Mitología: Ulises y el gigante Polifemo

viernes, 24 de septiembre de 2010

Odiseo en la cueva de Polifemo, Jacob Jordaens, primera mitad del siglo XVII.

Una vez acabada la guerra de Troya, los griegos partieron hacia su patria. Uno de los participantes en la lucha fue Ulises, rey de Itaca. Allí le estaba esperando pacientemente su fiel esposa Penélope. El retorno, no obstante, no iba a resultarle fácil. El mar, sus propios compañeros y el encuentro con otros peligros supusieron para él veinte años de sufrimientos hasta la llegada a su patria. Uno de los episodios más conocidos de la obra de Homero es el que presenta su enfrentamiento con el gigante Polifemo, hijo del dios del mar Poseidón.
Tras liberar a sus compañeros en la tierra de los lotófagos, cuyos alimentos les hacían olvidar la vuelta a su país, y siete días de navegación, llegó junto a sus compañeros a una islote con abundante caza; allí comieron en abundancia y descansaron de la violencia de las olas. De allí partió a explorar una isla cercana con unos pocos acompañantes, no sin antes aprovisionarse del vino que Marón le había regalado. Había escuchado balidos de ovejas y visto hogueras y quería enterarse de qué seres vivían en ella. Con doce miembros de su tripulación se dirigió hacia el interior; no había transcurrido mucho tiempo cuando se toparon con una cueva de enormes proporciones y ganados que pacían en los alrededores. Al no encontrar a su pastor, decidió entrar en ella; quedaron admirados de lo que allí vieron: grandes cestos llenos de queso y enormes vasijas repletas de leche.
Al atardecer, llegó con su ganado el pastor habitante de la cueva, un monstruo de grandes dimensiones y con un solo ojo en el centro de su cara; encendió el fuego con la leña que portaba e hizo entrar a las ovejas; su fuerza quedó patente al cerrar la cueva con una colosal piedra redonda; se sentó, comenzó a ordeñar el rebaño y posteriormente juntó a los corderos con sus madres. Ante su presencia, Ulises y sus compañeros se asustaron tanto que solamente pensaron en esconderse tras los grandes quesos que allí veían. Polifemo, sin embargo, no tardó en percatarse de su presencia, una vez que había acabado con su trabajo diario. Se dirigió hacia ellos y les preguntó: "¡Forasteros!, ¿Qué os ha traído a esta isla?¿Acaso sois comerciantes que surcáis el proceloso mar? ¿Os dedicáis a la piratería y robáis a todos con los que os encontráis?."
El prudente Ulises le respondió: "Somos griegos que hemos luchado con Agamenón y hemos pasado largos años asediando Troya. Una vez que la hemos conquistado, nos dirigimos a nuestra patria, pero el viento y las corrientes nos han arrastrado a esta tierra desconocida; hemos venido aquí con la esperanza de que, en nombre de Zeus, dios señor del destino de los hombres, nos ofrezcas hospitalidad, tal como hacemos nosotros en nuestra tierra cuando llega algún navegante agotado." No sabía el pobre que los cíclopes se caracterizaban por la falta de humanidad y crueldad hacia el resto de los seres.
Todavía se enojó más, cuando Ulises nombró al padre de los dioses y le increpó: "Por lo que se refiere a Zeus, sábete que a nosotros, los cíclopes, nos importa bien poco; tampoco tenemos veneración por los otros dioses, pues somos más fuertes que ellos y no necesitamos obedecer otra voluntad que la nuestra.". Tras estas palabras, soltó una gran carcajada y, tomando con sus grandes manos a dos compañeros, los arrojó al suelo con tal fuerza que les rompió los sesos; los devoró como un león devora a su presa, se quitó la sed con grandes cubos repletos de leche. Al acabar, se echó en su lecho y pronto el sueño le venció.
Tan pronto como el Gigante se quedó dormido, Ulises se preparó a darle muerte desenvainando la espada; pero al instante se dio cuenta de que con ello no haría más que agravar el problema. "¿Cómo, pensó, podrían quitar una piedra tan voluminosa y dejar abierta la cueva?. Sus compañeros le miraban dubitativos.
A la mañana siguiente, el gigante desayunó de nuevo con carne humana; ante los tristes rostros de los griegos otros dos compañeros habían desaparecido. Ordeñó a las ovejas, las sacó de la cueva y cerró la puerta con la piedra.
Ulises, el fecundo en ardides, ideó una solución que les llevaría a la salvación. Había una gran estaca de olivo verde, grande como el mástil de un barco. Cortó una parte y ordenó a los que todavía vivían lo afilaran; lo endureció con fuego y lo ocultó entre el estiércol de la cueva.
Cuando, al atardecer, regresó el Gigante, se repitió la escena del día anterior. Ulises, una vez que Polifemo se hubo saciado, le ofreció vino del que había llevado consigo; este no lo despreció y por tres veces bebió el cuenco que le presentó. La bebida hizo su efecto, el monstruo se alegró y le dijo, ofreciéndole cruelmente un signo de hospitalidad: "Díme tu nombre, dijo, para que mis sentimientos hacía ti sean más amistosos".
El astuto Ulises le respondió:"Nadie es mi nombre; así me llaman mi padre, mi madre y todos mis compañeros". El cíclope le replicó de nuevo riéndose:"En ese caso primero me comeré al resto, tú serás el último. Ese será mi regalo". Al instante cayó ebrio sobre su cama.
Ulises sacó la estaca, la introdujo en el fuego hasta que su punta se enrojeció. Entre los seis compañeros consiguieron elevarla e hincarla en el ojo del monstruo cegándole. Lanzando un grito ensordecedor, se dirigió rápidamente a la puerta. Todos sus hermanos habían acudido y le preguntaron: "¿Por qué nos molestas en nuestros sueños?¿Alguien te intenta hacer daño?". El les respondió: Nadie me hiere; Nadie me mata con astucia". "En ese caso, prosiguieron, no necesitas ayuda de ninguno de nosotros; si estas enfermo, confía en nuestro padre, Poseidón, él te sanará". Así hablaron y cada uno se dirigió de nuevo a su cueva.
Polifemo quitó la piedra y abrió la cueva. Los compañeros de Ulises se alegraron, considerando que estaban libres de peligro, pero sus largos brazos y sus largas piernas se lo impedían. El ingenioso Ulises urdió otro engaño; ató a sus compañeros en el vientre de los mejores carneros para impedir que fuesen tocados por las manos de Polifemo; al amanecer, salió el ganado a pastar llevando consigo a los seis compañeros del héroe. El último en hacerlo fue nuestro héroe, escondido en el carnero preferido del gigante, quien creyó, insensato, se debía al dolor que le producía la ceguera de su dueño.
Cuando ya estaban lejos de la amenaza de Polifemo, Ulises le dirigió estas palabras: "¡Cíclope! No debieras emplear tu fuerza para destruir a los amigos de un hombre indefenso. Son los dioses los que te han castigado por tus malas acciones". Estas palabras orientaron a Polifemo; lanzó una gran piedra contra la nave y poco faltó para que la destruyera. La irritación del paciente Ulises le hizo gritar de nuevo: "¿Si alguien te pregunta quién te ha cegado, dile que fue Ulises, hijo de Alertes y señor de Itaca, Ulises, el saqueador de ciudadanos! ". El Cíclope, en su desgracia, no dudó en pedir a su padre Poseidón, dios de los mares, castigara a Ulises con la muerte o, si esto no era posible, con nuevas desgracias hasta que alcanzase el fin de sus penalidades.

Por Fernando MARÍN

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