Después de su destacado papel en la conquista y sometimiento total de la Hispania (España), Cayo Julio César regresaba a Roma dispuesto a hacer realidad todos sus sueños de poder y gloria. En el año 59 a.C, tras una aplastante victoria contra el otro senador en disputa, Bíbulo, es elegido finalmente Cónsul. Sin embargo, su labor no sería sencilla. Muchos de sus camaradas odiaban la forma en que era idolatrado por las masas y sus legiones militares, intentado en lo posible apartarlo de su cargo. César, por su parte, intenta la conciliación pero su creciente popularidad suscita envidias por doquier. Preocupado ante la fuerza de un elitista Senado dominado por los optimates (los mejores o de más dinero), intuye que sólo una alianza entre los más poderosos podría neutralizar a sus enemigos. Es aquí donde nace la idea del primer Triunvirato y la cimiente de la futura Guerra de las Galias.
César se mostró astuto al adelantarse a las conjuras que sus oponentes ya tramaban contra él. Propuso, entonces, a su viejo amigo y patrocinador, Marco Licinio Craso (el hombre más rico de Roma) constituir junto a Pompeyo (el hombre de mayor peso militar del Imperio) una sociedad de defensa mutua que los obligara a repartirse el Imperio entre tres hombres (El triunvirato). Esta unión no buscaba mas que satisfacer los intereses de cada uno: Pompeyo necesitaba a César para que se aprobaran las leyes agrarias que dotaran de tierras a sus veteranos; Craso quería un mando proconsular que le proporcionara verdadera gloria (que no había conseguido en su represión de la revuelta de ” Espartaco” ) y César necesitaba del prestigio de Pompeyo y de los fondos de Craso para poder conseguir la administración de alguna provincia. En la magnífica finca que Craso poseía en las afueras de la ciudad, se consumó finalmente el trato.
El futuro emperador no escatimó gastos o concesiones para lograr lo que ansiaba. Incluso casó a Pompeyo con la bella e inteligente Julia, su hija. Lentamente, tanto César como Pompeyo y Craso, lograron sus objetivos. Pompeyo consiguió las tierras que debía a sus impacientes legionarios; Craso, el gobierno de las tierras del Asia Menor; y César, la administración de las provincias de la Galia Cisalpina (Francia) e Iliria (Albania). Pese a que su alianza fue descubierta cuando César hizo aprobar su Ley Agraria, la enorme influencia financiera y militar de Craso y Pompeyo acalló a todos los inconformes. Cuando el poder combinado de los tres triunviros hizo elegir a Publio Clodio Pulcro como Tribuno del Pueblo, el Senado supo que en adelante tendrían un contrapeso difícil de vencer. Así fue. Hacia el 58 a. C, César es enviado a la Galia por un plazo de 5 años con una fuerza de 4 legiones veteranas (Legión VII, VIII, IX y X). El Senado creyó enloquecer. Lo normal era ejercer el período consular por 1 año, y jamás con tal cantidad de fuerzas. César, inesperadamente, había ganado la partida.
La guerra de las Galias.
En realidad, parece ser que César quería la gobernación de una provincia por el mismo motivo que los demás: Enriquecerse. Era vaguedad en ese tiempo intuir que acceder a una Procuraduría o Consulado era sinónimo de ganar dinero expoliando, confiscando bienes o cobrando impuestos. La codicia y la rapiña romana durante siglos, fueron proverbiales. Con seguridad, César deseaba conquistar nuevas tierras para pagar las grandes deudas que tenía gracias a su afán de ganarse a las masas financiando juegos, diversiones, trigo y pan. Fueron tales las sumas que debía, que de no ser por el apoyo económico de Craso, no hubiera podido siquiera salir del país. Superado el impase, César por fin tenía ante sí la oportunidad de visitar tan extensos y desconocidos territorios. La obsesión por la gloria militar y un regreso triunfante eran irresistibles para él. Si conquistaba las Galias, ya nadie podría oponérsele.
Las tierras a conquistar estaban limitadas por el océano Atlántico hacia el norte, el rió Rin (Alemania) por el oriente y el curso alto del rió Rodano por el sur. La poblaban básicamente los celtas (además de los parisios, belovacos, ambianos, caletos, velyocasios, entre otros), hombres de cultura aceptable y próspero comercio, que desde el siglo I a.c sufrían el empuje incansable de las fieras hordas germanas procedentes del norte. Una vez llegado César a las Galias, éste no demostró inmediatas intenciones de pelear; muy por el contrario, esperó con tranquilidad la oportunidad de entrar en batalla. El problema con el pueblo germano de los Helvecios, que acosaban a los eduos, ambarros y alóbroges, le brindó la posibilidad.
