DON ZACARIAS ( de MIGUEL LOPEZ DELGADO) 15

sábado, 23 de mayo de 2009

El cura se acomodó en uno de los butacones y sobraba espacio por ambos lados para otro más; en cambio Don Lalín se dejó caer en el suyo y parecía que los anchos apoyabrazos iban a reventar por la presión que ejercía su descomunal corpachón.

- ¡ Iajáhhh ! – piafó el director mientras colocaba bien los faldones de la chaqueta que habían quedado arremangados entre su cuerpo y el butacón – Mi médico dice que tengo que adelgazar pero él pesa más de cien kilos..¡ ¿quién le va a hacer caso ?! ¡ Ja, ja, já ....!.

Las carcajadas fueron estentóreas y resonaron en todo el edificio; Don Zacarías respingó sorprendido por la sonoridad de la risa profunda del director y se permitió esbozar una sonrisa esperando que, ante aquella sorprendente explosión de hilaridad, acudiera alguien para ver que ocurría. Nadie vino, para pasmo del cura.

No bien se hubo acomodado, Don Lalín volvió a levantarse farfullando con grandes exclamaciones mientras se ponía en pié.

- ¡ Oh !. ¡Ahj !. ¡ Que falta de hospitalidad la mía !. Es casi mediodía y no le he ofrecido un trago. Bueno veamos....- se dirigió a un lateral de la chimenea y, accionando un disimulado picaporte, abrió las dos puertas de un pequeño compartimento oculto en los paneles de caoba oscura que forraban la pared; trasteó un poco en su interior y sacó dos vasos y una botella forrada con arpillera marrón – Sí, creo que sí; ésto nos irá bien....¿le apetece Don Zacarías?. – y sin esperar respuesta del cura continuó – Sí, naturalmente. ¡ Já , já !. Un Sandeman a estas horas es lo mejor que hay.

Volvió a su asiento, arrimó de un manotazo una pequeña mesita baja, donde depositó ambos vasos y los rellenó generosamente con el vino que salía de la botella esparciendo por el despacho un aroma dulzón que mezclaba espléndidamente bien con el de la caoba. Ofreciéndo uno de los vasos a Don Zacarías, el director izó el suyo.

- ¡ Chín, chín !. Por nosotros dos – e ingirió un generoso trago – Por que éste sea un magnífico día del Señor en Peña de Hierro.

Don Zacarías, apabullado por la amabilidad arrolladora del director y por el hecho de no haber logrado todavía introducir ni una sola frase en la conversación, unicamente consiguió contestar: - ¡ Amén ! – y dió un buen achuchón a su vaso. Cuando saboreó el oscuro líquido, a punto estuvo de chasquear la lengua pero se contuvo a tiempo; sintió como bajaba por el esófago y caldeaba su fresco estómago relajando, casi al instante, los músculos que mantenía en tensión, especialmente las rodillas y los codos. Hubiera debido percatarse de los ojillos inquietos del hombretón que lo escuadriñaban atentamente en busca de los signos inequívocos de este relajamiento y que, una vez detectados, Don Lalín dió un suspiro de alivio que el cura confundió con la satisfacción que le producía beber el Sandeman.

- Y bien Don Zacarías – inquirió el dierector - ¿ Tiene su visita algún motivo concreto o es de pura cortesía ?. Si es lo primero, celebraré conocer el asunto cuanto antes por si podemos hacer algo y, si es lo segundo, lo celebraré igualmente porque me ha ofrecido la oportunidad de sacar el Sandeman, ¡ Ja, ja, já.....!

Las risotadas de Don Lalín volvieron a llenar todo el volumen del edificio y el cura esperó, hasta que se apagaron los ecos, temiendo que algo se derrumbase; arregló un poco los pliegues de la sotana y se giró hacia el director mirándole fijamente a los ojos.

- Ambas cosas, Don Lalín – dijo despegando por fín los labios para otra cosa que para beber – Estaba dando un paseo y llegué hasta aquí para admirar los jardines y me dije....bueno, se me ocurrió ¿porqué no ver si Don Lalín puede recibirme?. Seguro que él puede resolver rápidamente un par de asuntos de la feligresía que para mí se han puesto muy cuesta arriba, por no decir imposibles.

- Cuente usted, hombre. Si podemos hacer algo, se hará inmediatamente – afirmó el director ansioso – Cualquier cosa que necesite.....

- Pués verá usted; el caso es que – continuó Don Zacarías – Teodomiro, el capataz de contramina que hace unos meses quedó atrapado, seguramente usted lo recordará, tiene dificultades. Como no puede trabajar en la mina ....

- Sí, sí,..lo recuerdo perfectamente- afirmó el director – Un caso de auténtica mala suerte, un hombre tan experto y, sin embargo, no vió el peligro...en fín, cosas de la mina. Pero siga usted.

