La Batalla de La Albuera

jueves, 13 de mayo de 2010

(de "La Albuera". Julio Cienfuegos Linares)

El día 16 de mayo de 1811 se trabó en torno al pueblecito de La Albuera una de las más reñidas batallas a campo abierto de la guerra de la Independencia española, mantenida contra la invasión de los ejércitos napoleónicos”


PRÓLOGO DE LA BATALLA

En la noche del 12 mayo de 1811 llegaron al campo aliado que sitiaba Badajoz, noticias de que el mariscal Soult, al frente de un potente ejército, venía desde Sevilla para socorrer a la guarnición francesa sitiada, así como que se encontraba ya en Llerena, subiendo por el camino de Guadalcanal. Parte de su cuarto cuerpo, procedente de Córdoba y al mando el general Godinet, se le había unido en Constantina y ese mismo día 12 enlazó con la caballería de Latour-Maubourg en Fuente de Cantos, recogiendo también las fuerzas del general Maranzon, que vigilaba por su izquierda los movimientos de Ballesteros.

Con este ejército, en lugar de venir directamente hacia Badajoz, se desvío persiguiendo a la caballería de Penne-Villemur, hacía la derecha, y el día 14 de mayo ocupó Villafranca y Almendralejo, marchando el día 15 por Villalba a Santa Marta. Este retraso permitió la reunión de los ejércitos aliados en La Albuera, ya que hasta la noche del 15 no llegaron las tropas de Blake y Ballesteros, que habían venido escaramuceando con el enemigo por Barcarrota. Beresford levantó el Sitio de Badajoz en la tarde del día 14 para salir al encuentro de Soult y bajó a La Albuera el día 15, dejando muy pocos efectivos frente a la plaza. Por el camino de Talavera bajaron a La Albuera los tres batallones de Castaños. Todavía al día siguiente de la batalla, llegaron con retraso 1.700 anglo-lusos que ya no pudieron actuar. Ante la inminencia de la batalla, el día 13 de mayo, se habían reunido en Valverde de Leganés Castaños y sus generales con Beresford y los suyos para trazar el plan de operaciones. Aunque se había acordado con Wellington que el mando supremo de la batalla lo ostentara el general de más graduación y mayor antigüedad, rango que correspondía a Castaños, éste renunció al honor del mando en jefe en favor de quien aportara mayor contingente de tropas, que era Beresford, por lo que fue el general inglés quien tuvo a sus órdenes a los distintos ejércitos aliados. Estos estaban constituidos por 30.000 infantes, de los cuales 14.630 eran españoles; 3.500 caballos, si bien sólo intervinieron 1.800, pues 1.700 anglo-usos no llegaron al campo hasta el día siguiente. La artillería estaba compuesta por 32 piezas. Las tropas de Soult estaban formadas por 20.000 infantes, 3.200 caballos y 40 bocas de fuego. Los aliados aventajaban al francés en infantería y éste los superaba en jinetes y piezas artilleras. Tales fuerzas se enfrentaron el día 16 de mayo de 1811 en el escenario de los campos de La Albuera, trabando cruenta batalla.

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16 DE MAYO DE 1811. EL DESPLIEGUE

El Mariscal Soult intentaba estorbar la reunión del ejército aliado y trataba de llegar a tiempo para evitar que el ejército de Blake, que venía del sur, paralelo al eje de su marcha, pudiera incorporarse al resto de los aliados, para lo cual quería interceptarlo entre Almendral y La Albuera con un movimiento lateral. Por su parte, el campo de batalla había sido elegido por Wellington y como la reunión de los aliados no se efectuó hasta la noche del día 15, no dio tiempo a practicar obras de trincheras ni a preparar el campo, toda vez que los soldados venían rendidos por largas marchas. De madrugada desplegó Beresford a sus tropas, ocupando las alturas que se desarrollan desde La Albuera hacia el sur, teniendo detrás la ribera de Valdesevilla y delante la de Chicapíerna, dando frente al camino de Sevilla, dominado desde su posición, y situando el ala izquierda y el centro detrás del pueblo, siguiendo un arco que partía de la ribera de La Albuera, por las Viñas y la Somada y extendiendo el ala derecha por las alturas de las casillas de Gragera y la tierra que, desde entonces, se conoce con el nombre de las Baterías, por las que allí se situaron, en dirección a Capela.

