Nació en Nerva, Huelva, en 1882. Estudió en Sevilla la carrera de Comercio y al mismo tiempo comenzó su formación artística de forma autodidacta. Se introdujo en los ambientes artísticos de la ciudad y se relacionó con Francisco Iturrino, con Ignacio Zuloaga y con Juan Ramón Jiménez entre otros.
En 1903 se traslada a Madrid para estudiar en la Academia de San Fernando y aunque no lo consigue, acude al Museo del Prado para observar la obra de los grandes maestros, en especial, la de Zurbarán.
En 1906 decide marchar a París. Durante el viaje, Vázquez Díaz permaneció casi cuatro meses en Fuenterrabía, un pueblecito del País Vasco. Esta estancia fue de gran interés para su aprendizaje artístico, ya que el descubrimiento del paisaje del País Vasco le impresionó tanto que comienza a desarrollar la pintura de paisaje.
Pintó Impresiones del Atlántico, también llamado Azul desde el castillo de San Servando, donde el verdadero tema es el color, el azul, que va desde el azul blanquecino hasta al azul intenso.
De 1906 a 1918 se encuentra en París. Allí conoce la obra de los impresionistas, de los postimpresionistas, de los nabis y de los simbolistas. Descubre, además, el cubismo, que se convertirá en una referencia constante en su obra, pero a diferencia de otros artistas como Juan Gris, no será un cubista intelectual, sino que utilizará las formas cubistas para crear su propio lenguaje.
De regreso a Madrid en 1918, participa en diversas exposiciones y su obra alcanza un gran éxito. Crea su propio taller donde compagina la docencia con la creación artística. Algunos de sus discípulos son José Caballero, Díaz Caneja y Rafael Boti.
Sus obras, paisajes y retratos, estructuradas con gran simplicidad de líneas y con un colorido muy sobrio de grises, están marcadas por la influencia del cubismo y en concreto por la herencia de Cezanne.
El retrato de Daniel Vázquez Díaz
La vida y la obra de Daniel Vázquez Díaz no pueden separarse. Sus pinturas son el reflejo de cómo vio su entorno.
Se dedicó al género del retrato desde el comienzo de su actividad artística. Sus primeras composiciones conocidas son retratos, como el dibujo del torero El Litri o los óleos titulados El chico de Nerva y El seminarista (José Jurado).
Declaró que:
"Un retrato ha de parecerse al retratado y al mismo tiempo, estar bien pintado. Al no parecerse, será una buena pintura nada más, pero no un buen retrato, que, en mi opinión, ha de ser como una biografía pintada".
Por ello, Vázquez Díaz buscará el alma de los retratados, su intimidad e interioridad y despojará a sus cuadros de toda anécdota. En sus retratos se aprecia la influencia de Cezanne, sus figuras tienen un aire escultórico, volumétrico e hierático. Cuando abandona el cromatismo animado de su primera época a favor de la monocromía del gris, este efecto se acentúa.
Realizó numerosos retratos, tanto de amigos y conocidos como de los personajes más ilustres de la época. Algunos ejemplos son los del Doctor Silva, el del Conde de Romanones, el de los hermanos Baroja, el de Falla, el de Ignacio Zuloaga, los de Juan Ramón Jiménez o el de Unamuno.
Retrato de los hermanos Solana (1930)
Es de gran originalidad, ya que las dos figuras están captadas en un momento de su vida cotidiana. El pintor pinta en su estudio desordenado y lleno de objetos mientras su hermano observa. Los rostros están tratados con el interés de captar lo más singular del sujeto.
Pío y Ricardo Baroja (1925)
Ricardo Baroja aparece vestido de fraile y fuma sonriendo, mientras que Pío, serio y envuelto en un abrigo con una bufanda blanca, lee una carta. La abundancia de objetos que aparecen en el lienzo, boina, pipa, carta, libro, no distraen la atención de los dos rostros captados con sus características más peculiares.
El Paisaje en Vázquez Díaz
En sus paisajes se sirve del cubismo y el impresionismo. Su paleta es fría y clara, predominan los verdes, los azules y los malvas.
Al hablar de paisajismo en Vázquez Díaz, tenemos que situarnos dentro de la geografía vasca, ya que es el escenario que le cautivó. Pasó muchos veranos en Fuenterrabía pintando a orillas del Bidasoa.
Vázquez Díaz llamó a estos paisajes del País Vasco Instantes, influenciado por la relación tiempo-luz que había visto experimentar en Francia a los impresionistas y posimpresionistas.
Hay una estrecha relación entre el mundo exterior captado y el mundo psicológico del artista.
Algunos de estos Instantes son: los numerosos Paisajes de Fuenterrabía o Muros blancos en día gris.
También realizó una serie dedicada a La Pedriza. Los paisajes más destacados son Piedras junto al arroyo, Piedra y agua, La Pedriza mojada y Silencio. Aquí se siente atraído por la combinación de piedra y agua. Destaca el valor volumétrico de las piedras, donde sus duros y angulosos perfiles se reflejan en el agua y los tonos grises se transforman en ocres.
Los Murales de la Rábida
Su trayectoria culmina en la realización de los frescos para el monasterio de la Rábida, sobre el Descubrimiento de América. Nos narra los preparativos del viaje de Cristóbal Colón al continente americano.
Se ha discutido mucho si Vázquez Díaz fue un retratista o un paisajista. Podemos afirmar que los frescos de la Rábida son una cosa y otra. Retratos de frailes, campesinos, marineros y verdaderos paisajes en los fondos de las escenas que lo requerían.
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