La biblioteca de Alejandría, centro del saber universal (I)

miércoles, 1 de julio de 2009

Magalí Urcaray 29 de junio de 2009

Reconstrucción de la Biblioteca de Alejandría
Se considera que la gran biblioteca de Alejandría fue el primer centro de investigación del mundo, y el núcleo intelectual más importante de la antigüedad.

Alejandría fue fundada por Alejandro Magno en el 332 a. C., tras entrar éste en Egipto y poner fin al dominio persa. El Mar Mediterráneo, la isla de Faros y la cercanía del río Nilo hacían de esta ciudad una base naval perfecta, al tiempo que facilitaban el comercio con otras naciones. Pronto se convirtió en la segunda ciudad más grande de Egipto, y sede de su puerto principal.

En los siglos V y IV a. C. Atenas era la cuna del pensamiento occidental, con figuras como Sócrates, Platón o Aristóteles. Es sabido que Alejandro Magno fue discípulo de Aristóteles, bajo cuya tutela fue puesto a los 13 años, por lo que el hijo del rey de Macedonia no sólo fue un aguerrido conquistador, sino también un hombre cultivado y apasionado por el conocimiento. Declaró que Alejandría sería el centro intelectual del mundo conocido y, en su corazón, construiría una institución de enseñanza.

A la muerte de Alejandro Magno en 323 a. C., Ptolomeo I Sóter, uno de sus generales más destacados, fue nombrado gobernador de Egipto. Con él se inició una larga dinastía que administró el país de los faraones durante más de trescientos años. Él fue el encargado de llevar a la práctica el sueño de Alejandro de hacer de Alejandría un centro de conocimiento y aprendizaje. Asistido por el arquitecto Demetrio de Falero, Ptolomeo I inició la construcción del denominado Museo (santuario de las Musas) hacia el 290 a.C., que fue concluido bajo el mandato de su hijo, Ptolomeo II Filadelfo.

Si bien se desconoce la ubicación exacta del Museo, se cree que estaba instalado en el nordeste de la ciudad, en el barrio palaciego. El Museo estaba compuesto por varias salas dedicadas a distintas ramas del saber, desde un zoológico, a un jardín botánico, un observatorio astronómico y un salón de anatomía. También disponía de habitaciones para alojar a los sabios y a los estudiantes, cuyos gastos eran costeados por la casa real, que acudían a Alejandría atraídos por el impulso intelectual.

La biblioteca fue, sin duda, el eje destacado del santuario, el de mayor crecimiento y difusión a lo largo de la historia. A medida que fue adquiriendo importancia y aumentando sus volúmenes, fue necesaria la construcción de un edificio cercano que albergara el resto de los libros. Así se edificó, durante el reinado de Ptolomeo III, la “biblioteca hija”, situada en una zona próxima al puerto, concretamente en el Serapeum (templo consagrado al dios Serapis).

Se calcula que la biblioteca llegó a albergar unos 700.000 manuscritos, cada uno de los cuales era catalogado, referenciado y colocado en el estante (bibliothekai) preciso destinado a ese saber. El primer catálogo temático de la historia (Pinakes) se atribuye a Zenódoto, el primer bibliotecario de Alejandría. Las personas que trabajaban en la biblioteca se afanaban en la búsqueda de libros de todas las culturas conocidas, la mayoría eran comprados o donados (como la biblioteca de Aristóteles), pero otros eran copiados. Todo buque que atracaba en Alejandría era registrado por la guardia, en el caso de que se encontrasen libros, estos eran confiscados y llevados a la biblioteca; en ocasiones, se compensaba a sus dueños por la pérdida; mientras que en otros casos los libros eran copiados y devueltos los originales. Las copias eran especialmente ricas por las anotaciones críticas que se hacían en los márgenes.

Se dice que la primera traducción al griego del Antiguo Testamento fue escrita en Alejandría. Ptolomeo II habría encargado a 70 sabios judíos que tradujesen y copiasen los libros de la Ley judía. La conocida como “versión de los 70” habría sido la base de muchas traducciones posteriores.

Durante la regencia de Ptolomeo II Alejandría y su biblioteca vivieron su máximo esplendor, inmersas en un trajín constante de libros y estudiosos. Entre los visitantes más célebres se encuentran Arquímides, Euclides, Hiparco, Claudio Ptolomeo y Galeno.

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