La intención de Beresford era caer sobre las avanzadas francesas que quisieran apoderarse de los dos puentes: El situado junto al pueblo, inmediato a la desembocadura del Chicapierna en el Nogales, y otro entonces existente aguas abajo. Debía, para impedirlo, lanzar a la carga su caballería desde las lomas y batir el grueso del ejército enemigo en los llanos del Prado y la Dehesa que habían de cruzar para llegar al pueblo, teniendo asegurada una posible retirada, por Valverde de Leganés, hacia Portugal. Sin embargo, Soult, que era un magnifico táctico, hizo variar ese dispositivo. Según se descubre leyendo el parte que remitió desde Solana el día 21 al mayor general, príncipe de Neuchatel, Soult debía creer que Blake no había llegado aún al campo de batalla y se dispuso a cortarle el paso, colocándose en su ruta de concentración entre Almendral y La Albuera, y a ese fin ordenó al general Godinot que con su brigada y cinco escuadrones de caballería, al mando del general Briche, fingiera un ataque contra el pueblo siguiendo el sentido de la actual carretera de Sevilla, mientras él, con la mayor parte de su ejército, atacaba por el sur, trabando una batalla en orden oblicuo que sorprendiera al dispositivo aliado, al propio tiempo que, con su caballería, envolvía por la espalda al enemigo, cortándole la retirada hacia Portugal por Valverde o empujándolo hacia Badajoz. Su sorpresa fue encontrar más enemigos de los que creía hallar y que un prisionero le informara que Blake había llegado horas antes al campo de batalla, adelantándose a su previsión de cortarle el camino. Las lomas ocupadas por el ejército aliado, de escasa altitud sobre la llanura, son de suave pendiente y los cursos fluviales no ofrecían obstáculo para infantes ni jinetes, ni siquiera para la artillería, y en el campo las unidades aliadas se colocaron siguiendo sensiblemente el sentido de los caminos por los que accedieron a él, o las posiciones en que vivaquearon durante la noche precedente, sin cruzarse unas con otras. Así el cuerpo expedicionario, mandado por el general del cuarto ejército español Blake, se situó al sur del pueblo, ya que venía por el camino de Almendral, constituyendo el ala derecha del dispositivo, dando frente al camino real de Sevilla y desplegando en la primera línea a la división de Ballesteros y a continuación la vanguardia de Lardizábal. Doscientos pasos detrás se situaron la segunda línea, regida por Zayas. A este ejército de Blake se unieron los infantes del de Castaños, mandados por el general España, que se situaron a sus flancos. A su extrema derecha se colocó la caballería española, también en dos líneas: la primera la de Castaños, regida por Penne-Villemur, y la segunda de Blake, a las órdenes del brigadier Loi y el coronel Manon. A la izquierda de esta ala, formada por tropas españolas, se desplegó el centro de la línea general de la batalla que estaba formado por la división inglesa del general Steward, en la que combatían también tropas portuguesas del teniente general A. Luiz Fonseca, y, seguidamente, en la misma dirección, se situaba el ala izquierda, constituida asimismo por portugueses al mando del general inglés Hamilton, de las cuales se desgajó una brigada para formar la reserva del dispositivo, junto con la división del general inglés Cole, cuando este llegara al campo de batalla, procedente del de Sitio de Badajoz. El pueblo de La Albuera quedó ocupado por la brigada ligera de Alen, perteneciente a la Legión Real alemana, encargada de mantener la defensa de los puentes, misión a la que había de apoyar la caballería portuguesa, dirigida por el inglés Olway, que formó a retaguardia, así como unas piezas artilleras, emplazadas detrás de la iglesia. Por último, la caballería británica, mandada por el general William Lumley, flanqueaba el extremo del ala izquierda, si bien las vicisitudes de la lucha la llevaron a maniobrar y entrar en combate en el ala derecha de la formación, reforzando a la caballería española.

DESARROLLO DE LA BATALLA

La mañana del 16 se presentó nebulosa, amenazando lluvia. Las avanzadas de caballería que se adelantaron para reconocer la disposición y tuerzas enemigas, aparecieron al despuntar el día escara­muceando en la derecha del Nogales, empujadas las nuestras por los dragones franceses del general Briche, que precedía el avance francés, apoyado por la infantería del general Godinot. Serían las ocho de la mañana cuando tenían lugar estas acciones casi enfrente del pueblo, a cuyos puentes creían nuestros generales, reunidos cerca de él, que habían de dirigirse los franceses, ya que esperaban un ataque frontal o sobre la izquierda de su línea, calculando que Soult pretendía abrirse paso hacia Badajoz directamente, siguiendo el eje del camino que venía de Sevilla, lo que parecía confirmar tanto la maniobra de distracción iniciada por el ejército francés como el fuego de una batería de grueso calibre que empezó a cañonear al pueblo.

