La historiografía reciente ha convenido en afirmar que las actividades extractivas mineras en los extensos yacimientos de Riotinto, en especial aquéllas que se consideran tuvieron una gran envergadura, cesarían casi por completo tras la finalización del esplendoroso período de dominación romana en la Península. Habría que esperar, pues, hasta fechas tan recientes como son las proporcionadas por el siglo XVIII para poder constatar de facto trabajos mineros de una gran importancia; consideración ésta que viene dada no sólo por el mayor rendimiento económico conseguido, sino también por la amplitud y la diversidad de los trabajos empleados para el beneficio del mineral.
En efecto, la investigación histórica actual viene a considerar que las explotaciones mineras propiamente modernas y contemporáneas de las minas riotinteñas comenzarían en el año 1725, cuando la determinación de un sueco y, a la postre, antiguo combatiente de la Guerra de Sucesión española, don Liebert Wolters Vonsiohielm, consiguió, por parte del gobierno absolutista del rey Felipe V, el reconocimiento de explotación de las minas por un período total que se aproximó a los treinta años. A él le sucedería en la dirección de las explotaciones mineras su sobrino, Samuel Tiquets, quien, a su vez, legaría posteriormente el cargo a su fiel administrador don Francisco Tomás Sanz.
Hugh Matheson, presidente de la RTCL entre 1873 y 1898.
Tras esta rápida sucesión de regentes mineros, finalmente, la dirección gestora se haría del todo
impersonal, especialmente en el último cuarto del siglo XVIII, cuando el monarca ilustrado español Carlos III ordenó que las minas fuesen gestionadas únicamente por la Real Hacienda.
Entrado ya el siglo XIX, y más concretamente en el año 1828, las minas fueron arrendadas al influyente empresario catalán don Gaspar de Remisa, un acaudalado hombre de negocios y quien se mantendría en dicho cargo hasta su destitución en el año 1849. Asimismo, fue precisamente este empresario quien implantó por vez primera en la zona el sistema de calcinación del mineral mediante el empleo de las conocidas teleras, que produjeron graves perjuicios no sólo al medio ambiente sino también a la salud de numerosos lugareños, originando tan nocivo método de transformación de los minerales una gran revuelta popular el día 4 de febrero del año 1888.
La situación se perpetuó en tales condiciones hasta el año 1870, cuando el general Francisco Serrano, quien fue elegido regente del Gobierno de España el año anterior, y estando aprobada la constitución de 1869, concibió subastar nuevamente las minas por más de cien millones de pesetas. Será a partir de estos momentos cuando aparecerían las primeras tomas de contacto de los británicos con las tierras onubenses, quienes, resulta posible hoy afirmar, revolucionarían en todos los órdenes la sociedad y economía local riotinteña; al igual que la comarcal, amén de llegar incluso, con el transcurrir de los años, a ejercer una influencia notable en el ámbito político, siempre tratando de buscar la consecución de sus intereses económicos.
Directivos de la compañía minera.
Puesto que la gestión y explotación de las minas riotinteñas habían supuesto desde hacía muchos años atrás una pérdida constante de ingresos para el Estado, el año 1869 fue un punto de inflexión para el gobierno, que convino en afirmar como única solución la venta definitivadelaminas. Asimismo, entre los meses de diciembre de 1870 y enero de 1871, una comisión creada ad hoc inició sus trabajos para estimar el valor efectivo de todas las propiedades mineras, terrenos e infraestructuras.
Dicha delegación valoraría estas propiedades mineras onubenses en una cantidad superior a los 104 millones de pesetas, o lo que viene a ser igual, en más de 4.000.000 de libras. Al anunciarse la venta, el día 11 de mayo del año 1871, y conocida por la prensa en toda Europa, se recibieron escasas ofertas, y la mejor de ellas fue la realizada por un grupo de respetados negociantes de nivel internacional encabezados por el escocés Mr. Hugh Matheson.
Explotación de una planta en la Corta Atalaya.
