Alimentación y sanidad
La comida del soldado raso comprendía un kilo aproximado de pan o bizcocho, una libra de carne y media de pescado y una pinta de vino, más aceite y vinagre, lo que aportaba de 3300 a 3900 kilocalorías diarias. Hay que saber que el soldado se tenía que preparar su propia comida, aunque la preparación de algunos alimentos corría a cargo de cada uno de los camaradas en los fogones del campamento.
Cada Tercio disponía de un médico, un cirujano y un boticario. Todas las compañías contaban con barbero para los primeros auxilios, y los heridos graves se trasladaban al hospital general, donde había enfermeros, médicos y cirujanos. Este hospital corría a cargo de los propios soldados mediante el llamado «real de limosna» (una cantidad que se les descontaba del sueldo), la venta de los efectos personales de los enfermos que fallecían sin hacer testamento o las donaciones que alguien hacía voluntariamente. Había aproximadamente un médico o cirujano por cada 2200 soldados, aunque los heridos podían llegar a ser tantos que desbordaran la capacidad de éstos. Lo cierto era que la mayoría de los soldados veteranos estaban cubiertos de cicatrices, y muchos acababan lisiados o mutilados sin ninguna compensación. Las amputaciones iban seguidas de la cauterización, y las curas de las heridas se hacían con maceraciones de vino o aguardiente y algunos ungüentos, pero eso no frenaba a veces la infección o las supuraciones, lo que acababa por degenerar en gangrena.
La importancia de la religión
Los Tercios mantenían su enorme moral de combate mediante un implícito apoyo de la religión en campaña. Su mejor general, Alejandro Farnesio, no dudaba por ejemplo en hacer arrodillar día a día a sus soldados antes de combatir para rezar el Avemaría o una prédica a Santiago, patrón de España.
Asimismo cada mañana se saludaba a la Virgen María con tres toques de corneta y cuando era preciso también se oficiaban varias misas de difuntos y numerosos funerales. Cada Tercio contaba con un capellán mayor y un predicador, y cada compañía con un capellán.
La Leyenda Negra
La mala fama de los Tercios españoles forma parte inseparable de la Leyenda Negra difundida por la historiografía anglosajona y francesa para perjudicar la imagen política de España a partir —sobre todo— de Felipe II. Esos prejuicios se basan en hechos ciertamente lamentables que fueron obra de los rudos y feroces soldados en algunos episodios de desorden y saqueo indiscriminado acompañado de crueles matanzas. Durante el desempeño del cargo de jefe de los Tercios que hizo el tercer Duque de Alba, los odios se exacerbaron, sobre todo a raíz de la política de mano dura y represión que impulsó el noble, considerado todavía hoy una auténtica bestia negra por los flamencos y holandeses protestantes. Aunque todos los ejércitos anteriores y posteriores a la época cometieron y cometerían los mismos excesos, la mala fama de los Tercios españoles fue aumentada por el odio holandés y protestante a un invasor que veían como una doble amenaza: política (acusando a España de imperialismo) y religiosa (luchando contra el catolicismo que los Austrias querían imponer a toda costa en los territorios donde caló profundamente la Reforma Protestante). Los peores desmanes de los Tercios los ocasionaban los continuos atrasos en el envío de la paga. Los sueldos ya de por sí eran bajos, pero con ese salario hay que tener en cuenta que el soldado pagaba la ropa, su manutención, las armas, y hasta a veces el alojamiento, aunque excepcionalmente algunos nobles se ofrecieron a costear los gastos de una guerra concreta para ganar méritos y prestigio ante el rey de España.
Si la paga llegaba a tardar más de 30 meses (como ocurrió en algunos momentos), los Tercios se amotinaban y eran capaces de lo peor, aunque jamás pusieran en duda su plena fidelidad a España y al rey. Era entonces cuando el saqueo descontrolado pasaba a ser el único sistema para resarcirse de la falta de dinero, y ese saqueo podía proceder tanto de la captura de bagajes enemigos como del pillaje en pueblos y ciudades. El botín estaba prohibido cuando una ciudad pactaba voluntariamente una rendición antes de que los sitiadores instalaran la artillería, pero si esto no se producía, la plaza quedaba entonces a merced del vencedor. Uno de los episodios más negros de los Tercios se produjo en el saqueo de Amberes en 1576, que duró más de tres días y llegó hasta extremos inhumanos de barbarie y devastación. El 4 de noviembre de 1576, las calles quedaron sembradas de cadáveres de toda clase y condición, con los dedos y las orejas cortados para llevarse las joyas personales que los soldados tanto ansiaban. Familias enteras fueron torturadas en busca de dinero.
Episodios similares se vivieron tanto en Cataluña como en Portugal, territorios que se rebelaron contra la Corona de los Austrias a causa de la falta de acuerdo en materia de política económica interna y, sobre todo, del mantenimiento costosísimo que representaban los Tercios en campaña. El estacionamiento de los Tercios en la frontera catalana con Francia y la polémica (pero tal vez necesaria) Unión de Armas que proyectaba hacer el valido de Felipe IV, el Conde Duque de Olivares, reuniendo el dinero y los efectivos humanos de todos los reinos y señoríos hispánicos, acabaron por encender la mecha del polvorín en el que se habían convertido el Principado de Cataluña y el Reino de Portugal, totalmente contrarios a tales medidas porque perjudicaban de forma grave sus expectativas económicas, a la vez que violaban sus privilegiados fueros de origen medieval. Los Tercios eran una olla de presión allá donde se dirigían, y sumándole a esto la falta de tacto del valido y el tozudo autoritarismo real de Felipe IV, más la también terca reticencia y desconfianza de las cortes catalanas y portuguesas, el resultado fue tan caótico que sumió simultáneamente a la Península Ibérica en dos frentes rebeldes al rey. Los Tercios estacionados en Cataluña pesaban como una losa sobre las posibilidades de las clases humildes y populares a causa de sus gastos y excesos. El amotinamiento de los soldados se sumó a la rebelión popular en respuesta de sus atrocidades. Pueblos enteros fueron saqueados e incendiados en el Principado catalán en 1640, dando inicio a la llamada Guerra de los Segadores y a la temporal escisión de Cataluña del Imperio gracias a las calculadas maniobras políticas del cardenal Richelieu, valido de Luis XIII. Tras varias negociaciones y la pérdida resignada de Portugal, independizado con los Braganza como nueva dinastía nacional, el gobierno de Madrid logró encauzar la situación a costa de aceptar todas las condiciones fijadas por la Generalidad catalana y dejar que Francia consolidase sus anexiones al norte de los Pirineos, donde ocupó varias comarcas catalanas.
0 comentarios:
Publicar un comentario