Sin embargo, un oficial, Schépeler, que estaba desayunando junto a su general Zayas, cuando todos oteaban el camino de Sevilla y el llano por donde avanzaban los franceses, recelando de las intenciones de Soult, ya que había combatido con él en 1799 en Suiza y conocía la osadía de sus maniobras, dirigió su anteojo hacia el sur y exploró el monte cubierto de la dehesa de la Torre y las Nateras, percibiendo entre el carrascal y pese a la visibilidad escasa, el brillo de las bayonetas francesas. "De allí es de donde vienen: por allí atacan", exclamó, haciendo volver a todos la cabeza en la dirección por él señalada. Blake le ordenó que galopara hacia la última colina de la loma y, desde allí, vio la cabeza de las columnas que descendían por el otro lado del Nogales. Volvió a galope e hizo señales a Zayas, que ya había puesto en movimiento a su división para cambiar de frente hacia el sur. Los generales aliados todavía dudaban y vaciló Beresford, pues le parecía muy temerario que Soult se arriesgara a perder el dominio del camino de Sevilla y se expusiera a verse estrechado en la angostura de los Riscos, si le empujaban los aliados, pero él mismo, cabalgando con Schépeler hacía la colina, pudo comprobar la veracidad del informe. Todo el ala derecha, constituida por españoles, tuvo que girar adoptando un dispositivo de martillo para hacer frente a las divisiones de Girard y de Gazan que avanzaban, apoyando la carga de la caballería de Latour-Maubourg, sobre la extrema derecha del ejército aliado. Detrás de las divisiones francesas, se movía la reserva de infantería del general Werlé.

La batalla, por tanto, se iba a desarrollar en orden oblicuo, muy osado para los atacantes, de no ser dirigida, como en este caso, por un táctico eminente, y muy peligrosa para los atacados, que se veían obligados a descomponer su formación y cambiar de frente, con el peligro de ser envueltos y cortado el camino de retirada. La caballería francesa, a medida que progresaba su infantería, atravesando primero el Nogales y luego el Chicapierna, se iba abriendo a su izquierda para abarcar todo el campo español y dominar la vaguada del Valdesevilla, con la vista puesta en el camino de Valverde. Entretanto, proseguía la inicial maniobra de distracción de Bríche y Godínot, presionando sobre los puentes y cañoneando incesantemente al pueblo. Ello había obligado a adelantar a nuestra artillería y desplazar a dos batallones de Lardízábal hasta la margen misma del río, que más tarde hubieron de reincorporarse a su división, ya que la batalla se formalizó en las lomas, por el Colmenar de Carmona, las Ventanas y Capela.

Cinco horas duró la batalla propiamente dicha, desde las nueve hasta las dos de la tarde. Los primeros aguaceros acabaron en trombas de agua que, por el aire frío reinante, se convirtieron en granizos, dificultando, junto al humo de la pólvora, la visibilidad, hasta no poder distinguir en ocasiones contra quien se disparaba y produciéndose bajas propias, sobre todo en los momentos en que había que practicar el paso de línea, operación indispensable para recargar las armas y siempre difícil de ejecutar, pues los relevados tenían que retirarse entre la línea que venía a sustituirlos, no siendo infrecuente encontrarse entre dos fuegos. El agua mojó mucha pólvora, inutilizando los cartuchos de los fusileros y los hombres de Zayas, privados de munición, tuvieron que registrar las cartucheras de los muertos. También los franceses quedaron sorprendidos cuando advirtieron que los españoles le oponían una línea frontal, por la rápida maniobra de martillo ejecutada por Zayas, con la cual no contaban. Por otra parte, Soult se había confiado y dejó avanzar sólo a Gírard con las dos divisiones, reteniendo junto a sí a Gazán, que, a la vez, era su jefe de Estado Mayor. Girard detuvo sus columnas para cambiar su formación, paralización que dejó sin apoyo a su caballería, permitiendo que a la española, muy inferior en número, la reforzara la anglo-portuguesa, de Lumley, que tomó el mando de toda el arma. Tampoco supo Girard desplegar a las dos divisiones, constreñidas por la estrechez del campo en que se movía, teniendo que acudir personalmente Soult y Gazan. Sin embargo, su ataque fue violentísimo, secundado por una gran masa de artillería, que se había emplazado en las alturas que dividen la horquilla del Nogales y el Chicapierna. El resultado de este primer asalto, en el que los hombres de Zayas y Ballesteros resistieron bravamente la acometida, se saldó con gran número de bajas por ambas partes y, batida la vanguardia, que no logró imponer su masa rítmica, en la que siempre confiaban los imperiales, el paso de línea se efectuó con cierto desorden, pereciendo el general francés Pepín y quedando fuera de combate los generales Maranzon y Brayer. Después también había de caer herido el propio Gazan.