No obstante, esta intención de compra de las minas riotinteñas por manos foráneas había tenido dos grandes instigadores: el negociante alemán Heinrich Doetsch y su socio, el también germano Wilhelm Sundheim. Ambos hombres poseían constatados intereses comerciales en la provincia de Huelva, siendo además buenos conocedores de las minas. En efecto, previamente, y durante una visita que decidieron efectuar a la capital británica, los germanos le explicaron al banquero escocés que si era capaz de transformar las obsoletas infraestructuras mineras hispanas, mejorar los sistemas de explotación, establecer un ferrocarril que minimizase los costes de las labores mineras y contratar los mejores profesionales en materia de minería, sería factible la consecución de un prolongado éxito económico en la zona que revertiera en su compañía.
Las negociaciones para la compra de las minas fueron complicadas y difíciles, llegándose incluso al extremo de obligar al mismo Matheson a visitar España a fin de que, convenientemente asesorado, evaluara in situ la riqueza de las minas. En este sentido, también acudiría a la zona onubense un ingeniero inglés, George Bruce, quien sería, por su parte, el encargado de estudiar la eventual construcción de una línea férrea desde Riotinto hasta Huelva, analizando los problemas más significativos del terreno para la realización de dicho tendido ferroviario.
Calcinaciones de mineral al aire libre.
En este orden de cosas, y transcurridos ya dos años desde el anuncio de venta de las minas, finalmente, el 14 de febrero de 1873, el presidente de la I República Española, Estanislao Figueras, firmaría solemnemente el decreto por el que se anunciaba la venta de las explotaciones mineras de Riotinto a la sociedad financiera presidida por el banquero Matheson.
Sin embargo, el precio final de compra se redujo a la cantidad de casi 93 millones de pesetas, o sea, unas 3.500.000 libras esterlinas a fin de poder disponer indefinidamente de toda la propiedad minera. Al mismo tiempo, en dicha compraventa se reflejaban determinadas condiciones muy ventajosas para los compradores, tales como la facultad de expropiar los suelos si fuese necesario para la construcción del ferrocarril que uniría las minas con el puerto onubense o, también, la propiedad absoluta a perpetuidad de todo el terreno adquirido con las construcciones que sobre él se hallaren.
Excavación.
De este modo, una vez que Hugh Matheson y su consorcio, constituido por socios internacionales tales como el Union Bank of Scotland, el Deutsche National Bank of Bremen, la Arthur Heywood, Sons & Company, el Bank of Liverpool, la Smith, Payne & Smith of London y la Clark, Punchard& Company of London adquirieron la propiedad, decidió constituir una sociedad con limitación de la responsabilidad que sería, a partir de ese mismo instante, la encargada de explotar las minas. Así, el día 29 de marzo de 1873 se registró la Rio Tinto Company en Londres.
Los ingenieros de minas británicos de la Compañía tuvieron desde el principio una idea inamovible; esto es, la extracción a gran escala de todo el mineral posible en Riotinto y su ulterior exportación a Inglaterra para ser transformado, principalmente, en ácido sulfúrico. Pero ello requeriría dos situaciones: la adopción de una minería a cielo abierto, con cortas, en vez del sistema entonces aplicado de galerías subterráneas, así como también la construcción del mencionado ferrocarril hasta el puerto pesquero de Huelva; dos actuaciones sobre el medio físico que todavía hoy pueden ser contempladas como huella del pasado minero onubense más inmediato.
Hornos de la fundición de cobre.
Hugh Matheson ostentó el cargo de Presidente de la R.T.C.L de 1873 a 1898, siendo sustituido en
el cargo, sucesivamente, por John J.J. Keswick, quien lo ejerció desde 1898 a 1904; Charles W. Fielding, de 1904 a 1923; Albert Milner, quien estuvo dos años en el cargo, de 1923 a 1925; Auckland Geddes, quien ejerció la Presidencia de 1925 a 1947 y, finalmente, Lord Bessborough, quien hizo lo propio de 1947 hasta la marcha de la compañía británica en el año 1954. Cargos directivos, en fin, que como cabezas visibles, ejecutoras y personificadas de la imponente Compañía minera a la cual representaban, dejaron una huella indeleble no sólo en el plano minero e industrial onubense, sino también en el de las mentalidades de unas generaciones que todavía hoy admiran y reprueban por igual la presencia foránea en la provincia y su legado.
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