- Como no puede trabajar en la mina – prosiguió Don Zacarías – hace ahora de recadero trayendo y llevando lo que se necesite a Nerva. Pero éso no deja mucho....en fín, que el hombre a duras penas puede sacar a su familia adelante y....digo yo ¿no habría un trabajo en la mina que, aún con sus impedimentos, pudiera desarrollar y ganar un jornal para su casa?

El director se enderezó incómodo en el butacón y se pasó inquieto el dedo índice de la mano derecha entre el duro cuello de la camisa y la abundante y sonrosada papada que aparecía recién rasurada. Entre los varios motivos de la visita del cura, que había estado barajando previamente, no se le había ocurrido que pudiera estar uno tan fuerte como éste, tan directamente relacionado con la política social de la empresa. El asunto era pués delicado en extremo y había que ser cuidadosos.

- ¡ Bueno !...¡Ejem..! – carraspeó Don Lalín – Supongo que sabrá que éso que me pide es bastante difícil. La mina es un trabajo duro y para hacerlo son necesarios hombres fuertes y capaces....realmente no veo que es lo que podría hacer un hombre que...bueno, usted ya me entiende. Además, lamentablemente, la empresa ha de ser rentable y si se diera trabajo a todos los hombres que se accidentan y quedan imposibilitados...ésto se convertiría en un asilo que, perdiendo mucho dinero, tendría que cerrarse al poco tiempo con lo que no habría trabajo para nadie...Yo creo que la elección, aunque dolorosa, es clara...¿No cree usted, Don Zacarías?. Veo que se le ha terminado el Sandeman; seguro que le apetece otra copita.

Mientras terminaba de hablar, cogía la copa directamente de las manos del cura, procedía a rellenarla, se la entregaba y continuaba hablando.

- De cualquier forma, aunque éso que me pide es imposible, pero teniéndo en cuenta que este hombre,...Teodomiro dijo ¿verdad?, ha sido un hombre muy eficaz para la empresa creo que podremos darle una ayuda, por una sola vez claro está, que le sirva para salvar el bache..... – mientras hablaba, Don Lalín se había levantado y, desde el escritorio, manipulaba nuevamente el teléfono dando instrucciones en voz baja; volviendo nuevamente al butacón habló en un tono menos autoritario, y más confidencial, que antes – Naturalmente confío en su discrección; si ésto que hago se hiciese público acudiría aquí mucha gente y sería un problema...ya me entiende.

Unos discretos golpes sonaron en la puerta e inmediatamente ésta se abrió dando paso a un contable, con un lápiz sobre una de sus orejas, que entregó un sobre a Don Lalín; aunque el hombre conocía perfectamente al cura no hizo ningún ademán de saludo y, tan impercetiblemente como entró, se marchó. Don Zacarías estaba sorprendido por el giro de los acontecimientos; su intención, al mencionar el caso de Teodomiro, fué simplemente la de extender una cortina de humo sobre sus verdaderas preocupaciones y no esperaba conseguir nada, de sobras conocía la dura política social de la empresa al respecto. Don Lalín inspeccionó el contenido del sobre y sonrió satisfecho mientras se lo alargaba al cura que lo recibió tímidamente.

- Tenga usted ésto, Don Zacarías, y hágaselo llegar a Teodomiro con el reconocimiento de la empresa por los servicios prestados – dijo el director – Son mil pesetas que creo que podrían ser suficientes para marcharse a otro pueblo y montar un negocio que le permita reiniciar su vida en otro lugar.

El cura se maravilló, mil pesetas era todo un capital y, aunque le pareció captar el tono de una velada orden en la sugerencia de que Teodomiro se marchase a otro pueblo, era evidente que la idea de Don Lalín no era disparatada. En opinión de Don zacarías sus conversaciones con Dios estaban dando resultados maravillosos e inesperados.

- ¡ Muchas gracias Don Lalín, ésto es mucho dinero – balbució el cura – Estoy seguro que Teodomiro le quedará muy reconocido y Dios verá con muy buenos ojos lo que usted hace...., muchas gracias.

- No se merecen Don Zacarías, no se merecen – contestó Don Lalín y, en tono cómplice, añadió – Además, ese dinero es de la empresa; yo creo que será bueno que los de Madrid se aprieten también un poco el cinturón ¿no?.. ¡Já, ja, já..!

Nuevamente las carcajadas de Don Lalín retumbaron en los tímpanos del cura, que no acababa de acostumbrarse a las hilarantes explosiones del director, y, como muestra de simpatía, Don Zacarías asintió levemente con la cabeza. Envalentonado con la buena marcha de la conversación sintió que era el momento oportuno para exponer al director una de sus viejas aspiraciones; Peña de Hierro no contaba con iglesia donde realizar con dignidad los oficios religiosos, los creyentes que deseaban oír misa tenían que desplazarse a Nerva y Don Zacarías percibía que poco podía hacer para extender la Palabra de Dios si no contaba con un lugar adecuado para éllo. Desde hacía tiempo le tenía echado el ojo a una casita pequeña deshabitada en un extremo del pueblo que, con unos pequeños arreglos quedaría en condiciones, aunque humildes, para sus objetivos.

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