(de "La Albuera". Julio Cienfuegos Linares)
PRÓLOGO DE LA BATALLA
En la noche del 12 mayo de 1811 llegaron al campo aliado que sitiaba Badajoz, noticias de que el mariscal Soult, al frente de un potente ejército, venía desde Sevilla para socorrer a la guarnición francesa sitiada, así como que se encontraba ya en Llerena, subiendo por el camino de Guadalcanal. Parte de su cuarto cuerpo, procedente de Córdoba y al mando el general Godinet, se le había unido en Constantina y ese mismo día 12 enlazó con la caballería de Latour-Maubourg en Fuente de Cantos, recogiendo también las fuerzas del general Maranzon, que vigilaba por su izquierda los movimientos de Ballesteros.
16 DE MAYO DE 1811. EL DESPLIEGUE
El Mariscal Soult intentaba estorbar la reunión del ejército aliado y trataba de llegar a tiempo para evitar que el ejército de Blake, que venía del sur, paralelo al eje de su marcha, pudiera incorporarse al resto de los aliados, para lo cual quería interceptarlo entre Almendral y La Albuera con un movimiento lateral. Por su parte, el campo de batalla había sido elegido por Wellington y como la reunión de los aliados no se efectuó hasta la noche del día 15, no dio tiempo a practicar obras de trincheras ni a preparar el campo, toda vez que los soldados venían rendidos por largas marchas. De madrugada desplegó Beresford a sus tropas, ocupando las alturas que se desarrollan desde La Albuera hacia el sur, teniendo detrás la ribera de Valdesevilla y delante la de Chicapíerna, dando frente al camino de Sevilla, dominado desde su posición, y situando el ala izquierda y el centro detrás del pueblo, siguiendo un arco que partía de la ribera de La Albuera, por las Viñas y la Somada y extendiendo el ala derecha por las alturas de las casillas de Gragera y la tierra que, desde entonces, se conoce con el nombre de las Baterías, por las que allí se situaron, en dirección a Capela.
La intención de Beresford era caer sobre las avanzadas francesas que quisieran apoderarse de los dos puentes: El situado junto al pueblo, inmediato a la desembocadura del Chicapierna en el Nogales, y otro entonces existente aguas abajo. Debía, para impedirlo, lanzar a la carga su caballería desde las lomas y batir el grueso del ejército enemigo en los llanos del Prado y la Dehesa que habían de cruzar para llegar al pueblo, teniendo asegurada una posible retirada, por Valverde de Leganés, hacia Portugal.
DESARROLLO DE LA BATALLA
La mañana del 16 se presentó nebulosa, amenazando lluvia. Las avanzadas de caballería que se adelantaron para reconocer la disposición y tuerzas enemigas, aparecieron al despuntar el día escaramuceando en la derecha del Nogales, empujadas las nuestras por los dragones franceses del general Briche, que precedía el avance francés, apoyado por la infantería del general Godinot. Serían las ocho de la mañana cuando tenían lugar estas acciones casi enfrente del pueblo, a cuyos puentes creían nuestros generales, reunidos cerca de él, que habían de dirigirse los franceses, ya que esperaban un ataque frontal o sobre la izquierda de su línea, calculando que Soult pretendía abrirse paso hacia Badajoz directamente, siguiendo el eje del camino que venía de Sevilla, lo que parecía confirmar tanto la maniobra de distracción iniciada por el ejército francés como el fuego de una batería de grueso calibre que empezó a cañonear al pueblo.
Sin embargo, un oficial, Schépeler, que estaba desayunando junto a su general Zayas, cuando todos oteaban el camino de Sevilla y el llano por donde avanzaban los franceses, recelando de las intenciones de Soult, ya que había combatido con él en 1799 en Suiza y conocía la osadía de sus maniobras, dirigió su anteojo hacia el sur y exploró el monte cubierto de la dehesa de la Torre y las Nateras, percibiendo entre el carrascal y pese a la visibilidad escasa, el brillo de las bayonetas francesas. "De allí es de donde vienen: por allí atacan", exclamó, haciendo volver a todos la cabeza en la dirección por él señalada. Blake le ordenó que galopara hacia la última colina de la loma y, desde allí, vio la cabeza de las columnas que descendían por el otro lado del Nogales. Volvió a galope e hizo señales a Zayas, que ya había puesto en movimiento a su división para cambiar de frente hacia el sur. Los generales aliados todavía dudaban y vaciló Beresford, pues le parecía muy temerario que Soult se arriesgara a perder el dominio del camino de Sevilla y se expusiera a verse estrechado en la angostura de los Riscos, si le empujaban los aliados, pero él mismo, cabalgando con Schépeler hacía la colina, pudo comprobar la veracidad del informe. Todo el ala derecha, constituida por españoles, tuvo que girar adoptando un dispositivo de martillo para hacer frente a las divisiones de Girard y de Gazan que avanzaban, apoyando la carga de la caballería de Latour-Maubourg, sobre la extrema derecha del ejército aliado. Detrás de las divisiones francesas, se movía la reserva de infantería del general Werlé.