Los territorios de tales pueblos estaban dentro de los límites propios de la Provincia. César, que había mandado reforzar sus puntos de defensa, ignoró las tratativas de paz de aquellos y decidió atacar, sorprendiendo a los helvecios cuando atravesaban el río Arar (el actual río Saona). Tres cuartas partes de los helvecios habían cruzado ya, pero el otro cuarto, los tigurinos (un clan helvecio), permanecía aún en la orilla oriental. Tres legiones bajo el mando de César emboscaron y derrotaron a los tigurinos en la llamada Batalla del Arar, causándoles grandes pérdidas. Los tigurinos supervivientes huyeron al bosque cercano y tras algunas semanas en la clandestinidad, estos enviaron embajadores para concretar la paz que César no aceptó y prefirió iniciar una nueva persecución.
Asustados, los embajadores helvecios con Divico a la cabeza, regresaron con la noticia que Roma continuaba en guerra contra ellos. De inmediato, pasaron a refugiarse en el espesor del bosque y poco se supo de ellos hasta que una división de César los encontró. Sin embargo, hubieron de detenerse de improviso, afectados por la falta de suministros. Inesperadamente, el rey eduo Dummorix había retrasado la llegada de provisiones poniéndolos en serios aprietos. A todo galope, debieron refugiarse en la fortaleza de Bibracte, la más cercana del pueblo eduo que encontraron. Asediados y cercados por ambos flancos, César no vio otra salida más que entablar batalla, situando sus fuerzas en una colina cercana. Allí las legiones romanas se detuvieron para enfrentarse a sus enemigos
Helvecios, Suevos, belgas… La Galia
La batalla de Bribacte terminó con triunfo romano. La ventaja de la amplia colina, las legiones y sus acciones combinadas fueron imposibles de quebrar no solamente por los helvecios, sino también por los boios y tulingios, que habían acudido para atacar por sorpresa. Más de 80,000 bárbaros murieron en la contienda. Antes de caer la tarde, la situación estaba definida y César, súbitamente, decide no perseguir a las tropas vencidas. Ordena en cambio, el recojo de provisiones. Gracias a la información de pobladores locales, César se percata que sus enemigos habían huido hacia el territorio de los lingones, a cuyos dirigentes envía instrucciones de no asistirles. Unos pocos días después odena la persecución de los helvecios, cuyos líderes envían representantes a pedir la paz. César los perdona, pero les obliga a rendirle tributo mensual sea en víveres o armamento. Los helvecios aceptan.
Tras la victoriosa campaña, varios aristócratas galos de casi todas las tribus acudieron a felicitar a César por su victoria. Reunidos en un consejo galo para discutir ciertas cuestiones, invitan a César a acudir. En esta reunión los delegados se quejan que debido a las luchas entre los eduos y los arvernos, estos últimos habían contratado a un gran número de mercenarios germánicos: Los suevos, encabezados por el temible guerrero Ariovisto. Cuando la situación se vuelve favorable, los mercenarios traicionan a los arvernos tomando sus territorios. César decide intervenir en el conflicto venciendo completamente a Ariovisto en la Batalla de Los Vosgos, obligando al resto de las fuerzas germánicas a retirarse al otro lado del Rin, río que sería durante siglos la frontera natural entre ambos. Las muertes, que ascendían a más de 90,000 personas entre hombres y mujeres y niños, cubrían de manera macabra los caminos. Esta situación marcó el comienzo de la ocupación sistemática de la Galia por las fuerzas de César.
En el 57 a. C. César volvió a intervenir en un conflicto entre las tribus galas cuando marchó contra los belgas, quienes habitaban en la zona que hoy en día es el territorio de Bélgica. Su ejército sufrió un ataque por sorpresa mientras acampaba cerca del río Sambre y estuvo a punto de ser derrotado, pero logró rearmarse gracias a su mayor disciplina y a la intervención de César en persona durante el conflicto. Los belgas sufrieron grandes pérdidas y finalmente se rindieron cuando vieron imposible lograr la victoria. La lucha, como antes con los helvecios y los suevos, terminó con una espantosa matanza y saqueo. La codicia de las tropas de César no se detuvo ante nada. Conquistada ya toda la Francia, César cruzó el Rin el 55 a.C para demostrarles su poder a los germanos. Empero, tras tres días de avance, se dio media vuelta y regresó a sus nuevas posesiones.
La lucha prolongada y el generalizado saqueo romano instalaron el terror en toda la futura Francia y ningún pueblo fue capaz de hacer frente al irrepetible militar romano. Sucesivamente, César fue sometiendo todos los pueblos galos. En medio de esta lucha, entre los años 55 y 54 a.c, César desembarcó en Inglaterra y peleó hasta más allá del rió Támesis, algo que jamás romano antiguo había soñado. La noticia de los avances y conquistas romanas sacudieron a Roma. Los odios y las envidias de sus enemigos e incluso de Craso y Pompeyo, no se hicieron esperar. Este último incluso, fue convencido por el Senado para declarar como ilegal sus conquistas y sacarlo del triunvirato a lo que de buena gana accedió. La posición de César se complicó aún más con la muerte de Craso en el 53 a.C tras una fallida expedición contra los partos. Obligado a rebelarse, César supo que con un ejército a su disposición, fortalecido por la inclusión de miles de guerreros galos (a quienes admiraba por su valor), podría regresar para rendir cuentas con Pompeyo por el control del Imperio. Mientras tanto, debía terminar su obra en Francia.
