A las tres de la tarde del 2 de enero de 1492 Abu Abdallah Muhammad b. Ali, Muhammad XII, Boabdil para los cristianos, salió de la Alhambra por la puerta más cercana al Genil. Allí acongojado y roto por el dolor, el emir se bajó de su caballo e inclinándose ante el Rey Fernando de Aragón y todo su séquito de nobles intentó besarle la mano mientras le entregaba las llaves de la ciudad. El Rey, sosteniéndole, lo incorporó para evitarle la deshonra y tomó las llaves de la Alhambra, se las dio a Isabel, la Reina, y ésta a su vez al Príncipe Juan, quien se las pasó al que sería nombrado alcaide la Alhambra, el conde de Tendilla.
Según las crónicas cristianas, o quien sabe, la propia leyenda surgida de momento tan doloroso, Boabdil montó en su caballo para dirigirse a los feudos que los Reyes Católicos le habían cedido para su disfrute en Adra, y desde el cerro más cercano detuvo su montura. Quiso volver su vista atrás para echar una última mirada a su reino perdido, y desolado, lloró como un niño. A sus espaldas, fue la sultana Aixa, su madre, quien pronunció tan lapidaria frase:“No llores como mujer lo que no supiste defender como hombre“.
Verdad o mentira, lo cierto es que el último bastión moro, Granada, llevaba años sufriendo el empuje de las tropas cristianas. Abandonados por sus aliados; negada la ayuda desde Marruecos y Egipto, a quienes le habían solicitado auxilio; convencidos de que por mar ya no llegaría la flota otomana que los liberara de aquel largo asedio, los granadinos asistían a una muerte lenta. Rendición o muerte. Era la trágica disyuntiva de un grandioso reino que había caído en el caos económico y social y finalmente, en manos cristianas. Aquellos años de grandeza, de reino que deslumbraba allá donde se pronunciaba su nombre, de riquezas por la seda, por la orfebrería, por las yeserías y por la alfarería estaban en su punto final.
Y los propios granadinos lo sabían. El hambre, producto del largo asedio al que estaban siendo sometidos (tras año y medio sus reservas de alimentos estaban casi agotados y los campos habían sido arrasados), y el frío de aquel invierno de 1491 en el que ya no tenían ni carbón ni leña para encender una triste hoguera, aconsejaban una rendición rápida.
Reunidos los miembros de la familia del emir, los notables, y los representantes del pueblo, le expusieron al sultán la situación. Había de ser en invierno para evitar el sufrimiento. Si esperaban a la primavera la debilidad les habría rendido, y los cristianos entrarían en la ciudad sin problemas. Era mejor rendirse ya, en aquel mismo invierno. Sin embargo, el fervor popular, el ardor de su religión, hacía que por las calles de Granada, muchas de sus gentes se rebelaran contra la situación y llamaran a voces al combate sagrado
“levantad el ánimo para el combate sagrado y que su rostro brillante ilumine la noche“
En diciembre de 1491 las calles de Granada tenían prendida la mecha de una revuelta. Se apostaba por el combate y la muerte a cuerpo abierto: antes morir que rendirse. Y Boabdil, a escondidas tuvo que acelerar la rendición.
La capitulación de Granada se fijó rápidamente para el 2 de enero de 1492, pero para seguridad cristiana, éstos exigieron la entrega de 500 rehenes de entre los notables mientras ellos hacían entrar un destacamento en la ciudad. Evitaban de este modo el engaño, y así se hizo. De noche, ocultos en la oscuridad, 500 nobles se dirigieron al campamento cristiano, mientras al mismo tiempo los soldados castellanos entraban por la puerta de los Alijares. Lentamente, se dirigieron hacia la Alhambra, abierta por los propios hombres de Boabdil, y en su interior, en el Palacio de Comares, el sultán moro entregó las llaves de la Alhambra a Gutierre de Cárdenas, jefe del grupo cristiano.
Tras la primera misa cristiana en el interior de la Alhambra, se dirigieron hacia la Torre de la Vela, y allí, al fin, levantaron la Cruz, que se hizo visible desde toda la ciudad.
El Albaicín entero lloró la pérdida. Granada gritó y clamó por la capitulación de su ciudad mora. Hubo unas pocas revueltas, desesperados por el fin de todo un reino, pero finalmente, Granada, la nazarí, quedó rendida.
“el Sol de Al-Andalus desaparecido quedó… que la voluntad de Allah se cumpla… que cada desdichado se encierre con su tristeza… ” (Al-Maqqarí).
0 comentarios:
Publicar un comentario