La línea española se vio muy comprometida y, al avanzar la brigada del general España, para cambiar de frente, azotada por el fuego de la gran batería francesa, hubo de ceder terreno, que Zayas se apresuró a ocupar con el regimiento de Irlanda. Fue entonces cuando se produjo la más adversa y costosa acción para los aliados, pues llegó a la línea la primera brigada de la división inglesa de Steward, al mando del coronel Colborne, compuesta por los regimientos 7,57 y 29, que venían en columnas de compañía de a tres, con el propósito de atacar la batería que tantos estragos estaba causando. Había querido el coronel cambiar su formación a orden de batalla, pero la impaciencia imprudente de su general no se lo permitió y quedo expuesto a la carga de los dragones y lanceros polacos de La­tour-Maubourg que protegían la artillería y que se lanzaron sobre ellos, destrozándolos, cayendo en poder del enemigo el propio Colborne con 600 u 800 de sus hombres, de los que muchos pudieron reincorporarse cuando se retiraron los franceses, así como tres banderas y las seis piezas de artillería que llevaban.

De los batallones ingleses, sólo se salvó el 31, que se acogió al amparo de los españoles. El coronel que mandaba el 57 regimiento británico, Inglís, fue herido de gravedad, y, mientras lo retiraban del campo, pronunciaba una frase parecida a la que empleó el rey de Portugal don Sebastián para animar a sus caballeros, cuando fue derrotado y muerto en Alcazarquivir: «Fidalgos, fidalgos, hay que morir, pero morir despacio». -El coronel Inglís repetía: -«Morid duramente»: «¡Die hard!, ¡Die hard!» -Desde aquel día, los hombres de ese regimiento, que actualmente se llama Middlexed, son conocidos como los «diehard», «morir duro», en recuerdo de la más sangrienta de las batallas que ha librado. Había estallado el temporal y la niebla, el humo y el aguacero confundieron a los ingleses que creyeron que la caballería que se les vino encima era la española. La enérgica carga francesa que los desbarató se introdujo entre las líneas españolas, sufriendo el bote de sus lanzas el general España, el oficial Schépeler, que tantas noticias dio de la batalla, e incluso algunos grupos de jinetes imperiales lograron llegar hasta el puesto de mando del general en jefe. Beresford estuvo a punto de ser derribado por la lanza de un polaco, al que mató un granadero de la escolta que salvó la vida e su general.

Envalentonado por la dura acción de su caballería contra los ingleses, Gazan se abrió paso con su división, acometiendo, siempre en columna y batiendo tambores, la línea española. En unos minutos habían perecido 1.200 aliados en la acción de la brigada Colborne que, al defenderse de la caballería francesa, había causado bajas también en nuestras filas. El general Beresford pensó un momento en abandonar la loma y Zayas recibió la orden de replegarse a través de la división Steward, pero el coronel Harding rogó a su superior, el jefe de la reserva general Cole, que se emplease en la batalla, con los naturales riesgos que ello suponía para una eventual retirada. Así se hizo y su entrada en línea, avanzando desde el puesto de reserva hacía la ex­trema derecha para impedir que la caballería enemiga rompiera la línea aliada, supuso un refuerzo decisivo que presentó un frente compacto contra los intentos franceses, convirtiendo definitivamente el ataque de flanco planteado por Soult, en una batalla en línea, en la cual la resistencia aliada superó al ataque francés. Reforzó también Soult su ataque con la propia reserva, mandada por el general Werlé, y destacó hacia su izquierda a dos batallones para oponerse a la división anglo portuguesa de Cole que se extendía por aquel flanco, pero como los españoles de Blake se habían mantenido firmes, los 4.000 hombres de refresco de Cole pudieron imponer la iniciativa. Los franceses persistieron en sus ataques en masa, de gran efecto moral y arrollador, pero de escasa potencia de fuego, sólo vomitado por la cabeza de columna, sufriendo en cambio el de los aliados, desplegados en orden abierto, que graneaban a los atacantes. El general portugués Sousa Sequeira, que asistió a la batalla siendo alférez, comentó, en la relación que de ella hizo, que los muertos franceses yacían tendidos en tierra, continuando la formación que mantuvieron en vida.