La batalla, por tanto, se iba a desarrollar en orden oblicuo, muy osado para los atacantes, de no ser dirigida, como en este caso, por un táctico eminente, y muy peligrosa para los atacados, que se veían obligados a descomponer su formación y cambiar de frente, con el peligro de ser envueltos y cortado el camino de retirada.
Cinco horas duró la batalla propiamente dicha, desde las nueve hasta las dos de la tarde. Los primeros aguaceros acabaron en trombas de agua que, por el aire frío reinante, se convirtieron en granizos, dificultando, junto al humo de la pólvora, la visibilidad, hasta no poder distinguir en ocasiones contra quien se disparaba y produciéndose bajas propias, sobre todo en los momentos en que había que practicar el paso de línea, operación indispensable para recargar las armas y siempre difícil de ejecutar, pues los relevados tenían que retirarse entre la línea que venía a sustituirlos, no siendo infrecuente encontrarse entre dos fuegos. El agua mojó mucha pólvora, inutilizando los cartuchos de los fusileros y los hombres de Zayas, privados de munición, tuvieron que registrar las cartucheras de los muertos.
La línea española se vio muy comprometida y, al avanzar la brigada del general España, para cambiar de frente, azotada por el fuego de la gran batería francesa, hubo de ceder terreno, que Zayas se apresuró a ocupar con el regimiento de Irlanda. Fue entonces cuando se produjo la más adversa y costosa acción para los aliados, pues llegó a la línea la primera brigada de la división inglesa de Steward, al mando del coronel Colborne, compuesta por los regimientos 7,57 y 29, que venían en columnas de compañía de a tres, con el propósito de atacar la batería que tantos estragos estaba causando. Había querido el coronel cambiar su formación a orden de batalla, pero la impaciencia imprudente de su general no se lo permitió y quedo expuesto a la carga de los dragones y lanceros polacos de Latour-Maubourg que protegían la artillería y que se lanzaron sobre ellos, destrozándolos, cayendo en poder del enemigo el propio Colborne con 600 u 800 de sus hombres, de los que muchos pudieron reincorporarse cuando se retiraron los franceses, así como tres banderas y las seis piezas de artillería que llevaban.
De los batallones ingleses, sólo se salvó el 31, que se acogió al amparo de los españoles. El coronel que mandaba el 57 regimiento británico, Inglís, fue herido de gravedad, y, mientras lo retiraban del campo, pronunciaba una frase parecida a la que empleó el rey de Portugal don Sebastián para animar a sus caballeros, cuando fue derrotado y muerto en Alcazarquivir: «Fidalgos, fidalgos, hay que morir, pero morir despacio». -El coronel Inglís repetía: -«Morid duramente»: «¡Die hard!, ¡Die hard!» -Desde aquel día, los hombres de ese regimiento, que actualmente se llama Middlexed, son conocidos como los «diehard», «morir duro», en recuerdo de la más sangrienta de las batallas que ha librado. Había estallado el temporal y la niebla, el humo y el aguacero confundieron a los ingleses que creyeron que la caballería que se les vino encima era la española. La enérgica carga francesa que los desbarató se introdujo entre las líneas españolas, sufriendo el bote de sus lanzas el general España, el oficial Schépeler, que tantas noticias dio de la batalla, e incluso algunos grupos de jinetes imperiales lograron llegar hasta el puesto de mando del general en jefe. Beresford estuvo a punto de ser derribado por la lanza de un polaco, al que mató un granadero de la escolta que salvó la vida e su general.
