El paisaje parece ser el resultado de una caprichosa mezcla de premeditación natural e improvisación caótica. Su estructura a menudo laberíntica llevó a los científicos del siglo XIX a pensar que, al igual que sucedió en el Cañón de Yellowstone, el Gran Cañón fue el resultado de un devastador seísmo. No fue así, como tampoco intervino en su origen y formación el vulcanismo –aun cuando se haya registrado actividad volcánica en los últimos millones de años, dejando como prueba coladas de lava-. En realidad, el Cañón es un monumento a la perseverancia, el tesón y la fuerza silenciosa de los elementos cuyos antecedentes se remontan a los primeros estadios de vida del planeta.
tras la consolidación en la superficie del planeta Tierra de una primitiva corteza, la acción erosiva de los agentes atmosféricos determinó la acumulación, en amplias cuencas, de los productos derivados de la demolición de tierras que emergieron del océano originario. Esta acumulación de productos, cuyo espesor pudo ser en un principio superior a los 8 kilómetros, se convirtió en una masa compacta, la actual meseta, fusionándose los materiales como rocas sedimentarias normales depositadas sobre esquistos más antiguos, precámbricos, de hace 2.000 millones de años. Así, hace 60 millones de años, esta amplia formación, la vasta meseta Kaibab, constituía el elemento divisorio de dos cursos de agua: el ancestral río Colorado al este y el sistema fluvial Hualapai al oeste. Con el paso de los siglos, el Hualapai se introdujo en la meseta en un proceso de erosión regresiva. Tras graduales e incesantes avances, se encontró con el Colorado, uniéndose a él para crear el pasmoso río Colorado moderno que, hasta que fue amansado por la presa del cañón Glen, recorría la altiplanicie a un promedio de 32 km/h, desgastando a diario millones de toneladas de roca y tierra.
Al tiempo que el nuevo Colorado embestía todo lo que hallaba a su paso, alzamientos de la corteza terrestre empujaban rocas bajo sus torrentes, que formaron una enorme cúpula. Con movimientos anuales de fracciones de milímetro, la meseta ascendió 1.216 metros en los siguientes 5 millones de años, en tanto que las partículas abrasivas de rocas y arenas del impetuoso río tallaban el desfiladero centímetro a centímetro.
Mientras el río se hundía, otras fuerzas erosivas rajaban la superficie de las rocas expuestas. Las grietas se ampliaron a causa del frío y el calor extremos, las tormentas invernales y la nieve derretida en primavera produjeron una corriente estable de grava y desechos, que se deslizaron por los pedregosos canales. Hallando cada vez menos resistencia, el río golpeó la tierra con creciente fuerza, socavando la base del valle, mientras las rocas seguían emergiendo empujadas por tensiones tectónicas. De este modo, las paredes que encajonaban el Colorado cada vez se estiraban más hacia el cielo, ocultando en el proceso el río a la vista de quien se encontrara en el borde superior de la garganta..
Aparentemente inmutable, el grandioso cañón cambia y crece sin cesar. La construcción, en 1964, de la presa del cañón de Glen, río arriba del Parque Nacional del Gran Cañón, redujo drásticamente la potencia y el caudal del Colorado, pero las implacables tormentas invernales continúan desprendiendo desechos de las paredes, las plantas encontrando cobijo en hendiduras, y el fondo del cañón alojando rocas salientes.
Por fin, tras 1.500 metros de descenso, llegamos al Colorado. Hace calor, estamos sudando, pero la corriente de sus aguas de tono rojizo amarronado es tan intensa que darse un baño sería un suicidio. El carácter indómito y caprichoso del río fue otro factor que impidió durante bastante tiempo conocerlo a fondo. En 1539, Francisco de Ulloa, al mando de tres navíos, descubrió la desembocadura del río en el golfo de California pero no lo bautizó. El año siguiente, Hernando de Alarcón también navegó hasta la desembocadura y lo nombró “El Río de Buena Guía”. También en 1540, Melchor Díaz viajo por tierra hasta el río, al que nombro “Río del Tizón” por los maderos carbonizados que los indios transportaban con ellos para calentarse. En 1604, Juan de Oñate, gobernador español de la provincia de Nuevo México, viajó hasta el Colorado. Le llamó el “Río de la Buena Esperanza”. A finales del siglo XVII, el Colorado ya era conocido con su nombre actual, aunque la persona que lo bautizó así permanece siendo un misterio si bien existe la creencia entre algunos historiadores de que el nombre fue utilizado por primera vez por un sacerdote jesuita, llamado Francisco Kino, como parece demostrar un mapa que compiló, hacia 1701, al término de una de sus misiones en los territorios situados entre los límites de Arizona y Mexico. Y sólo hemos hecho mención a la lista de nombres imaginados por el hombre blanco. Los indios que vivían aquí desde tiempo atrás se refirieron a él de formas mucho más exóticas a nuestros oídos: los Pimas le bautizaron como Buqui Aquimuri; los Yumas, Haweal; los Havasupai, Hakatai; los Navajos, Pocket-to y los Hopi, Pi-sish bai-yu.
El río Colorado tiene un curso de 2.300 kilómetros, de los cuales 390 discurren encauzados por las formidables paredes del Gran Cañón en una serie de 200 rápidos, considerados los más peligrosos del mundo hasta que la construcción de la presa del Cañón de Glen remansó las aguas. El desnivel que salva el río, desde la cabecera hasta su desembocadura, es de 4.000 metros antes de morir en México, en el Golfo de California, aunque para entonces los diversos embalses y trasvases han consumido casi toda su agua.
El Cañón del Colorado ( II y última )
domingo, 11 de octubre de 2009Publicado por juanjo en 11:23
Etiquetas: MONUMENTOS Y MARAVILLAS
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