Avanzó de nuevo lo que quedaba de la división de Steward, mientras la reserva de Cole marchaba resueltamente sobre la izquierda enemiga. Su brigada portuguesa, al mando del general inglés Harvey, se batió con dureza al lado de la de Reales Fusileros británicos del Mayor Hougthon, quien murió junto a muchos de sus oficiales, miembros de aquella unidad aristocrática, similar a la antigua guardia walona del rey de España. Ambas brigadas resistieron el empuje de la caballería polaca, a cuyos escuadrones lograron diezmar. Desde aquel momento, las columnas francesas empezaron a perder terreno, retrocediendo al abrigo de su reserva y de la gran batería artillera, dirigida con enorme eficacia por el general Ruty. Mas cuando, en su intento de reacción, cayó muerto el jefe de la reserva francesa, general Werlé, se inició una disciplinada retirada, que no se desmoralizó gracias a la experiencia y acierto de Latour­Maubourg, que seguía imponiendo respeto a los aliados con sus jinetes, y a la sangre fría de Ruty, que repasó ordenadamente con sus piezas el curso del río Nogales.

RESULTADO DE LA LUCHA

No supo, o no pudo, Beresford aprovechar la retirada francesa ni explotar el éxito. De la reserva lanzada por Cole no quedaban más que 1.800 hombres ilesos. Sobre las dos de la tarde, los franceses se habían retirado a sus posiciones de partida en el camino de Sevilla, con su artillería y la mayor parte de los heridos, aunque dejaron en el campo de batalla a los doscientos más graves. Con ellos quedaba una siniestra e inmensa parva de muertos de todas las nacionalidades que inter­vinieron en la lucha, sobre quienes batía el agua que bajaba turbulenta por los regachos, enrojecidos por la sangre.Todavía se mantuvo Soult en sus posiciones al día siguiente en que inició la evacuación del mate­rial y de los heridos, transportados por prisioneros ingleses, sin que ninguno de los ejércitos que se observaban, se atreviera a reanudar la lucha, quizá por el mutuo quebranto sufrido. El día 18 de mayo, el mariscal francés iniciaba su parsimoniosa vuelta hacia sus bases, sin ser estorbado, bajo la protección de su numerosa y operante caballería, contra la que poco podía hacer la más reducida española de Penne-Villemur, encargada de su persecución, o las guerrillas que hostigaron su retaguardia, aparte de capturar a algunos rezagados. El mariscal se quedó en Llerena; Godinot en Villagarcia y Latour­Maubourg en Usagre.

Si Soult no logró socorrer a la guarnición francesa de Badajoz, que era su objetivo, tampoco Beresford pugnó por reanudar el sitio, después de haberlo levantado para acudir a presentar batalla en La Albuera, limitándose en lo sucesivo a mantener a distancia el bloqueo de la ciudad, hasta que diez meses justos después de la batalla, el 16 de marzo de 1812, se presentó ante las puertas de Badajoz Wellington, que logró tomarlo al asalto en la noche del 6 al 7 de abril siguiente.

Las pérdidas en la más cruenta de las batallas de aquella guerra fueron considerables. De los es­pañoles murieron nueve oficiales y 249 soldados, resultando heridos 111 oficiales y 1.007 soldados. De los portugueses murieron un oficial y 101 soldados, con 15 oficiales y 246 soldados heridos. Los ingleses fueron los más castigados, pues perdieron la vida 32 oficiales y 850 soldados, resultando heridos 159 oficiales y 3.414 soldados, aparte de 14 oficiales y 550 soldados prisioneros. En total las tropas aliadas perdieron 4.547 hombres y 115 caballos. Parece que el ejército francés sufrió la pérdida de dos generales muertos y tres heridos y unas 6.500 bajas de oficiales y soldados, entre muertos y heridos.


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