Paz de Los Pirineos 1659

viernes, 18 de junio de 2010


La Historia del Rey y la Paz de los Pirineos

Los dos grandes tapices del salón de recepciones, en la Residencia de Francia en Madrid, evocan la Paz de los Pirineos (1659), principal acontecimiento del reinado de Felipe IV que puso fin a cerca de treinta años de guerra entre Francia y España que habían agotado a ambos países.

Se buscaba sellar esta paz desde 1656 pero no podía ser porque incluía la boda de Luis XIV con María Teresa. Al ser esta la única heredera de Felipe IV hasta el nacimiento, en 1657, de su hermano Felipe Próspero (hijo de Felipe IV y de su segunda esposa, Mariana de Austria), su boda con Luis XIV antes de esa fecha habría aportado el trono de España a Francia, algo que su padre no podía aceptar en modo alguno.

Tras una tregua de dos años, en agosto de 1659, comenzaron las negociaciones entre el cardenal Mazarino y Don Luis de Haro, ministros de Francia y de España respectivamente, que terminarían tres meses más tarde, después de múltiples reuniones en las cuales se intercambiaron retratos y cartas personales entre Felipe IV y su hermana, Ana de Austria, ilusionados por renovar sus lazos fraternos y encontrarse en el corazón de la reconciliación política de ambos reinos. Los encuentros tuvieron lugar en la Isla de los Faisanes, terreno neutral situado en la desembocadura del Bidasoa, que servía de frontera entre España y Francia.

Se construyó en la isla un pabellón de madera con una distribución de salas simétrica, así como dos puentes: el francés dirigido hacia San juan de Luz y el español, hacia Fuenterrabía. El acuerdo final incluía acuerdos territoriales y políticos, entre ellos, la adquisición del Rosellón y de Artois por parte de Francia y la nueva frontera francoespañola que atravesaría los Pirineos. Pero la cláusula más relevante era el matrimonio entre Luis XIV y la infanta María Teresa quien renunciaría a los derechos de sucesión pagando en su lugar una dote de 500.000 escudos de oro. Sin embargo, esta dote nunca fue pagada, lo que propició el acceso de Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV, al trono de España en 1700, bajo el nombre de Felipe V.

Encuentro de Felipe IV y de Luis XIV en la Isla de los Faisanes (07 de junio de 1660)

L'entrevue de Philippe IV et de Louis XIV dans l'île des Faisans (1660) (photographie : Philippe Imbault)

Felipe IV decidió acompañar a su hija hasta la frontera y entrevistarse así con Luis XIV y la madre de este, Ana de Austria, hermana del soberano español. Salió de Madrid con su séquito el 15 de abril de 1660. Los séquitos reales de ambos países se componían de ministros, miembros de la Corte, criados, pajes, guardias de corps, la capilla, ayudas de cámara, damas de compañía, médicos, etc., es decir, miles de personas tal como relatan los dos testigos y cronistas de las cortes española y francesa, respectivamente Leonardo de Castillo (Viajes del Rey) y Madame de Motteville, dama de la reina madre (Memorias). Castillo afirma sobre el cortejo español que “cuando la vanguardia llegaba a Alcalá de Henares, todavía estaba saliendo el final de la comitiva del Alcázar”.

El enlace por poderes en territorio español se celebró en la última etapa del viaje, cerca del castillo de Fuenterrabía donde se alojaba el cortejo español. Ofició la misa el obispo de Pamplona en presencia de Mazarino. Fue necesaria una dispensa papal dado que los novios eran primos hermanos. Entre los regalos que recibió María Teresa, se encontraba el famoso broche de esmeraldas en forma de pera con brillantes que le ofreció Luis XIV y dos vestidos a la moda francesa, uno bordado con diamantes y otro con perlas, que le ofreció la reina madre.

Los encuentros duraron tres días, los 5, 6 y 7 de junio de 1660. El primero fue el más corto y el único que fue familiar y privado. Fue un momento de ternura y de recuerdos mutuos. Era la primera vez desde 1615 que la reina madre, Ana de Austria, volvía a ver a su hermano Felipe IV.

El encuentro que tuvo lugar el 7 de junio de 1660, exigió siete meses de preparativos durante los cuales, el pintor Velázquez, Gran Aposentador de Palacio de Felipe IV, que entonces tenía 61 años y que moriría unos meses después de este encuentro, se encargó de engalanar la parte española del pabellón de la Isla de los Faisanes y el Castillo de Fuenterrabía. Cada país decoró su parte del pabellón con las más hermosas piezas de sus patrimonios reales.

Felipe IV y su familia llegaron por vía fluvial en su lujosa gabarra real seguida de un cortejo de embarcaciones, mientras que Luis XIV, su madre, Ana de Austria, Felipe de Orleans, hermano del Rey, Mazarino y su séquito llegaron desde Francia por vía terrestre.

Tras las reverencias y saludos protocolarios, las dos delegaciones reales intercambiaron unas palabras, con Mazarino como intérprete pues había estudiado en la Universidad de Alcalá. De rodillas, ante crucifijos, los dos soberanos juraron la paz y la amistad y se comprometieron a respetar las cláusulas del Tratado. El tapiz recoge la escena después de la firma, cuando Felipe IV, de 54 años, y Luis XIV, de 22, en el centro, frente a frente, se estrechan la mano.

Detrás de Felipe IV se encuentran su hija, la infanta, y el primer ministro, Don Luis de Haro, Marqués del Carpio, que representó a España en las negociaciones y que fue nombrado por el rey Duque de Montoro. La infanta, quince días mayor que su primo, tenía 22 años. Era la hija de Felipe IV de España y de la primera esposa de este, Isabel de Borbón, hermana de Luis XIII. María Teresa seguía vistiendo a la moda española, con un guardamantas de satén blanco con bordados de azabache; adornaba su cabello rubio el broche de esmeraldas en talla pera con diamantes que le había ofrecido Luis XIV. Del lado francés, detrás de Luis XIV, descubrimos a Mazarino, a su madre, Ana de Austria y a su hermano, Felipe de Orleans.

Cada parte contaba con cerca de treinta testigos para la firma del Tratado, separados por la línea imaginaria de la frontera. Fue entonces cuando, tras mirar detenidamente a Turenne, Felipe IV repitió varias veces: “Este hombre me ha dado bastantes quebraderos de cabeza”.

Madame de Motteville insiste en sus Memorias en el contraste entre los ropajes de ambas delegaciones: pompa y ostentación para los franceses, y sobriedad, incluso austeridad, para los españoles. Sin embargo, Charles Le Brun modificó la uniformidad del color de los españoles, lo que fue reprobado por Luis XIV: “Ha pecado contra la verdad de la historia y sacrificado la gravedad española a la urbanidad francesa”.


/www.ambafrance-es.org


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