigo. Estos misiles son enormes y su alcance está únicamente determinado por tratados internacionales que prohiben misiles orbitales que, técnicamente son perfectamente posibles.

Los orígenes se remontan al final de la Segunda Guerra Mundial, cuando los nazis planearon el llamado Projekt Amerika en el que pretendían bombardear Nueva York con un misil llamado A9/10 lanzado desde suelo alemán. Realmente se trataba de un IRBM o un misil balístico de alcance intermedio.

Ya durante la Guerra Fría, la URSS comenzó a interesarse por el diseño de un ICBM. El primer ICBM del mundo se llamó R-7 Semyorka y fue en éste en el que el 4 de octubre de 1957 fue lanzado al espacio el primer satélite artificial: el Sputnik 1 y constituye la base para el diseño de los cohetes Soyuz. Obviamente los estadounidenses no se quedaron atrás y desarrollaron su propio programa de ICBMs. El primero de ellos en tener éxito fue el Atlas-D, un ICBM de 1.44 megatones fue lanzado el 29 de junio de 1959.

Tanto los soviéticos como los estadounidenses decidieron entonces desplegar ICBMs y durante los años 60 se crearon numerosas instalaciones para albergar los Atlas y los R-7 que requerían enormes instalaciones y eran vulnerables a ataques. No sólo fueron enterrados bajo silos, también eran desplegables mediante plataformas móviles como esta rusa:

De igual manera, se fueron desarrollando sistemas de misiles antibalísticos para evitar que el enemigo fuera capaz de penetrar tras las defensas y bombardear exitosamente. Fue tras esos años cuando se definió la Destrucción Mutua Asegurada entre la Unión Soviética y los Estados Unidos. Sin embargo, la escalada de poder no cesó hasta los años 70, cuando se comenzaron los acuerdos SALT que pretendían poner freno a esto y limitar el uso de las armas estratégicas. El primero de ellos, el SALT-I que fue firmado por Richard Nixon y Leonid Brhéznev, también llamado ABM era precisamente sobre la limitación de los misiles antibalísticos que apuntaban hacia emplazamientos que albergaban misiles balísticos con cabezas nucleares. Este primer tratado estuvo en vigor hasta 2002, año en que Estados Unidos decidió retirarse de dicho acuerdo.

El SALT-II que tuvo lugar en 1972 hasta 1979 consistía en ir reduciendo progresivamente el número de armas nucleares por parte de ambos bandos para evitar la Destrucción Mutua Asegurada además de los aviones capaces de transportar armamento nuclear.

Pese a todo, la construcción de ICBMs no cesó. Transcurridos los años de los acuerdos SALT, los ICBMs se fueron refinando. Cada vez más compactos y a su vez, cada vez más letales. Los viejos ICBMs iban siendo relegados a su uso como cohetes para puesta en órbita de satélites, como por ejemplo el Titán, cuyo último cohete fue lanzado el 19 de octubre de 2005, en la imagen:

Fué así como nacieron los MIRV ICBM’s, es decir, misiles balísticos intercontinentales con cabezas múltiples de reentrada independiente. Es decir: se lleva una cabeza hacia la parte más alta de la trayectoria y desde ahí se dispersan un número variable de armas nucleares. Tal es el caso del LGM-118A Peacekeeper, un ICBM que se desarrolló en 1986 y del que se fabricaron 50 unidades hasta su total desmantelamiento en 2005.

Nunca se han llegado a usar, debido al tratado START-II (que fueron los subsiguientes a los STALT) sin embargo sí que se hicieron pruebas con él. La siguiente imagen muestra la reentrada de los MIRV de un LGM-118A Peacekeeper sobre el atolón de Kwajalein en las Islas Marshall. Obviamente, las cabezas nucleares no estaban activadas.

De haber estado cargadas, cada una de las 10 cabezas nucleares del LGM-118A Peacekeeper tenían 300 kilotones de potencia, 20 veces más que la bomba de Hiroshima. Aunque mucho más débil que la bomba Tzar o que Castle Bravo, el poder de destrucción sería mucho mayor debido a la dispersión de las bombas.

Podemos ver un esquema de funcionamiento de un MIRV ICBM en la siguiente infografía del LGM-30 Minuteman-III fabricado por Boeing y que es el sustituto de la Peacekeeper y el ICBM en servicio en la actualidad:

Como vemos, el misil tiene 4 etapas, 3 de las cuales corresponden a combustible que hace ascender la última etapa, con las MIRV que, llegado el punto 5 se desperdigan y van cayendo hacia su blanco. El LGM-30 que vemos en la imagen y en la infografía, es el único ICBM norteamericano en servicio.

Además de los misiles balísticos lanzados desde Tierra, se desarrollaron misiles balísticos lanzables desde barcos y desde submarinos. Se denominan SLBM en inglés. Podemos destacar por parte de los estadounidenses el programa Trident que son lanzables desde submarinos nucleares clase Ohio, mientras éste se encuentra sumergido bajo el agua.

Por su parte, los rusos desarrollaron SLBMs como el R-30 Bulava que recientemente dió mucho que hablar al aparecer en el cielo de Noruega una extraña espiral luminosa que sembró el desconcierto y que finalmente se demostró que se trataba de un Bulava descontrolado en una prueba rusa que vemos en la imagen siguiente:

Hoy en día se sigue ensayando con armamento de este tipo. Un armamento que puede llegar a destruir por completo nuestra civilización. El número de armas nucleares en el mundo es incierto. Se dice que pasaron de 60.000 en 1985 a unas 20.000 en 2002 con los tratados de no proliferación. Sin embargo hay países que están desarrollando en la actualidad sus programas nucleares, por lo que el número de armas de este tipo no termina de descender porque todos temen quedar expuestos a ataques nucleares al desarmarse ellos mismos, lo cual impide su erradicación total.

Fueron armas creadas por el miedo, en una época en la que el mundo se estremeció al ver cómo dos ciudades fueron volatilizadas en un instante. Armas con un poder de destrucción inimaginable y que un único hombre, haciendo uso del maletín nuclear, puede llegar a desencadenar. Vivimos con la confianza de que todas estas cosas nunca lleguen a pasar porque todo el mundo tiene demasiado miedo a que sucedan. Sin embargo no hemos estado exentos de situaciones al borde del holocausto nuclear. Mientras se sigan favoreciendo políticas proteccionistas de ataques preventivos con armamento nuclear, como es el caso de Rusia, no se podrá alcanzar un final en esta historia que empezó en los años 50.

Mucho ha cambiado el mundo desde entonces, y sin embargo aún hoy vivimos con la vana esperanza de que esto nunca llegue a suceder. Irónicamente, es posible que la necesidad de combustible para abastecer las centrales nucleares consiga que se vaya mermando el arsenal nuclear. Pero un día, el niño abre el cajón donde su padre tiene un revólver y accidentalmente lo mata de un disparo, algo que nunca ocurriría de no existir dicho revólver. Y de forma análoga, para no vernos involucrados en esta situación, las armas nucleares deben desaparecer.


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