Envalentonado por la dura acción de su caballería contra los ingleses, Gazan se abrió paso con su división, acometiendo, siempre en columna y batiendo tambores, la línea española. En unos minutos habían perecido 1.200 aliados en la acción de la brigada Colborne que, al defenderse de la caballería francesa, había causado bajas también en nuestras filas. El general Beresford pensó un momento en abandonar la loma y Zayas recibió la orden de replegarse a través de la división Steward, pero el coronel Harding rogó a su superior, el jefe de la reserva general Cole, que se emplease en la batalla, con los naturales riesgos que ello suponía para una eventual retirada. Así se hizo y su entrada en línea, avanzando desde el puesto de reserva hacía la extrema derecha para impedir que la caballería enemiga rompiera la línea aliada, supuso un refuerzo decisivo que presentó un frente compacto contra los intentos franceses, convirtiendo definitivamente el ataque de flanco planteado por Soult, en una batalla en línea, en la cual la resistencia aliada superó al ataque francés. Reforzó también Soult su ataque con la propia reserva, mandada por el general Werlé, y destacó hacia su izquierda a dos batallones para oponerse a la división anglo portuguesa de Cole que se extendía por aquel flanco, pero como los españoles de Blake se habían mantenido firmes, los 4.000 hombres de refresco de Cole pudieron imponer la iniciativa. Los franceses persistieron en sus ataques en masa, de gran efecto moral y arrollador, pero de escasa potencia de fuego, sólo vomitado por la cabeza de columna, sufriendo en cambio el de los aliados, desplegados en orden abierto, que graneaban a los atacantes. El general portugués Sousa Sequeira, que asistió a la batalla siendo alférez, comentó, en la relación que de ella hizo, que los muertos franceses yacían tendidos en tierra, continuando la formación que mantuvieron en vida.
RESULTADO DE LA LUCHA
No supo, o no pudo, Beresford aprovechar la retirada francesa ni explotar el éxito. De la reserva lanzada por Cole no quedaban más que 1.800 hombres ilesos. Sobre las dos de la tarde, los franceses se habían retirado a sus posiciones de partida en el camino de Sevilla, con su artillería y la mayor parte de los heridos, aunque dejaron en el campo de batalla a los doscientos más graves. Con ellos quedaba una siniestra e inmensa parva de muertos de todas las nacionalidades que intervinieron en la lucha, sobre quienes batía el agua que bajaba turbulenta por los regachos, enrojecidos por la sangre.Todavía se mantuvo Soult en sus posiciones al día siguiente en que inició la evacuación del material y de los heridos, transportados por prisioneros ingleses, sin que ninguno de los ejércitos que se observaban, se atreviera a reanudar la lucha, quizá por el mutuo quebranto sufrido. El día 18 de mayo, el mariscal francés iniciaba su parsimoniosa vuelta hacia sus bases, sin ser estorbado, bajo la protección de su numerosa y operante caballería, contra la que poco podía hacer la más reducida española de Penne-Villemur, encargada de su persecución, o las guerrillas que hostigaron su retaguardia, aparte de capturar a algunos rezagados. El mariscal se quedó en Llerena; Godinot en Villagarcia y LatourMaubourg en Usagre.
Si Soult no logró socorrer a la guarnición francesa de Badajoz, que era su objetivo, tampoco Beresford pugnó por reanudar el sitio, después de haberlo levantado para acudir a presentar batalla en La Albuera, limitándose en lo sucesivo a mantener a distancia el bloqueo de la ciudad, hasta que diez meses justos después de la batalla, el 16 de marzo de 1812, se presentó ante las puertas de Badajoz Wellington, que logró tomarlo al asalto en la noche del 6 al 7 de abril siguiente.
Las pérdidas en la más cruenta de las batallas de aquella guerra fueron considerables. De los españoles murieron nueve oficiales y 249 soldados, resultando heridos 111 oficiales y 1.007 soldados. De los portugueses murieron un oficial y 101 soldados, con 15 oficiales y 246 soldados heridos. Los ingleses fueron los más castigados, pues perdieron la vida 32 oficiales y 850 soldados, resultando heridos 159 oficiales y 3.414 soldados, aparte de 14 oficiales y 550 soldados prisioneros. En total las tropas aliadas perdieron 4.547 hombres y 115 caballos. Parece que el ejército francés sufrió la pérdida de dos generales muertos y tres heridos y unas 6.500 bajas de oficiales y soldados, entre muertos y heridos.
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