Pintor Rafael ( II y último )

viernes, 16 de octubre de 2009

Las dos Romas de rafael

Estamos en 1508: Miguel Ángel se halla levantando el andamiaje en la Capilla Sixtina para pintar los frescos de la bóveda y Rafael comienza los trabajos en la Estancia llamada "de la Signoria", que alberga la biblioteca privada el papa Julio II, con más de doscientos volúmenes. El ciclo ocuparía al pintor desde 1508 hasta 1511.
La Estancia de la Signoria representa la suma de la cultura humanística. En los frescos distribuidos sobre los cuatro muros y en la decoración de la bóveda se aprecia un estilo monumental y una capacidad para disponer con orden y armonía los personajes, incluso en las escenas más multitudinarias. En esta época son importantes para Rafael e influyen de manera notable en su arte, la figura de Miguel Ángel y las piezas arqueológicas clásicas conservadas en las colecciones vaticanas. Aunque entregado a los trabajos del Vaticano, Rafael tuvo tiempo para dedicarse a otras tareas. De esos años destacan el Retrato de Fedra Inghirami, bibliotecario del papa; el penetrante Retrato de cardenal, en el que la simplificación de los volúmenes se convierte en imagen psicológica; la pequeña Virgen de la Torre y la Virgen Aldobrandini, la Virgen de la Diadema y la hermosa Virgen de Alba, ejemplo de una investigación sobre la relación entre las figuras y el formato del tondo, o pìntura en forma redonda, que se perfeccionará en la Virgen de la Silla.
Además de sede de la corte papal, Roma era también la antigua capital del imperio, y la presencia de la cultura clásica tenía allí más fuerza que en cualquier otra parte. La nobleza romana trataba de revivir en sus palacios el esplendor de las residencias patricias cuyas ruinas admiraba. En la villa de Agostino Chigi, rico banquero romano, Rafael realizó el fresco del Triunfo de Galatea, reinterpretando el mito antiguo en un clima de alegra vitalidad.
Los graves acontecimientos políticos de los últimos años habían llevado al papa a elaborar un programa que ilustrase la intervención divina en favor de la Iglesia en peligro. Para expresar esos contenidos, el pintor abandonará el estilo armónico y las tonalidades tenues de la primera Estancia, adoptando un estilo mucho más dramático en la composición y en la elección de los colores para la Estancia de Heliodoro.
Tras la muerte de Julio II, en 1513, León X se alza como nuevo pontífice romano. Perteneciente a la familia Médicis, inauguró un clima diferente respecto al de su predecesor. El nuevo papa había sido educado para apreciar el arte y la cultura no por su función propagandística, sino por amor a la belleza y al lujo. A su corte acudieron artistas, músicos, literatos... y sus colecciones de antigüedades se enriquecieron con nuevos objetos hallados en las excavaciones. Rafael se adaptará rápidamente al nuevo clima empapado de latinidad, convirtiéndose en una figura descollante de la corte papal. En sus obras se acentúan ahora los estudios espaciales y compositivos, en una búsqueda de dramatismo y una nueva relación con el espectador que observa la obra.
A partir de 1514 los encargos se multiplican, manteniendo plenamente ocupados al pintor y a su taller. A la muerte de Bramante, Rafael fue nombrado arquitecto oficial de las obras de San Pedro. Entre tanto, terminó la decoración de la Estancia de Eliodoro, y comenzó la de la tercera, la Estancia del Incendio, en la que se representan las gestas de León III y León IV, predecesores del papa.
Además también diseño cartones para los tapices destinados a la Capilla Sixtina, en una emocionante idea de medirse con Miguel Ángel. A parte de los trabajos para el papa, Rafael realizó varias obras para los gentilhombres de la corte, como al banquero Chigi, a quien proporcionó los cartones para el fresco con Profetas y Sibilas. También realizó algunos retratos, regalados por el pintor a personajes ilustres con los que mantenía buenas relaciones, como el Retrato de Baltasar Clastiglione, el Doble retrato y La Velata.
El prestigio de Rafael era tal que sus obras llegaron a servir para consolidar alianzas políticas. Pero ya en torno a 1518-1520, la intervención de su taller era cada vez más evidente.

Fin del sueño: Viernes Santo de 1520

Desde su primera visión El Sueño del Caballero, hasta la última, La Transfiguración, había recorrido toda la pintura. Huérfano, privado muy pequeño, de las caricias maternas; adolescente sometido a los antojos de Perugino; joven, pintor casi desconocido; artista ensalzado hasta las nubes y calumniado por otros; amigo, amante, prometido... había recorrido también todas las experiencias humanas. Gracias a Guidobaldo, a César Borgia, a los Baglione, a Soderini, a Julio II y a León X, recorrió, asimismo, las experiencias políticas. Por eso, había podido, en su breve paso por la tierra, brindar a la humanidad algunos mitos que le eran absolutamente necesarios para no caer en la desesperación o en el abatimiento. Su misión estaba cumplida; no le restaba más que irse.
A finales de marzo de 1520 Rafael cayó en cama; a partir de entonces y hasta su última hora, las informaciones son tendenciosas. Vasari atribuye la muerte de Rafael al abuso de los placeres. La información dada por Missirini a Longhena y publicada por éste, contiene detalles que parecen más veraces que la afirmación de Vasari: "Rafael era de naturaleza muy delicada; su vida pendía de un hilo demasiado débil por lo que respectaba a su cuerpo, ya que era todo espíritu. Sus fuerzas habían decrecido mucho; y es extraordinario que le hayan podido sostener durante su corta vida. Hallándose muy debilitado, un día, encontrándose él en la Farnesina, recibió orden de acudir a la corte inmediatamente. Echó a correr para no incurrir en retraso; y mientras hablaba allí, largamente, acerca de la construcción de San Pedro, se le secó el sudor encima. Súbitamente, se sintió enfermo. Marchó a su casa; y se vio acometido por una fiebre perniciosa ..."
El 4 de abril, Rafael despidió a su amante; luego hizo el testamento; pidió ser enterrado en Santa María de la Rotonda; y dos días más tarde, el Viernes Santo 6 de abril de 1520, entre las nueve y las diez de la noche, expiró. Acababa de cumplir treinta y ocho años. A la cabecera del lecho en que reposaba el cuerpo de Rafael, sus discípulos colocaron su Requiem: la Transfiguración no concluida.
León X ordenó que se celebrasen por su artista favorito funerales espléndidos, a los que asistió toda Roma. Bembo compuso el epitafio para su tumba: "Ille. Hic. Est. Raphael timuit quo sospite Vinci, rerum magna parens, et moriente, mori". (Aquí yace Rafael. Cuando vivía, la gran madre de las cosas temía ser vencida. A su muerte, tuvo miedo de morir).

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