Vercingetorix, los belovacos y el fin de la Campaña
Dueño de un extenso territorio, casi del mismo tamaño que el obtenido por Roma antes de la conquista de las Galia, César se dedicó a administrar con cetro de hierro sus nuevas conquistas. El agresivo proceso de romanización de las tribus galas inició en su mandato y en los años siguientes, no se detuvo ni con la cristianización de sus habitantes. No obstante, y en los dos años siguientes, nuevas rebeliones agitaron la región. Se sublevaron eburones y trevinos y finalmente todos los pueblos galos bajo el caudillaje del gran Vercingetórix, héroe de todo un pueblo, tan gran combatiente como hombre impulsivo, fácil de provocar. César supo actuar con prudencia. Pese a conocer el desastre en la batalla de Gergovia, el romano sitió las fuerzas de Vercingetórix (100,000 hombres aproximadamente) y finalmente los venció en la Batalla de Alesia el año 52 a.C. La rendición de los belovacos (belgas) en Uxellodunum en el 51 a.c, puso punto final a la rebelión de las Galias. Julio César, admirado del valor de este pueblo, dijo de ellos:
“Los más valientes de todos aquellos pueblos son los belgas, porque viven muy remotos del fausto y delicadeza de nuestra provincia; y rarísima vez llegan allá los mercaderes con cosas a propósito para enflaquecer los bríos; y por estar vecinos a los germanos, que moran a la otra parte del Rin, con quienes traen continua guerra.”
La seguridad se había reestablecido y las Galias pasaron a convertirse en provincia romana, fijándose tributos y políticas colonizadoras. A lo largo de los ocho años de guerra, pereció una tercera parte de la población gala, el otro tercio fue vendido como esclavo, las riquezas extraídas hicieron que los simples soldados se enriquecieran, además, César engrosó una buena suma de dinero en las arcas del estado. Hizo construir en Roma un nuevo mercado. Fue generoso con los políticos influyentes y promovió una cierta descentralización. César, a lo largo de estos ocho años, vio crecer su poder personal a medida que aumentaba el de su ejército que se hizo incondicional y adicto a su persona. Además, con este contingente se hizo dueño de un poder real con el cual podía inclinar la balanza a su favor. César no solo combatió y gobernó las Galias, sino también se dio tiempo para escribir un clásico libro de historia “Comentarios a la guerra de la Galias”, donde narra sus experiencias.
Según Plutarco, los resultados de la guerra fueron 800 ciudades conquistadas, 300 tribus sometidas, un millón de prisioneros vendidos como esclavos y otros tres millones muertos en batalla (se estima que la población gala era de unos 15 millones de habitantes antes de la guerra). Aunque los historiadores antiguos son conocidos por exageraciones de este tipo, ciertamente la conquista de la Galia por parte de Julio César fue la mayor gesta militar desde las campañas de Alejandro Magno. El emperador Augusto, sucesor del asesinado Julio César, dividió la Galia en el año 27 en cuatro administraciones o provincias:
Gallia Narbonensis, desde los Alpes hasta los montes Cévennes
Gallia Lugdunensis, entre los ríos Loira, Saona y Sena.
Gallia Aquitania, que limitaba al norte con el río Loira.
Galia Bellgica, que se extendía entre los ríos Sena y Rin y cuyo límite por el norte era el mar del Norte. Esta administración se mantuvo así hasta principios del siglo IV en que hubo cambios con el emperador Diocleciano.
La presencia romana aportó cuatro siglos de prosperidad al futuro pueblo francés. La seguridad de las fronteras frente a la amenaza de los Germanos estaba asegurada por las legiones destacadas a lo largo de la frontera y las primeras vías de comunicación son creadas entre Boulogne-sur-Mer y Colonia, y después entre Reims y Tréveris. Varias fortalezas son levantadas en la intersección de estos ejes. El latín, empleado por los funcionarios romanos, los mercaderes y los militares, pronto se convierte en la lengua principal, sustituyendo así a los numerosos dialectos celtas reinantes. Con el posterior triunfo del cristianismo en Roma, esta religión también se impone rápidamente desde el siglo III luego de la fundación de la diócesis de Tongres (Bélgica). La Guerra de las Galias marca entonces un hito. En el futuro, Francia se convertiría en una nación importantísima en el curso de la historia.
Acerca del autor:
Joaquín Toledo, especialista en historia del mundo, con amplia experiencia en investigaciones sobre Guerras y Conflictos mundiales. http://www.audiolibrosespanol.com/historia.
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