El ladrillo
Pieza básica y poco reconocida es, desde hace unos tres mil años, un aliado fundamental de todas las arquitecturas.Hay detalles que para muchos pasan inadvertidos; no para El Viajero quien, en Finlandia, se detiene ante una serie de edificios de singular valor arquitectónico como el del Ayuntamiento de Säynätsalo construido en los años 50, por el arquitecto finlandés Alvar Aalto. Este singular edificio de tres plantas está construido en ladrillo, un material infrecuente en ese país. Además de la belleza de ese edificio, se destaca la manera de usar el ladrillo, trabado con una gran precisión y belleza. Por ello, El Viajero rescata ese material: el ladrillo, uno de los elementos pioneros de la construcción. Conocido desde la antigüedad más remota, la palabra designa el adobe que proviene del término egipcio dbt: "ladrillo de barro crudo", realizado con arcilla. Gracias a esta innovación se pueden reconocer y apreciar en la actualidad los primeros núcleos habitacionales de la Mesopotamia. Ya en el VIII milenio, antes de esta era, aparecen en Ali Kosh los primeros ladrillos de adobe. Gracias a ese pequeño descubrimiento, hacia el año 5500 se comienzan a erigir edificios con ladrillos de adobe y su vestigio más antiguo, como sospecha El Viajero, es el Palacio de Nippur, en Irak, 160 km al sudeste de Bagdad.
El tiempo y la inventiva arquitectónica refinaron el producto y hoy los ladrillos tienen también apellido: el caravista, para ser colocado sin recubrimiento; el de tejar, artesanal; y el perforado, entre otros. El Viajero entiende que la fidelidad y economía del ladrillo han provocado su distribución casi planetaria. Los antiguos romanos lo usaron en la construcción de bóvedas y cúpulas y se popularizó también en su uso para aljibes, pozos y dinteles que siguen la técnica de las cúpulas, donde el ladrillo se traba uno a uno, con un simple mortero.
En la Edad Media, el ladrillo se difundió por el norte de Italia, los Países Bajos y Alemania, y en todo lugar que escaseara la piedra. Los constructores lo valoraban por sus cualidades decorativas y funcionales. Como puede comprobar El Viajero Ilustrado, se realizaron construcciones con ladrillos templados, rojos y sin brillo, con una amplia variedad de formas, que pueden hoy verse en gran parte de las ciudades europeas orgullosas de su antigüedad. Si bien los colonos europeos trajeron la técnica a América, al parecer las civilizaciones prehispánicas ya lo conocían. Las grandes pirámides de los olmecas, mayas y aztecas, que El Viajero disfruta en Mesoamérica, fueron construidas con ladrillos revestidos de piedra.
Antes de asumir su tamaño estándar (de aproximadamente 24 cm por 11 de ancho y 5 de alto), los chinos construyeron su mítica muralla con tierra y guijarros apisonados y paredes cubiertas por ladrillos muy grandes: unos cuadrados de 48 x 48 y 18 cm. de espesor. Nadie sabe cuantos ladrillos se usaron y cuántos aún hoy sostienen esa enorme serpiente arcillosa; pero alguien calculó, y El Viajero no está en condiciones de desmentirlo, que si con sus ladrillos se construyera un muro de cinco metros de alto por uno de ancho, se podría dar la vuelta a la Tierra.
Más allá de los récords, el ladrillo aún seduce a grandes arquitectos y genera obras magníficas. En Buenos Aires se destaca el Conurban. Obra de los arquitectos Kocourek, Katzenstein y Llorens, la torre de veinticinco pisos ubicada en Catalinas Norte es un edificio único en su tipo. A 35 años de su proyecto, el cuerpo conserva su elegante lozanía, donde sobresalen sus caras notoriamente llamativas por su piel de ladrillos visto. Como sabe El Viajero, uno de los mayores artífices del ladrillo fue el uruguayo Eladio Dieste, que dejó en Montevideo y otras ciudades vecinas edificios que son verdaderas obras de arte. Llamado "El Señor de los Ladrillos", Dieste construyó, entre otros, la Casa de Dieste -famosa por sus bóvedas autoportantes-, ubicada en Punta Gorda y el magnífico Mercado Pabellón de Productores en Porto Alegre, Brasil.
Dicen quienes saben ver, que Dieste tomó el ladrillo y lo llevó a su máxima liviandad. Por ello, El Viajero no puede menos que detener su mirada y su admiración en el detalle: en ese noble y humilde ortoedro, alma y soporte de admirables construcciones.
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