DON ZACARIAS ( de MIGUEL LOPEZ DELGADO) 4

domingo, 1 de marzo de 2009

Con un profundo suspiro María recostó la cabeza contra el pecho del cura; aunque sentía un ligero dolor en la rodilla podía caminar perfectamente pero sentía un placentero calorcillo acurrucada allí y éso le resarcía de la aterradora sensación de soledad que había experimentado minutos antes cuando, huyendo a todo correr junto con el grupo de pilluelos, se había ido quedando rezagada por ser la más pequeña de todos. En un último intento de alcanzarlos, temerosa de ser atrapada por el perseguidor y con los pulmones a punto de reventar, aceleró todo lo que daban de sí sus cortas piernas; al pasar por la fuente tuvo la mala suerte de no poder esquivar el barro y resbaló. Notó como su rodilla chocaba con algo duro y un ramalazo de dolor le recorrió la pierna quedando tendida en mitad del barrizal; mirando hacia adelante pudo ver como los últimos componentes del grupo de chiquillos desaparecían por el recodo final de la vereda sin percatarse de lo sucedido. Impotente y desvalida estalló en los sollozos que más tarde serían oídos por Don Zacarías.

- Pués en marcha entonces - exclamó el cura - Ya queda poco para llegar a casa. Allí le explicaremos a tu madre que te has caido.... accidentalmente. Sin mentir, porque ¿tú sabes que mentir es pecado, verdad?. Pero algunas veces no hay por que contarlo todo si es que así se evitan males mayores e innecesarios... y yo creo que ésta es una de esas ocasiones. Bastantes preocupaciones tiene ya tu madre con tus otros seis hermanos.....

Con paso atlético y la niña en brazos, Don Zacarías dejó atrás el pilar y dobló el recodo que daba vista a las primeras casas de Peña de Hierro. El poblado estaba constituido por varias hileras de casitas bajas de aspecto muy humilde; cada dos filas de casas se encontraban adosadas por los patios traseros y en total había cuatro calles sombreadas por sendas hileras de acacias a cada lado.- En las fachadas de cada vivienda, intensamente encaladas, se abrían una puerta y una ventana, con las maderas indefectiblemente pintadas de verde oscuro. Los tejados acusaban su vetustez y se mostraban ligeramente combados por el peso de un sin fin de tejas, rojizas y curvadas, que los cubrían.- A intervalos regulares se alzaban las chimeneas de cada cocina y, de casi todas dada la hora, se elevaban tenues espirales de humo negro procedentes del carbón que se quemaba en los anáfes mientras se cocinaba el almuerzo.

Don Zacarías tomó una de las calles y, sin detenerse, iba tranquilizando a algunas de las vecinas que comadreaban de puerta a puerta y le interrogaban sobre lo sucedido a María. La niña le rodeaba el cuello con los brazos buscando su protección instintivamente. Cuando hubieron llegado a la puerta de la casa de María, el cura la depositó en el suelo con cuidado y le alisó un poco el ajado vestido.

- Ahora vamos a ver a la Dolores que ¡ a buen seguro tendrá algo que decir!...pero ya le pararemos los piés ! - y sonriendo el cura penetró en la vivienda gritando a voz en cuello - ¡ Dolores, Dolores! ¿No hay nadie en casa?....Hay visita. -

Del fondo de la casa, y a través del estrecho y corto pasillo que comunicaba la puerta delantera con la cocina, llegó una voz estridente - ¡¿Quién es, quién es?. Ya voooyy.....No para una de trajinar en todo el día ! -

El cura avanzó hacia el interior con María detrás de él asida a los pliegues de la sotana. La entrada de Don Zacarías y María en la cocina coincidió con la de una gruesa matrona que, con el encanecido pelo recogido en un moño tirante y vestida por completo de negro con raidas ropas, penetraba por la puerta trasera procedente del patio. Traía las manos ocupadas con un montón de ropa seca que acaba de retirar de los cordeles del tendedero.

- ¡ Ah! Don Zacarías. Conque es usted. - exclamó Dolores, la madre de la niña, al ver al cura - Pase, pase y sientese. Ya me dirá que le trae a usted por....¡ María, por Dios....¿qué te ha pasado? ¿Tú has visto como vienes? -

- ¡ Tranquila Dolores, tranquila !. Yo le explicaré - replicó el cura al tiempo que tomaba asiento en una silla de eneas pintada de verde junto a una mesa camilla cubierta con un grueso hule también verde. - Ha habido un pequeño percance sin importancia que justifica el estado de María. -

- ¿Percance?. Percance le voy a dar yo ahora mismo a ésta. - Acompañando el gesto a la palabras Dolores intentaba alcanzar a María que se apretujaba contra el cura - ¡ El mejor vestido hecho una porquería.... y éso que te advertí ¡ ten cuidado, no te ensucies....mientras lavo la otra muda! ¡ Ay, Señor, si nada más que tiene esas dos! -

¡ Quieta Dolores, escuche primero ! - replicó Don Zacarías interponiéndose entre madre e hija y arriesgándose a recibir un soplamocos de Dolores que cuando se arrancaba tenía un larga frenada - ¡ No ha sido culpa de María !. Mientras jugaba cerca del pilar ha resbalado en el barro. Ya sabe usted que aquello es muy mal paso, no es el primero que ha dado con sus huesos en el suelo. Ahora lo que conviene es acabar de curar la pequeña herida que tiene en la rodilla. El vestido ya se arreglará...¡ además, el que más lo ha estropeado he sido yo al limpiar el barro !.-

- ¡ Ay, Dios !. ¿También tenemos heridas ?. ¡ Lo que faltaba ! - hablaba Dolores mientras comenzaba a examinar la rodilla, que temerosa y desconfiada, le mostraba su hija. - No parece importante; le daremos una buena mano de jabón y estropajo. -

- ¡ No sea bruta, mujer ! - espetó el cura - Lo que queda ya por hacer es desinfectar con alcohol y vendar.-

- ¡ Ah ! Pués éso ya es más difícil, señor cura. - exclamó Dolores con un deje irónico. - En esta casa somos pobres, supongo que ya se habrá dado cuenta. Y de éso que usted dice, de “arcó”, no tenemos. Lo único que hay es agua, jabón y estropajo. -

- No hay que preocuparse por tan poca cosa. Dios proveerá. - respondió Don Zacarías al tiempo que se levantaba. - Vaya usted lavando a María y buscando alguna ropilla que ponerle que ahora mismo vuelvo con el desinfectante. -

0 comentarios: